Cuanto más sexo practicaban, más quería Nick.
Miley se retorció debajo de él y la embistió hasta el fondo, disfrutando con los escalofríos que la recorrían, con la oscilación de sus pechos, con la expresión de sus labios mientras respiraba de forma entrecortada. Le recorrió la boca con la lengua y luego la volvió a embestir.
Las emociones que lo embargaban eran familiares y desconocidas al mismo tiempo. Cuando los músculos lubricados de ella se contrajeron a su alrededor, se sintió como el hombre más importante de la tierra. Como si ese fuera su sitio natural. Le pasó los dedos por los pechos, luego por el valle que había entre ambos; después bajó las manos para coronarle el trasero y encajarla aún más contra él. Deslizó las manos por los muslos y le curvó las piernas hasta dejarlas entre los dos. Cuando en esa ocasión la embistió, ella pronunció su nombre y se deshizo. Mientras experimentaba el orgasmo, nick observó pasar por la cara de miley una miríada de emociones.
Intentó contenerse, disfrutar con la mera observación de miley. Pero verla experimentar tanto placer, saber que él era el responsable de eso, hizo que estallara junto con ella.
Momentos más tarde, con la boca pegada al cuello de miley, sintió un momento de algo que solo pudo calificar como miedo. Miedo a que lo que sucedía entre ellos no fuera a durar.
—¿Sabes? —rió miley con voz ronca—, en algún momento vamos a tener que abandonar la cama.
—¿Por qué? —se incorporó un poco para observarla.
Ella le tomó la cabeza entre las manos y le plantó un beso en la boca.
—Porque tengo que solucionar un caso.
Él no pudo evitar una mueca. ¿Y qué pasaría cuando lo solucionara? ¿Regresaría a St. Louis? ¿Cómo quedarían las cosas entre ellos?
Miley lo empujó por los hombros y a regañadientes él rodó hasta quedar a su lado y observarla mientras se dirigía al cuarto de baño a darse una ducha.
Se frotó la cara con las dos manos. Había pasado algún tiempo con una mujer en Dallas. En una ocasión, después de haber practicado el sexo y cuando él estaba casi indiferente en el otro lado de la cama, ella le había dicho que algún día iba a conocer a una persona que lo haría sentir lo mismo que sentía ella. Se contuvo de realizar un comentario desdeñoso y la escuchó con paciencia, pero había pensado que era inmune a aquello que hacía que las mujeres pasaran de ser magníficas compañeras de cama a monstruos exigentes y hambrientos de compromiso.
Empezaba a descubrir que no solo no era inmune, sino que sentía lo mismo, pero multiplicado a la enésima potencia.
Se levantó de la cama, se quitó el preservativo usado y comenzó a recorrer la habitación. No le gustaba nada la situación. No se suponía que fuera a pasarle a él.
«Tranquilízate. Te gusta el sexo con esta mujer. Y todavía no quieres que se termine», se dijo. Eso no tenía nada de malo. No significaba que estuviera enamorándose.
Amor.
No. No. Había una diferencia entre el sexo y el amor.
Miley salió del cuarto de baño. Llevaba puestos unos pantalones cortos de color caqui y una blusa blanca con una camiseta blanca debajo. No habría podido aparecer más sexy ni con las prendas de uno de esos catálogos de mujeres.
«Santo cielo, me estoy enamorando de ella», comprendió a punto de atragantarse.
—¿listo? —preguntó miley.
No, no estaba listo. De hecho, jamás lo estaría. Se preguntó qué iba a hacer. ¿Adonde iba a ir? Ella lo miraba. ¿Qué le iba a decir?
—¿Para qué? —se obligó a preguntar.
—Para recuperar la caja del coche, por supuesto.
—Por supuesto —repitió, yendo de un lado a otro de la habitación. Paró y trató de obtener cierta perspectiva, pero por su cabeza solo resonaba la aterradora palabra que empezaba por «A». Al final se forzó a vestirse, para distraerse un poco. Entonces asimiló las palabras de ella y la miró mientras terminaba de ponerse la camisa—. ¿Qué has dicho?
—¿Qué? —lo miró con inocencia—. ¿Que vamos a ir a recuperar la caja de tu coche?
—Sí, eso —cruzó los brazos—. ¿Estás loca? Es imposible que entremos en ese sitio sin que los matones nos vean —«o los perros», pensó. No sabía qué era peor.
Ella se pasó el bolso al hombro, acomodó la carpeta bajo el brazo y se dirigió hacia la puerta.
—Exacto.
Nick contuvo la puerta con la mano y la cerró.
—¿Qué quieres decir con «exacto»?
—Nelson me dijo que hay ocasiones en que es inteligente hacerte amigo de tus enemigos —se encogió de hombros.
Nick suspiró. Otra vez ese Nelson Polk.
Miley sonrió.
—Creo que es hora de que tú y yo averigüemos quiénes son en realidad nuestros nuevos amigos, y qué es lo que buscan.
Llegó a la conclusión de que Nick se comportaba de forma rara. Se recogió un poco el pelo. Había salido de la ducha para descubrir que la miraba con expresión que solo cabía describir como conmocionada. Y desde entonces no había dejado de mirarla de ese modo. No hacía ningún comentario sarcástico. De hecho, parecía preparado para huir en la dirección opuesta con que ella lo asustara.
Sonrió, tentada de probarlo.
En la parte de atrás del taxi que había llamado, Nick no habría podido sentarse más lejos de ella. Y tenía la clara impresión de que lo intentaba. De manera que hizo lo natural. Alargó la mano y lo tocó.
Él se sobresaltó y miley soltó una carcajada.
—¿Me estoy perdiendo algo? —preguntó, a punto de quitar la mano de su brazo, aunque cambió de idea, ya que le gustaba verlo un poco incómodo.
Nick movió la cabeza y tragó saliva.
—No sé si es una buena idea.
Ella subió la mano por su brazo, luego por su pecho, hasta encontrar la abertura de la camisa e introducir los dedos para sentir el vello del torso. Sonrió y le acarició una tetilla. Él le tomó la mano.
—¿Quieres parar? Hablo en serio.
—No hay nada de qué preocuparse, nick—repuso, reclinándose contra su lado del asiento mientras veía cómo él se derrumbaba en el otro casi con alivio cómico—. Si son del FBI, entonces estamos a salvo, porque ninguno de los dos ha hecho nada malo —al menos eso esperaba—. Si no lo son... bueno, estamos a pleno día. ¿Qué crees que van a hacer? ¿Dispararnos?
—La idea ha pasado por mi cabeza.
—Pues nosotros les respondemos —palmeó el bolso donde llevaba la pistola.
—Cielos, eso me tranquiliza —comentó con su viejo espíritu, aunque no con la misma energía.
Miley le había dicho al conductor que le avisara en el momento en que estuvieran cerca. Cuando lo hizo, le indicó que los dejara en la esquina opuesta del parque de la grúa, y recompensó sus esfuerzos con una buena propina.
Bajó del coche y mantuvo la puerta abierta.
—¿Vienes? —preguntó. Nick no parecía ser consciente de que el taxi se había detenido.
Hizo una mueca y bajó junto a ella. Vieron marcharse el taxi enfrascados en sus propios pensamientos.
Miley lo tomó del brazo y comenzó a caminar hacia el aparcamiento. El sedan con los tres matones estaba aparcado ante la otra acera. Cruzó y se dirigió hacia el garaje junto al solar, donde probablemente se hallaba la oficina.
—¿Adónde vamos? —preguntó Nick.
—A recuperar tu coche.
Casi sin mirar el sedan oscuro los dos entraron por las puertas del garaje, cuyo interior se veía en penumbra y atestado, como cualquier otro local similar. Nick se dirigió hacia una oficina prefabricada donde un tipo fumaba un cigarro y leía la sección de deportes del periódico.