nileylove

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true love

domingo, 16 de octubre de 2011

PRIVATE INVESTIGATION CAP 23



Cuanto más sexo practicaban, más quería Nick.
Miley se retorció debajo de él y la embistió hasta el fondo, disfrutando con los escalofríos que la recorrían, con la oscilación de sus pechos, con la expresión de sus labios mientras respiraba de forma entrecortada. Le recorrió la boca con la lengua y luego la volvió a embestir.
Las emociones que lo embargaban eran fami­liares y desconocidas al mismo tiempo. Cuando los músculos lubricados de ella se contrajeron a su alrededor, se sintió como el hombre más im­portante de la tierra. Como si ese fuera su sitio natural. Le pasó los dedos por los pechos, luego por el valle que había entre ambos; después bajó las manos para coronarle el trasero y encajarla aún más contra él. Deslizó las manos por los mus­los y le curvó las piernas hasta dejarlas entre los dos. Cuando en esa ocasión la embistió, ella pro­nunció su nombre y se deshizo. Mientras experi­mentaba el orgasmo, nick observó pasar por la cara de miley una miríada de emociones.
Intentó contenerse, disfrutar con la mera ob­servación de miley. Pero verla experimentar tan­to placer, saber que él era el responsable de eso, hizo que estallara junto con ella.
Momentos más tarde, con la boca pegada al cuello de miley, sintió un momento de algo que solo pudo calificar como miedo. Miedo a que lo que sucedía entre ellos no fuera a durar.
—¿Sabes? —rió miley con voz ronca—, en algún momento vamos a tener que abandonar la cama.
—¿Por qué? —se incorporó un poco para obser­varla.
Ella le tomó la cabeza entre las manos y le plantó un beso en la boca.
—Porque tengo que solucionar un caso.
Él no pudo evitar una mueca. ¿Y qué pasaría cuando lo solucionara? ¿Regresaría a St. Louis? ¿Cómo quedarían las cosas entre ellos?
Miley lo empujó por los hombros y a regaña­dientes él rodó hasta quedar a su lado y observar­la mientras se dirigía al cuarto de baño a darse una ducha.
Se frotó la cara con las dos manos. Había pasa­do algún tiempo con una mujer en Dallas. En una ocasión, después de haber practicado el sexo y cuando él estaba casi indiferente en el otro lado de la cama, ella le había dicho que algún día iba a conocer a una persona que lo haría sentir lo mis­mo que sentía ella. Se contuvo de realizar un co­mentario desdeñoso y la escuchó con paciencia, pero había pensado que era inmune a aquello que hacía que las mujeres pasaran de ser magnífi­cas compañeras de cama a monstruos exigentes y hambrientos de compromiso.
Empezaba a descubrir que no solo no era in­mune, sino que sentía lo mismo, pero multiplica­do a la enésima potencia.
Se levantó de la cama, se quitó el preservativo usado y comenzó a recorrer la habitación. No le gustaba nada la situación. No se suponía que fue­ra a pasarle a él.
«Tranquilízate. Te gusta el sexo con esta mujer. Y todavía no quieres que se termine», se dijo. Eso no tenía nada de malo. No significaba que estu­viera enamorándose.
Amor.
No. No. Había una diferencia entre el sexo y el amor.
Miley salió del cuarto de baño. Llevaba pues­tos unos pantalones cortos de color caqui y una blusa blanca con una camiseta blanca debajo. No habría podido aparecer más sexy ni con las pren­das de uno de esos catálogos de mujeres.
«Santo cielo, me estoy enamorando de ella», comprendió a punto de atragantarse.
—¿listo? —preguntó miley.
No, no estaba listo. De hecho, jamás lo estaría. Se preguntó qué iba a hacer. ¿Adonde iba a ir? Ella lo miraba. ¿Qué le iba a decir?
—¿Para qué? —se obligó a preguntar.
—Para recuperar la caja del coche, por su­puesto.
—Por supuesto —repitió, yendo de un lado a otro de la habitación. Paró y trató de obtener cierta perspectiva, pero por su cabeza solo reso­naba la aterradora palabra que empezaba por «A». Al final se forzó a vestirse, para distraerse un poco. Entonces asimiló las palabras de ella y la miró mientras terminaba de ponerse la camisa—. ¿Qué has dicho?
—¿Qué? —lo miró con inocencia—. ¿Que va­mos a ir a recuperar la caja de tu coche?
—Sí, eso —cruzó los brazos—. ¿Estás loca? Es imposible que entremos en ese sitio sin que los matones nos vean —«o los perros», pensó. No sa­bía qué era peor.
Ella se pasó el bolso al hombro, acomodó la carpeta bajo el brazo y se dirigió hacia la puerta.
—Exacto.
Nick contuvo la puerta con la mano y la cerró.
—¿Qué quieres decir con «exacto»?
—Nelson me dijo que hay ocasiones en que es inteligente hacerte amigo de tus enemigos —se encogió de hombros.
Nick suspiró. Otra vez ese Nelson Polk.
Miley sonrió.
—Creo que es hora de que tú y yo averigüe­mos quiénes son en realidad nuestros nuevos amigos, y qué es lo que buscan.

Llegó a la conclusión de que Nick se comporta­ba de forma rara. Se recogió un poco el pelo. Ha­bía salido de la ducha para descubrir que la mira­ba con expresión que solo cabía describir como conmocionada. Y desde entonces no había deja­do de mirarla de ese modo. No hacía ningún co­mentario sarcástico. De hecho, parecía preparado para huir en la dirección opuesta con que ella lo asustara.
Sonrió, tentada de probarlo.
En la parte de atrás del taxi que había llama­do, Nick no habría podido sentarse más lejos de ella. Y tenía la clara impresión de que lo intenta­ba. De manera que hizo lo natural. Alargó la mano y lo tocó.
Él se sobresaltó y miley soltó una carcajada.
—¿Me estoy perdiendo algo? —preguntó, a punto de quitar la mano de su brazo, aunque cambió de idea, ya que le gustaba verlo un poco incómodo.
Nick movió la cabeza y tragó saliva.
—No sé si es una buena idea.
Ella subió la mano por su brazo, luego por su pecho, hasta encontrar la abertura de la camisa e introducir los dedos para sentir el vello del torso. Sonrió y le acarició una tetilla. Él le tomó la mano.
—¿Quieres parar? Hablo en serio.
—No hay nada de qué preocuparse, nick—re­puso, reclinándose contra su lado del asiento mientras veía cómo él se derrumbaba en el otro casi con alivio cómico—. Si son del FBI, entonces estamos a salvo, porque ninguno de los dos ha hecho nada malo —al menos eso esperaba—. Si no lo son... bueno, estamos a pleno día. ¿Qué crees que van a hacer? ¿Dispararnos?
—La idea ha pasado por mi cabeza.
—Pues nosotros les respondemos —palmeó el bolso donde llevaba la pistola.
—Cielos, eso me tranquiliza —comentó con su viejo espíritu, aunque no con la misma energía.
Miley le había dicho al conductor que le avi­sara en el momento en que estuvieran cerca. Cuando lo hizo, le indicó que los dejara en la es­quina opuesta del parque de la grúa, y recompen­só sus esfuerzos con una buena propina.
Bajó del coche y mantuvo la puerta abierta.
—¿Vienes? —preguntó. Nick no parecía ser consciente de que el taxi se había detenido.
Hizo una mueca y bajó junto a ella. Vieron marcharse el taxi enfrascados en sus propios pensamientos.
Miley lo tomó del brazo y comenzó a caminar hacia el aparcamiento. El sedan con los tres mato­nes estaba aparcado ante la otra acera. Cruzó y se dirigió hacia el garaje junto al solar, donde proba­blemente se hallaba la oficina.
—¿Adónde vamos? —preguntó Nick.
—A recuperar tu coche.
Casi sin mirar el sedan oscuro los dos entra­ron por las puertas del garaje, cuyo interior se veía en penumbra y atestado, como cualquier otro local similar. Nick se dirigió hacia una oficina prefabricada donde un tipo fumaba un cigarro y leía la sección de deportes del periódico.

PRIVATE INVESTIGACIONS CAP 22

HOLA MIS QUERIDAS LECTORAS Y SISTERS , ESPERO QUE TODITAS ESTEN BIEN LAS QUIERO UN MONTÓN Y LAS EXTRAÑO EMI, YAZ, SARI,PRI,VALE Y TODASSSSSSSSSS, AQUI LES DEDICO LOS CAPS A TODAS LAS HERMOSAS QUE COMENTAN , MUCHAS GRACIAS.


ADVERTENCIA:CAPI HOT



—No era la respuesta que buscaba.
—Por desgracia, es la única que tengo.
Ella se acomodó sobre la almohada y tocó las páginas del libro.
—¿Qué estás leyendo? —le costaba creer que se pusiera a leer una novela en esa situación, pero la verdad era que no conocía muy bien a Nick.Quizá le diera por leer cuando estaba nervio­so o en problemas.
Él alzó el libro para dejarla ver la tapa.
Cómo Hacerse Investigador Privado en Diez Pasos Rápidos y Sencillos.
—Bromeas —comentó boquiabierta.
—No —sonrió.
Le quitó el tomo de las manos y observó la contratapa. Conocía el libro. Hacía un mes había sacado un ejemplar de la biblioteca pública de St. Louis. Lo que no sabía era qué hacía nick con él.
Se lo devolvió con un suspiro.
—¿Qué haces nick?
—Supuse que necesitaba ocuparme cuando no disfrutábamos del sexo —lo cerró y lo dejó sobre la mesita de noche.
—¿Y se te ocurrió hacerte investigador priva­do?
—No —sonrió—. Tú eres la investigadora. Pen­sé que si leía sobre el tema llegaría a ser más ayuda que estorbo.
Miley no supo si sentirse conmovida o insul­tada. Optó por lo primero y trató de desterrar lo segundo.
—¿Esto significa que ahora voy a tener que leer sobre zapatos?
—No, a menos que quieras —rió entre dien­tes. Se acercó y apoyó un dedo en el bajo de la camiseta—. ¿Sabes?, podríamos saltarnos las par­tes de investigación y calzado e ir directamente a la del sexo.
Ella sintió un escalofrío y los pechos se le en­durecieron.
—Mmm —musitó mientras veía cómo le le­vantaba la camiseta para revelar sus braguitas blancas.
El dedo se abrió paso por debajo de la banda elástica y la acarició con suavidad. Miley  jadeó, sorprendida por el despertar instantáneo de sen­saciones ardientes por todo el cuerpo.
Las braguitas desaparecieron, pero en vez de subir, nick tomó uno de los pies de ella en sus ma­nos. Le hizo algo en él que consiguió que se le contrajeran los pezones.
—¿Tienes alguna predilección por los pies? — su intención era que el comentario sonara como un leve sarcasmo, pero la voz le pareció ronca in­cluso a ella, revelando lo mucho que le gustaba lo que hacía.
Él sonrió y la acarició desde el talón hasta el dedo gordo y oyó un jadeo.
—Los pies son mi negocio.
—A algunos hombres les encantan los pechos —se mordió el labio—. A otros las piernas. Mi sino ha sido encontrar uno con un fetiche por los pies.
Nick empezó a subir por su cuerpo. Miley se acomodó en el colchón y estiró el cuello cuando los dedos de él encontraron su botón mágico y comenzaron a frotarlo.
—Dios, estás encendida —murmuró él, y su aliento agitó el vello que había entre las piernas de miley.
Ella abrió los ojos en el momento en que la boca de nick se pegaba a su núcleo ardiente, mien­tras con los dedos mantenía los pliegues abiertos a las atenciones que le dedicaba. Jadeó, atrapada entre la necesidad de apartarlo y el deseo de que continuara con lo que hacía.
Arqueó la espalda con violencia y sin pudor se empujó contra él mientras la lamía con la lengua. Se humedeció los labios y pensó que una chica podía acostumbrarse a eso. Le succionó la parte más sensible de su cuerpo y miley tembló.
No dejó de subir y subir, hasta que se tamba­leó al borde del precipicio... momento en el que Nick retiró la boca.
—¡No! —gritó ella, tratando de obligarlo a ba­jar otra vez.
Él rió entre dientes y al rato las protestas de miley cesaron cuando Nick reemplazó la boca con su erección, dura y palpitante entre las piernas de ella, haciendo que pegara las caderas con­tra él.
—Estamos impacientes esta mañana, ¿eh? — musitó, mordisqueándole el cuello.
—Cállate y dámela.
Él adelantó toda su extensión por los pliegues de ella y volvió a dar marcha atrás.
—¿Darte qué,miley cyrus? Quiero oírtelo decir.
Ella abrió los ojos para mirarlo, con expresión dominada por la necesidad.
Bajó la mano, lo tomó con los dedos y descu­brió que ya tenía enfundado el preservativo. En­cajó la punta de la erección contra su centro fe­menino, luego elevó con rapidez las caderas.
—Esto... oh, sí, esto...

viernes, 7 de octubre de 2011

PRIVATE INVESTIGATIONS CAP 21

HOLA QUERIDAS LECTORAS :) ESPERO QUE TODAS ESTEN MUY BIEN , LAS QUIERO UN MONTON AQUI LES DEJO OTRO CAP
Miley Cyrus HAITI HONEY

A la mañana siguiente estudiaba el escaso con­tenido de la carpeta que tenía sobre la cama, con la vista clavada en la foto de Nicole Bennett mien­tras comprobaba la información que le había pro­porcionado Clarise Bennett y trataba de encajar todo con lo sucedido hasta el momento. Suspiró y se dejó caer sobre las almohadas, consciente de que la cama enorme parecía demasiado vacía sin nick en ella.
Giró la cabeza para mirar la almohada de él. Habían tenido algo más que un sexo magnífico la noche anterior después de regresar de la Pirámi­de. Se frotó la frente y contempló la puerta por la que él se había ido. Había dicho que iba a buscar unos donuts. Miley no tenía que recurrir a su bagaje de cuatro días de experiencia como detecti­ve para conjeturar que no le hacía falta casi hora y media para traerlos.
Se sentó y colgó las piernas por el costado de la cama. Siempre había considerado que el acto tan íntimo estaba sobrevalorado. Antes de estar con nick, había salido y tenido sexo con tres hom­bres. Primero había sido con Jack Bassett en el asiento de atrás del Chevy del padre de él al ter­minar el baile de fin de curso, y la sensación había sido de plena insatisfacción. El número dos había sido Terry Sheen en la universidad. No tenía un Chevy, pero también había sido rápido. Tanto, que se preguntaba si lo que habían tenido había sido sexo o algo más parecido a ataques sorpresi­vos, con más huidas que ataques.
Luego estaba el tercero. ¿Quién había dicho que el tamaño no importaba? Quien fuera, jamás se había acostado con el Pequeño Tim Bensen. Al principio había creído que lo llamaban Pequeño en broma porque medía un metro noventa y pe­saba cien kilos. Había sido una ilusa.
rió, incapaz de creer que pensaba en su vida sexual de forma tan despreocupada. Hacía solo dos días que se había cuestionado su sexualidad debido precisamente a esos tres hombres, consi­derando que era culpa de ella no haber alcanzado el orgasmo durante el sexo.
Hasta que apareció nick.
Se encendía solo con pensar en él. Era agrada­ble descubrir que la fama que tenía el sexo era bien merecida. Le dolían puntos que no sabía que podían llegar a dolerle. Y cada vez que daba un paso, se sentía tentada a preguntarse si podía ha­ber algo así como demasiado buen sexo.
Recogió los papeles, los arregló y luego los me­tió en un sobre de papel de manila. Se había sen­tado para analizar el caso y había terminado pen­sando en nick. Había sospechado que existirían inconvenientes para lo que había entre ellos. Pero, por algún motivo, no había considerado que una buena vida sexual sería equivalente a una mala profesional.
En ese momento oyó la cerradura de la puerta. La miró. Se sobresaltó cuando alguien intentó abrir y se vio detenido por la cadena de seguridad.
—miley, soy yo —llamó nick.
Soltó el aire que había contenido y fue a abrir. Un momento más tarde, él le sonreía como si hu­biera llevado ausente días y no solo noventa mi­nutos... y como si se alegrara mucho de verla.
Alzó una bolsa que miley le arrebató y abrió antes incluso de llegar a la cama.
—Gracias —dijo con la boca llena con un pas­tel de crema.
Nick movió la cabeza y depositó otra bolsa en la mesa.
—Guárdame uno, ¿quieres? —al ver la expresión de ella, añadió—: Mejor aún, dámelo ahora —extendió la mano junto a la cama y ella hizo exactamente lo que le pidió, le entregó solo un bollo de los seis que había llevado. Le sonrió y sacó la lengua para limpiarse crema de la comisu­ra de los labios. A Nick le costó tragar saliva—. Qui­zá no fue tan buena idea.
—Fue fantástica —apartó la carpeta y palmeó la cama—. Cuéntame.
—¿Contarte qué? —se sentó.
Ella aceptó el café que le ofreció Nick.
—Sé que no se tarda tanto en traer un par de donuts nick.
—¿Me has echado de menos? —le sonrió.
«Más de lo que nunca sabrás», pensó.
—No.
—Mentirosa —se inclinó y plantó un beso en su rodilla.
Riendo, se apartó con una hoguera encendida justo en la zona que le encantaría que le besara.
—Nunca te interpongas entre una mujer y sus donuts —dio otro mordisco—. Suéltalo.
Nick primero comió su donut. Muy lentamente. miley se movió nerviosa y se centró en el segun­do bollo.
—Fui al depósito de coches —ella enarcó las cejas—. Sí. El coche se encuentra detrás de una valla de dos metros y medio protegida por dos perros de aspecto muy feroz sueltos en el interior —frunció el ceño y bebió un trago de café de la taza de ella—.Y en el exterior había otro coche conocido con unos matones dentro.
—¿Estaban allí? —le costó tragar.
—Sí. Los tres.
—Fantástico —se dejó caer sobre la almoha­da, sin pensar que solo llevaba una camiseta y unas braguitas. Al menos hasta que Nick posó la vista en el triángulo de algodón entre sus piernas.
—Mmm. Sí... fantástico.
Miley tiró del borde de la camiseta y se cu­brió la zona en cuestión. En ese momento no quería que el sexo la distrajera, sin importar lo mucho que respondía su cuerpo ante esas sim­ples palabras.
—¿Te han dicho alguna vez que solo te obse­siona una cosa?
—Sí —sonrió—. Tú.
Miley recogió la carpeta de la cama y se acer­có a la mesa, lejos de la tentación que representa­ba Nick jonas . La abrió y extendió los documentos que había dentro.
Él suspiró con exagerada exasperación.
—Bueno, como el sexo no figura en mi futuro inmediato, te importa tirarme la bolsa que tienes al lado.
Con gesto distraído, agarró la bolsa que había dejado sobre la mesa al entrar y la tiró a la cama, luego se sentó para concentrarse en el caso. Soslayó el ruido de plástico que oyó desde la cama y llegó a la conclusión de que debía estar pasando algo por alto.
Estaba convencida de que no había ninguna relación sanguínea entre Nicole y Clarise. Incluso cuestionaba que Bennett fuera su apellido. Nada más llegar a Memphis, el primer recepcionista del hotel al que le había dado veinte pavos le había dicho que Nicole se había registrado bajo el ape­llido Kidman.
Alzó el auricular y llamó a una prima tercera por parte de padre que trabajaba en la compañía telefónica de St. Louis. Janet era dos años menor que ella y no era la más brillante de la familia, pero siempre se habían llevado bien. Después de una conversación normal e intrascendental, le pidió que comprobara si había una línea a nom­bre de Clarise Bennett en la zona de St. Louis o sus alrededores. No había ninguna. Luego le pre­guntó a qué nombre figuraba el número que le había dado Clarise y que en ese momento se ha­llaba fuera de servicio. Janet pareció un poco molesta.
—Cielos, Ripley, sabes que no puedo hacer eso. Es ilegal.
Miley se mordió la lengua para no decirle que ese era el motivo preciso por el que la había lla­mado a ella y no a Información. Se contuvo y le contó que salía con un chico que le había dado ese número, pero que de pronto había desapare­cido. Lo peor era que se temía que estaba casado.
—El nombre al que figura el número es el de Christine Bowman —anunció Janet un momento más tarde—. Después de la instalación inicial hace dos meses, dejó de pagar la factura y la com­pañía le cortó el servicio hace unos días —emitió un sonido ininteligible y luego le leyó la direc­ción—. Es raro que pueda permitirse vivir en esa zona y no pagar la factura del teléfono —bajó la voz—. ¿Crees que es la esposa?
—¿Esposa? —oh, había olvidado la historia que acababa de inventar—. Tal como había espe­rado. El muy miserable...
Le dio las gracias a su prima y colgó, pregun­tándose si Clarise Bennett sería Christine Bowman. Apostaba que sí. Lo que no sabía era por qué tomarse tantas molestias para darle un nombre falso.
Estudió otra vez la foto de Nicole y volvió a cuestionarse el extraño ángulo de la toma y su cualidad granulada. Armada con la sospecha de que Nicole y Christine, alias Clarise, no estaban relacionadas, no le cupo duda de que había sido sacada desde una cámara de seguridad. Se acercó más para examinar el entorno. La toma era desde los escalones delanteros de una casa con colum­nas blancas que flanqueaban la entrada y un pa­seo de baldosas que serpenteaba detrás de ellas.
Nicole llevaba un sencillo vestido claro, que pare­cía más un uniforme que una prenda de confec­ción corriente.
Se irguió, pensando.
Nicole no era la hermana de Clarise. Y tampo­co había ido a hacer una visita familiar a la casa de esta. Sospechaba que había trabajado en la casa, y no por mucho tiempo, si Clarise se había trasladado allí hacía solo un par de meses. Luego Nicole había robado la caja...
Cruzó las piernas. Entonces, ¿por qué Clarise no llamó a la policía para denunciar los artículos robados? ¿Por qué decidió contratarla a ella para recuperar lo que parecía un simple estuche con bisutería sin valor?
Respiró hondo; las respuestas que obtenía solo provocaban más preguntas.
—Necesito la caja —dijo en voz alta.
Miró a nick, tendido en la cama mientras leía un libro que tenía apoyado sobre el estómago marcado como una tabla para lavar. Soslayó el vuelco que le dio el corazón y fue a sentarse a su lado.
—¿Qué posibilidades tenemos de meternos en el coche sin que nadie nos vea?
—Ninguna —respondió, apoyando el libro so­bre el estómago.