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lunes, 29 de agosto de 2011

PRIVATE INVESTIGATIONS CAP 15

HOLA CHICAS, ESPERO QUE ESTEN BIEN TODAS AQUI LES DEJO UN CAP Y SIENTO HABERME TARDADO TANTO EN SUBIRLO , AHORA ENTRE DE NUEVO AL COLE Y NO TENGO MUCHO TIEMO PERO SUBIRE CUANDO PUEDA.

LAS QUIERO UN MONTON A TODAS.


—Es que, bueno, en cinco años que llevo tra­bajando para usted, nunca había cancelado una cita.

Nick frunció el ceño. ¿Sería cierto? Se dio cuen­ta de que ni cuando pilló una gripe fuerte ni cuando su tía murió unos meses atrás había cancelado ninguna cita. Se frotó la nuca. Hizo una mueca.

—Entonces, ¿no cree que ya era hora de que empezara? —le preguntó a Gloria. Oyó una risa suave por la línea.

—Desde luego. Pero no iba a ser yo quien se lo dijera.

Hablaron unos minutos más y luego cortó. Miley extendió la mano con la palma hacia arriba. nick depositó el teléfono en ella y se preguntó cuánto tiempo podían sobrevivir las baterias en el plástico.

—¿Qué vas a hacer ahora con él?

—Tirarlo.

Después de observarla un rato, se obligó a to­mar el tenedor, pero cambió de parecer y llamó a la camarera.

—Llévese esto y tráigame lo mismo que a ella.

—Pero va a tener que pagar la ensalada.

—Desde luego —ignoró a la camarera y se concentró en miley—. Háblame de esa persona desaparecida.

—En realidad, no hay mucho que contar — mojó una de las patatas fritas en la salsa de barba­coa—. Su hermana me llamó antes de ayer y pidió una cita —sonrió—.Yo acababa de poner mi anun­cio en el periódico y fue la primera llamada que recibí. Bueno, técnicamente fue la segunda, pero la primera no cuenta porque no acepté el caso.

—¿Cuál era?

—Un hombre quería que le tendiera una tram­pa a su mujer.

—No te sigo.

Suspiró y agitó una patata frita.

—Sospechaba que tenía una aventura con otra mujer. Quería contratarme como señuelo. Pero primero tenía que echarme un buen vistazo para comprobar que pasaba la prueba.

—¿Bromeas?

—No —se llevó una patata frita a la boca y se limpió los dedos con la servilleta—. Pero la se­gunda llamada fue de Clarise, la hermana de Nicole Bennett. Había solicitado una cita en mi des­pacho, pero como mi despacho es mi apartamento hasta que pueda alquilar uno, le pro­puse vernos en su casa. Dijo algo de que su mari­do no sabía nada y quedamos en una cafetería. Me entregó una foto, la dirección más reciente y comentó que durante una visita reciente, Nicole le había robado algunas cosas.

—¿Qué?

—Plata... y también joyas, aunque hasta ahora lo único que ha vendido es la plata. Sí, lo sé, yo también quedé sorprendida. Quiero decir, ¿en qué mundo vivimos en el que ni siquiera puedes confiar en tu hermana? Me dijo que, por desgra­cia, Nicole siempre había tenido dedos largos y que no estaba preocupada por los objetos robados, sino que quería cerciorarse de que su herma­na se hallaba bien.

La camarera le llevó el plato y Nick se frotó las manos antes de dedicarse a comer.

—Fui al apartamento de Nicole, pero en reali­dad no era un apartamento... se parecía más a una habitación de alquiler. Y no daba la impresión de que hubiera estado allí mucho tiempo.

—¿Drogas?

—Es lo mismo que pregunté yo. Pero su herma­na me dijo que jamás había tenido conocimiento de que Nicole probara drogas. Y la gente a la que interrogué en el edificio coincidió en que había parecido una joven tranquila y nunca con aspecto drogado, así que... —se encogió de hombros.

—¿Cómo lograste rastrearla hasta aquí? —pre­guntó después de tragar un bocado de la carne más exquisita que había probado en mucho tiempo.

—Hice lo habitual. Ya sabes, comprobé el aero­puerto, las estaciones de tren, las empresas de al­quiler de coches... y no encontré nada. No fue hasta toparme por accidente en el aeropuerto con una auxiliar propensa a ganarse unos ingre­sos extra —sonrió—. Reconoció una foto que tengo de Nicole y me dijo que le había vendido un billete a Memphis y que personalmente la ha­bía visto embarcar la noche anterior en el avión que la trajo hasta aquí. Así que la seguí, encontré el hotel en el que se hospedaba y me puse a patear las calles. La tienda de empeño —señaló con el dedo pulgar—, fue mi tercera parada.

Nick observó mientras un taxi se detenía delan­te de la tienda en cuestión. Una mujer de pelo os­curo bajó de él y se dirigió hacia el estableci­miento con una bolsa de papel marrón en la mano derecha.

—¿Tienes una foto de la mujer? —preguntó. Miley asintió y sacó una de la carpeta que tenía al lado. Nick la estudió, luego a la mujer que entra­ba en el local—. No mires ahora, pero tu chica acaba de llegar.



«Esto es mejor que el sexo».

La mente de miley hizo una pausa mientras ella salía por la puerta a la carrera, con el corazón a mil pulsaciones por minuto. «Bueno, quizá sea tan bueno como el sexo», se dijo, aunque no pudo darle más vueltas al asunto, porque estaba acercándose a su primer caso de persona desapa­recida.

Miró atrás y vio que Nick  era frenado por la ca­marera para que pagara la cuenta.

El sonido de sus pies en la acera. La sensación del pelo volando al viento. El ardor en los pulmo­nes, lo que revelaba el poco ejercicio que hacía. Todo eso se combinaba para hacerla sentir... muy bien.

Frenó cerca de la tienda de empeño, con la mano sobre el costado. Era evidente que necesita­ba hacer ejercicio. De la forma menos conspicua posible, asomó la cabeza para mirar por el sucio escaparate, luego se echó para atrás. Esbozó una sonrisa tan amplia que le dolió la mandíbula. No cabía duda. Era la taimada Nicole Bennett.

Había recibido instrucciones claras sobre lo que debía hacer cuando la localizara. A saber, se­guirla para averiguar dónde se alojaba y luego lla­mar a su hermana en St. Louis.

Frunció el ceño. La última vez que había trata­do de llamar a la hermana de Nicole, había escu­chado una grabación que informaba de que la lí­nea estaba desconectada.

El sonido de una campanilla hizo que abando­nara el umbral en el que se ocultaba. Miró a Nico­le Bennett salir de la tienda sin la bolsa y guardán­dose dinero en el bolsillo de la chaqueta.

—Quieta —ordenó. Ella misma se quedó asombrada. Santo cielo, no era poli. Ni siquiera te­nía que acercarse a Nicole, esta no tenía que sos­pechar que la seguían.

Era su primer caso y ya lo había estropeado.

Los ojos grises de Nicole se abrieron sorpren­didos. Luego miró las manos de miley,que no ex­hibían ningún arma, y emprendió la carrera en la dirección opuesta.

Miley fue tras ella. No sabía qué iba a hacer cuando la alcanzara, pero esperaba descubrirlo llegado el momento.

—¿Es ella?

La voz de Nick sonó tan cerca de su oído que hizo que miley chillara. Entonces, antes de poder detenerse, perdió el ritmo de carrera y cayó so­bre la dura acera. Lo único que le impidió despe­llejarse fue la celeridad de pensamiento de él, que la agarró de la parte de atrás de la camiseta y la sostuvo en medio del aire. Miley alzó la cabeza para ver a Nicole girar por la esquina y desapare­cer de vista.

Con torpeza recuperó la verticalidad, se alisó la camiseta y luego le dio un pisotón a Nick.El gri­to que soltó él apenas mitigó su decepción.

—¿Y eso a qué se ha debido? —preguntó sal­tando sobre un pie.

—Por hacer que perdiera a mi primera perso­na desaparecida.

Miró en la dirección que acababa de tomar Ni­cole, fue hacia allí, pero se detuvo y comenzó a caminar hacia la cafetería. Pero en el instante en que lo hacía, divisó el sedan oscuro en el que iban los tres gigantes que afirmaban ser del FBI.

lunes, 22 de agosto de 2011

PRIVATE INVESTIGATIONS CAP 14



Desde luego,nick y ella no lo eran. Él no era más que un pobre inocente que se había metido en problemas por ella. Que pareciera cualquier cosa menos inocente no era culpa suya.

—No lo sé —musitó. Vio que tensaba la man­díbula y cerró la carpeta—. Escucha, Nick,ya te he dicho que no tienes por qué hacerlo. Si quieres la verdad, no termino de funcionar cuando estoy cerca de ti —la miró con expresión escéptica—. Y no quiero meterte en más problemas de los que ya te he metido —suspiró y apretó la carpeta contra el pecho—. Creo que sería mejor para am­bos si me llevaras de vuelta al hotel y me dejaras allí. Me subiré en mi coche de alquiler y...

 —¿Y?

—¿Y qué?

—¿Qué harías a partir de ahí?

—Ya se me ocurriría algo —se encogió de hombros—. De hecho, no me sorprendería encontrar la respuesta en cuanto tú desaparecieras del cuadro —él esbozó una sonrisa—. ¿Qué? — instó, inexplicablemente irritada otra vez.

—De modo que no funcionas bien conmigo cerca, ¿eh?

—Tú... —miró por la ventanilla y agitó una mano—... interfieres con mis circuitos mentales, o algo así.

—Mmmm. O algo así.

—¿Qué sugerirías que es? —preguntó volvien­do a mirarlo.

—Es sencillo —repuso con una sonrisa aún más amplia—. Me deseas. Mucho.

La risa de ella fue espontánea, pero en ella vi­braba la tensión e hizo que sonara ronca y sexy.

Él miró por el retrovisor y cambió de carril para volver a la ciudad.

—Tengo una sugerencia, si te apetece oírla.

—¿Me incluye desnuda y una cama?

—Tal vez.

—Entonces no quiero oírla.

—Muy bien —fingió ponerse ceñudo—, no implica ninguna de esas dos cosas. Por ahora.

La promesa que emanaba de su voz le provo­có temblores.

—Cuéntamela —pidió al rato.

—Como ya hemos establecido que estamos juntos en esto hasta que consigas encontrar a tu persona desaparecida...

—Nicole Bennett.

—Sí, a esa tal Bennett, sugiero que paremos a comer en la siguiente cafetería.

—¿Y en qué nos ayuda eso a encontrar a Nicole?

—No lo hace. Pero detendrá los crujidos de mi estómago —la miró—. Y me brinda la oportu­nidad de llamar a mi secretaria en Minneapolis para pedirle que nos haga reservas en otro hotel. Bajo otro nombre. Nada que pueda llevar al FBI...

—No son del FBI.

—Muy bien, nada que pueda conducir a esos tipos hasta nosotros.

—¿Entonces?

—¿Entonces qué? —parpadeó.

—¿Qué pasa después?

—¿Quieres oír lo que espero que suceda o lo que creo que va a suceder? —la recorrió con la vista.

Los pezones se le contrajeron contra el suave algodón de la camiseta.

—Lo, mmm, segundo.

Nick se encogió de hombros y miró el camino.

—A partir de ahí tú llevarás la voz cantante. No estoy seguro de que sepas mucho sobre lo que estás haciendo, pero puedo afirmar que yo no sé nada sobre ser un detective privado. Así que iremos a un lugar seguro y a partir de ahí me dirás en qué puedo ayudarte.

—Muy bien.

—Perfecto.

—Sí.

—¿Siempre tienes que decir la última palabra?

Miley lo miró y se dio cuenta de que eso era exactamente lo que había estado haciendo. De al­gún modo era liberador sentir el fuego competiti­vo arder en su estómago, impulsándola a cuestio­nar todo sin pensar en las consecuencias.

—Siempre —le sonrió.



—Toma.

Nick se reclinó en el reservado de la cafetería y contempló el teléfono móvil que miley alargaba hacia él. A petición de ella, habían elegido una ca­fetería lo bastante cerca de la tienda de empeño como para ver entrar y salir a la gente y lo bastan­te lejos como para estar a salvo en caso de que regresaran los tres chiflados. Justo después de pe­dir la comida, ella le había informado de que de­bía hacer una cosa antes de desaparecer por la puerta y dirigirse en la dirección opuesta de la tienda.

Intentaba pasarle un teléfono móvil rayado y abollado que él no estaba seguro de querer tocar.

—¿Qué es eso?

—Un teléfono móvil.

—Eso puedo verlo —lo aceptó y ella se sentó a su lado.

La camarera apareció con sus platos.

—Estupendo. Me muero de hambre —miley se humedeció los labios al ver el sandwich de carne asada acompañado de patatas fritas.

Nick  hizo una mueca al ver la ensalada de pollo de aspecto soso que le plantaron delante.

—¿De quién es? —agitó el teléfono para cap­tar su atención, centrada en ese momento en la comida.

Dio un mordisco al sandwich y sacó la lengua para limpiarse un poco de salsa en la comisura de los labios. Se encogió de hombros.

—No lo sé. Supongo que ahora es mío.

Nick se ordenó dejar de mirarla.

—Se lo compré a uno de esos tipos de la es­quina —señaló con el pulgar por encima del hombro—. Así que imagino que es robado. Pensé que si nuestros amigos estaban rastreando tus lla­madas, esto les complicaría las cosas.

Nick tuvo la impresión de que al único que se le complicarían las cosas cuando todo terminara, sería a él.

—Ten cuidado con lo que digas —continuó miley—. Lo compré para que les costara rastrear tu actual paradero.

Él contempló el aparato, luego marcó el núme­ro de su despacho en Minneapolis. Gloria contes­tó a la primera llamada. Si experimentó preocu­pación o curiosidad ante la sugerencia de que le reservara una habitación bajo otro nombre e hi­ciera que todos los gastos se pasaran a la cuenta personal de ella, por lo que le prometió que le reembolsaría el doble, no lo mostró.

Fue cuando le pidió que cancelara todos los compromisos que tenía con Shoes Plus cuando se quedó en silencio.

—¿Disculpe? —dijo pasados unos momentos.

—Dígales que tengo la gripe.

—Original —miley frunció la nariz.

—Gloria, tache eso. Dígales que una emergen­cia familiar me obligó a regresar a Minneapolis en el primer vuelo — miley puso los ojos en blan­co—. No, no. Discúlpese en mi nombra y comuníqueles que me caí de la terraza de mi habitación de hotel en la segunda planta y que estoy en el hospital.

Eso le ganó una sonrisa de aprobación de miley,una sonrisa que le causó un nudo en el estómago. Apartó el plato de ensalada.

—¿sr nicholas? —preguntó Gloria con tono de gran confusión.

—¿De qué se trata?

domingo, 21 de agosto de 2011

PRIVATE INVESTIGATIONS CAP 13

—Debió ser duro para ti —indicó miley—. Que te arrebataran de esa forma todos tus sueños.

—Sí, lo fue.

Ella lo contempló unos momentos en silencio.

—Aunque da la impresión de que te ha ido bastante bien. No todo el mundo consigue reco­brarse de semejante golpe. Tengo un primo en St. Louis que sufrió un accidente de coche la noche anterior a concluir las negociaciones que llevaba con los Cardinals. Vive de lo que cobra de la segu­ridad social, bebiendo y escuchando a Springsteen. No es un cuadro muy bonito.

Nick la miró con atención por primera vez.

—Supongo que de niña no sería tu sueño ser secretaria.

—No —sonrió—. Estudié programación de or­denadores. Gira a la izquierda.

Él tuvo la impresión de que no iba a explayarse.

—¿Por qué debería girar por aquí?

—Si vas a cuestionar todo lo que pida, nick, en­tonces será mejor que pares y me dejes bajar. Por­que esto no va a funcionar.

—¿Qué? ¿No crees que tengo derecho a saber adonde vamos? ¿O preferirías que me pusiera una venda?

—No es una mala idea —lo recorrió lentamen­te con la mirada.

Nick no quería estar detrás de un volante cuan­do sucediera. Preferiría estar en una cama con las manos atadas y miley montada sobre él.

—Vamos a comprobar la tienda de empeño a la que fui ayer. La mujer a la que busco... le ven­dió un par de cosas al dueño antes de ayer.

—¿Y crees que volverá? —ella asintió—. ¿Por qué? —los ojos de miley soltaron chispas—. Lo siento —alzó las manos—. Por favor, solo dime que no se basa en una intuición femenina.

—Es una intuición femenina —sonrió. Él gi­mió—. Le dijo al dueño que quizá volviera hoy a venderle algunas cosas más.

Un par de manzanas más arriba le indicó que girara a la derecha. Era una zona próxima a Beale Street, necesitada de unos cuidados que proba­blemente no iba a recibir. Unos hombres negros que había en una esquina dejaron de hablar y se volvieron para verlos pasar. Miley le dijo que fre­nara en la siguiente calle.

—Cielos —musitó.

Pero antes de que nick pudiera preguntarle qué sucedía, ella enterraba la cabeza en la entrepierna de sus pantalones.









—Preguntaría qué haces ahí abajo —indicó Nick mientras miley metía aún más la cabeza en su regazo—. Pero me temo que si lo hago, pares lo que tienes en mente.

Miley puso los ojos en blanco.

—Coche a la una. Un sedan oscuro de cuatro puertas. ¿Alguien te resulta familiar?

No oyó nada durante largo rato, luego el co­che de Nick aceleró hasta lo que ella consideró que era el límite de velocidad.

—Maldita sea —repitió él unas cuantas veces.

Miley intentó soslayar el calor que emanaba de los pantalones húmedos y el hecho de que una cierta parte de la anatomía de Nick se hallaba a unos centímetros de su boca. Tragó saliva.

—¿Es seguro que me incorpore?

—¿Qué? —pareció distraído, luego suspiró—. Sí, ya que el motivo por el que estás ahí abajo no es el que yo esperaba.

Miley se irguió y se apartó el pelo de la cara. Se hallaban a dos manzanas de la tienda de empe­ño. Justo del otro lado de la calle había un sedan parecido al de nick. Vio cómo uno de los campeo­nes de lucha bajaba de la parte de atrás del vehí­culo, miraba en ambas direcciones y cruzaba ha­cia el local. Frunció los labios.

—¿Cómo diablos llegaron antes que nosotros? —inquirió Nick de forma retórica.

—Si no te hubieras detenido en el aparcamiento a proteger mi pudor, no nos habrían adelantado — soltó ella y se ganó una mirada centelleante. Se en­cogió de hombros—. ¿Qué? Es la verdad. Da la im­presión de que acaban de llegar, lo que significa que nos ganaron por un par de minutos.

—Sí, claro —hizo una mueca—, si no hubiera parado, te habrían sorprendido dentro de la tien­da —se frotó el mentón—. Además, dado el moti­vo por el que me detuve, de haber continuado, con toda seguridad habría tenido un accidente. Entonces, ¿dónde estaríamos?

Miley no pudo evitar sonreír. Aparte del hu­mor de la situación, había algo en ella que resulta­ba conmovedor. Descartado el motivo caballero­so, sospechaba que lo que quería era evitar que alguien pudiera mirarla del modo que al parecer a él le gustaba hacer.

—Aquí sucede algo que desconozco —se dijo para sí misma y alargó la mano hacia el bolso. Sacó la carpeta arrugada y la alisó sobre las pier­nas antes de abrirla.

—¿Adonde voy? —preguntó nick.

No había pensado en eso. De hecho, daba la im­presión de que no era capaz de pensar mucho cer­ca de nick. Se preguntó si sería así con las parejas.

viernes, 19 de agosto de 2011

PRIVATE INVESTIGATION CAP 12

Miley & Floyd Cyrus MODELING Picture

—¿Qué haces ahora? —preguntó con los dien­tes apretados y las manos cerradas sobre el volan­te con tanta fuerza que temió arrancarlo de cua­jo. Se movió incómodo y lanzó otro vistazo al trasero redondo y bien torneado.

Ella lo miró con expresión inocente en los ojos.

—Extiendo la ropa para que se seque.

Nick no tenía ni idea de adonde se dirigía, pero supuso que por el momento bastaba con alejarse del hotel. No había visto que nadie los siguiera, pero eso no revelaba gran cosa. No confiaba en su habilidad de detectar a alguien que les pudiera pisar los talones.

Pasaron los minutos. nick fue cada vez más consciente de que miley llevaba un rato en silen­cio. Y notó que lo observaba. Giró la cabeza y confirmó sus sospechas.

—¿Qué? —preguntó, sin tener muy claro que le gustara el ceño de ella.

—¿Qué quisiste dar a entender al decir que al­guien debía salvarme de mí misma?

Se aflojó la corbata, se la sacó por encima de la cabeza y comenzó a quitarse la camisa. Fue a protestar cuando ella alargó los brazos para ayu­darlo. No creía que fuera una buena idea tener las manos de miley cerca en ese momento, y menos cuando bajó los dedos por su piel siguiendo las mangas de la camisa. Después de que le quitara la tela empapada, Nick se quedó con una camiseta de algodón. Contuvo el aliento cuando ella comenzó a levantársela de la cintura de los pantalones.

—Te hice una pregunta. ¿Vas a responderla? —inquirió, mientras los dedos le rozaban el estó­mago antes de quitarle la camiseta.

Nick tragó saliva y le aferró las manos al ver que apuntaban hacia la cremallera de los pantalones.

—No es... una buena idea.

Ella lo miró, luego se encogió de hombros y se apoyó en el respaldo del asiento; cruzó los brazos.

Tuvo la sensación de que la había irritado.

—No quise dar a entender nada específico con eso —repuso, inexplicablemente irritado de que estuviera enfadada con él.

—Creo que sí —contradijo ella—. Creo que querías dar a entender que soy incapaz de cuidar de mí misma.

—Bueno —hizo una mueca—, he de decirte, miley, que a juzgar por lo que he visto hasta ahora, empiezo a dudarlo —ella se agachó para reco­ger la pistola—. ¿Qué haces?

—Para —pidió.

—No hasta que me digas qué es lo que vas a hacer.

Ella soltó un suspiró exasperado. De no haber estado comprobando el arma, Nick habría reído.

—Me voy a bajar —guardó la pistola en el bol­so, luego se puso de rodillas en el asiento para re­coger las prendas en la parte de atrás.

Nick la frenó por la pierna antes de que pudiera ofrecerle otra visión primorosa de su trasero.

—No creo que sea una buena idea —la sintió temblar bajo el contacto y apartó la mano—. Que te bajes.

—Menos mal que no pedí tu parecer, ¿verdad? —indicó antes de inclinarse sobre el asiento.

Nick cerró los ojos un momento, rezó y clavó la vista en el camino hasta que ella volvió a sentarse.

—Dime una cosa,miley. ¿Qué vas a hacer si te dejo bajar? ¿Adonde irías?

—¿Y a ti qué más te da? —se movió en el asiento.

Analizó lo sucedido en los últimos minutos para modificar la atmósfera entre ellos. Había cre­cido como hijo único en una casa donde solo ha­bía hablado él. Todas sus esperanzas de seguir una carrera deportiva le habían sido arrebatadas a los diecinueve años. Había conseguido establecer su negocio de la nada. Después de eso, se consideraba bastante eficiente en la solución de problemas. Pero cuando se trataba de miley esta­ba en blanco.

—Mira, lo que dije no salió como era mi inten­ción.

—¿Oh? —enarcó las cejas—. Podrías haberme engañado, pero te escucho.

Volvió a mesarse el pelo.

—Es evidente que en este último día han su­cedido cosas que me han proporcionado una imagen equivocada de ti.

—Es evidente.

—Soy el primero en reconocer que te conoz­co muy poco. De modo que cualquier impresión es superficial, en el mejor de los casos.

Ella asintió, dándole a entender que iba a tener que encontrar la salida por su cuenta en todo ese lío. Nick suspiró.

—Lo que propongo es lo siguiente —el cami­no por el que iba estaba a punto de acabar ante el río Mississippi. Puso el intermitente izquierdo con la intención de dar vueltas hasta que uno de los dos desentrañara qué iban a hacer a partir de ese momento—.Volvamos hasta el principio para empezar desde cero.

—¿Qué quieres decir? —entrecerró los ojos.

La miró, le ofreció una sonrisa y la mano dere­cha.

—Hola. Me llamo nick jonas, creador y propie­tario de Solé Survivor, S.A.. Encantado de cono­certe.

Ella observó su mano, luego, con cautela, se la estrechó. Nick quedó asombrado por lo finos y de­licados que eran los dedos de miley. Luego ella sonrió, una sonrisa brillante y llena de candor que lo golpeó como un puñetazo debajo del cinturón.

—miley cyrus,investigadora privada —se presentó antes de retirar la mano.

Para Nick era imposible creer que la noche an­terior había estado en la cama de la habitación de un hotel solo, deseando que algo sucediera en su vida. De haber sabido que lo esperaba eso, habría ido con cuidado en la formulación de un deseo tan peligroso.

—Muy bien, miley cyrus, investigadora priva­da. ¿Qué hacías antes de convertirte en detective?

La sonrisa de ella desapareció y miró por la ventanilla.

—Era secretaria —Nick se atragantó. Lo miró con ojos centelleantes—. Hasta hace dos semanas.

—No me lo digas. Un día dejaste tu trabajo y colgaste tu cartel de investigadora.

—Sabía que no iba a funcionar.

—¿Qué? —preguntó nick, tratando de no ser muy crítico—. Solo intento establecer una con­versación.

—No, lo que haces es que parezca una idiota.

Nick hizo una mueca y miley guardó silencio.

—No me preguntaste qué hacía yo antes —mu­sitó él. Recibió una mirada desconcertada—. Antes de dedicarme al diseño de calzado deportivo.

—Muy bien,Nick jonas—concedió ella con cautela—, ¿qué hacías antes de convertirte en vendedor de calzado?

—Me dedicaba a la práctica del deporte.

—Qué bien —bajó la vista al pecho de él.

—Trabajaba para firmar como profesional cuando me reventó la rodilla.

—¿Qué deporte? —alzó la vista a su cara.

—Baloncesto.

Ella asintió, como si hubiera sido lo que había adivinado.

Nick se movió en el asiento, preguntándose por qué le había ofrecido esa información. Pocas mu­jeres preguntaban sobre lo que había hecho an­tes de conocerlo.miley tampoco había mostrado curiosidad. Lo que la sorprendía era que él se lo hubiera contado.

—Me pareció ver una cicatriz anoche —co­mentó ella y alargó la mano para apoyarla en la rodilla derecha de nick.

Él trató de controlar el escalofrío que lo reco­rrió y estiró el cuello. Tampoco muchas sacaban el tema de su cicatriz. Recorría el interior de la rótula sus buenos veinte centímetros de largo y uno de ancho. Incluso cuando la miraba después de tantos años, le sorprendía encontrarla allí. Los médicos le habían dicho que era afortunado de poder usar esa rodilla. Desde luego, eso había sig­nificado poco en su momento, cuando toda su vida había girado en torno a los deportes.

jueves, 18 de agosto de 2011

PRIVATE INVESTIGATIONS CAP 11



CHICAS PERDON POR TARDAR TANTO EN SUBIR CAP .
LAS QUIERO MUCHOOO GRACIAS A TODAS LAS QUE COMENTAN Y QUE LEEN MI BLOG .
LAS QUIEROOOO Y ESPERO QUE ESTEN MUY BIEN.


Nick se frotó la nuca y la vio dejarse caer de la si­guiente barandilla directamente hacia la piscina.
Sonrió cuando emergió de la superficie del agua y la saludó con la mano. Entonces asimiló el sonido de la puerta a punto de ceder en la habitación a sus espaldas. Y miley salía de la piscina. En dos segun­dos quedarían separados quizá para siempre.
Antes de poder convencerse de lo contrario, agarró la barandilla y siguió el camino abierto por ella. Cuando se encontró en la terraza de aba­jo, apuntó hacia el patio de cemento junto a la piscina. Demasiado tarde se dio cuenta de que era difícil tener una gran puntería cuando se tem­blaba hasta la médula de los huesos. Aterrizó jus­to en el centro de la piscina.

Miley echó el cuello hacia atrás mientras nick sacaba su sedan último modelo del aparcamiento del hotel. Al tiempo que se enjugaba el agua de la camiseta en el suelo, miró el interior del vehícu­lo, un Lincoln negro de cuatro puertas. Giró la ca­beza para observar el asiento posterior.
—¿Qué es eso? —preguntó al ver ocho cajas de zapatos.
—Zapatos.
—Me refería a qué hacías con las cajas —ex­plicó.
—Soy fabricante de zapatillas.
—¿Un vendedor?
Él movió el cuello como si quisiera desentu­mecérselo.
—Para él propósito de este viaje, supongo que se puede decir que así es.
Miley recordó meterse en su cama la noche anterior y haber dado las gracias porque no fuera un vendedor regordete. Y resultaba que era ven­dedor, aunque por fortuna no regordete. No había ni un gramo de grasa en el cuerpo sólido de nick . Tenía el físico de un deportista de primera.
Se quitó la pistola de la cintura de los vaqueros y la dejó en el asiento a su lado, luego hurgó en el bol­so mientras agradecía que no hubiera caído en el agua. No dijo una palabra cuando Nick tomó el arma y la depositó bajo el asiento. Sacó una camiseta limpia y seca y un par de pantalones cortos de color caqui. Con celeridad, se quitó la camiseta mojada.
El coche realizó un movimiento brusco y la arrojó contra la puerta.         *
—¿Qué diablos haces? —preguntó él.
—¿A qué te refieres? —preparó la camiseta seca.
—Estás... —los ojos de Nick parecieron a punto de salírsele de las órbitas al detenerse ante un se­máforo en rojo.
Siguió la mirada de él hasta sus pechos desnu­dos y con rapidez se puso la camiseta. La mirada encendida le reveló que la situación no había me­jorado mucho. Bajó la cabeza y vio que los pezo­nes endurecidos sobresalían con claridad contra el fino algodón.
A pesar del bochorno de la situación, la reac­ción de Nick le encantó. Contempló con añoranza los pantalones cortos que sostenía en la mano y analizó los vaqueros mojados que le hacían pesa­das las piernas.
—Que ni se te pase por la cabeza —advirtió nick.
—¿Qué? —sonrió.
—Cambiarte aquí.
—¿Por qué? —movió las pestañas, algo que nunca antes había hecho—. No querrás que me resfríe, ¿verdad,Nick jonas? Un constipado podría conducir a una desagradable infección respirato­ria, y eso a una demoledora neumonía. Algo que puede causarte la muerte.
—También nos podríamos morir si empotro el coche contra un poste de teléfono.
Ella se encogió de hombros y se desabrochó la cintura de los vaqueros.
—No tienes por qué mirar.
—Tampoco tengo por qué respirar.
Miley rió.
—No querrás dar a entender que entro en la misma categoría que respirar, ¿verdad?
—Pongo mirar a una mujer desnuda en la mis­ma categoría que respirar. Son cosas que suceden de forma automática. Es imposible que pueda fin­gir que no estás haciendo nada extraordinario.
—Entonces te sugiero que pares el coche —dijo, y con un movimiento veloz de la mano se abrió los vaqueros.
El coche dio otro bandazo, luego se detuvo en el aparcamiento de un pequeño supermercado. Miley se subió los pantalones cortos hasta la mi­tad de los muslos y estaba a punto de subírselos el resto del trayecto cuando Nick le dio en la cabe­za con un protector solar de cartón que retiró del asiento de atrás.
—¿Qué haces? —le preguntó al tiempo que se frotaba la cabeza.
—¿Esos son mis calzoncillos? —le miraba el regazo.
—Sí —sonrió con gesto travieso —él musitó algo con voz apagada y luego estuvo a punto de decapitarla con el protector—. ¿Quieres parar?
—Alguien ha de salvarte de ti misma —exten­dió el protector para bloquear parte de su visión desde el exterior.
Esas palabras la encresparon. Así como parecí­an inocentes por fuera, sospechaba que debajo de la superficie acechaba un significado más pro­fundo. Había pasado una vida entera oyendo co­sas similares de sus padres. «Confía en nosotros. Sabemos lo que es mejor para ti, cariño», le había dicho su madre cuando con catorce años llegó a casa con la bicicleta rota, comprada con dinero que había ganado haciendo de niñera y cortándo­le el césped a los vecinos en un radio de diez manzanas. Sus padres se habían llevado la bicicle­ta, prometiéndole que reconsiderarían la idea de comprar otra cuando fuera un poco mayor. Por ese entonces no sabía que «reconsiderar» era «nunca».
Odiaba cuando la gente trataba de cuidar de ella. Con sus padres no le había quedado más re­medio. Con nick..
Terminó de vestirse y se subió la cremallera.
—No hace falta. Ya he terminado —se inclinó cuando el protector pasó otra vez por encima de su cabeza. Lo miró con los ojos entrecerrados bajo la intensa luz del mediodía que se filtraba por las ventanillas—. ¿Tú no vas a cambiarte?
Sacó el coche del aparcamiento.
—Lo haría, pero me temo que no sería capaz de quitarme los pantalones.
—Debería ser más fácil que quitarme los míos.
La miró como si no se hubiera enterado de nada. Ella posó la vista sobre la parte delantera de los pantalones marrones de nick y de inmediato vio de qué hablaba.
—Oh —se metió la camiseta en los pantalones cortos y luego recogió las prendas mojadas—. Pen­sé que sabrías comportarte delante de nudistas.

Nick respiró hondo y soltó el aire despacio. El lento ejercicio de respiración no funcionaba. Se­guía excitado como dos minutos atrás. Y su estado de ánimo no mejoraba al reconocer que se sentía notablemente posesivo, como si miley fuera suya, solo suya, para mirarla desnuda. Des­nuda como llegó al mundo. Los pezones rosados y contraídos en el centro de los pechos que osci­laban.
Había llegado a ese extremo antes siquiera de haberse acostado con ella.
Se pasó la mano por el pelo mojado y exten­dió el brazo por encima del regazo de miley ha­cia la guantera, donde siempre mantenía una toa­lla pequeña. Si tuviera un cerebro en la cabeza, ni siquiera pensaría en introducirse entre los muslos deliciosamente tonificados de miley cyrus, mu­cho menos estaría tan obsesionado ton la idea, hasta el punto de no poder pensar en otra cosa. Incluidos los tres fornidos agentes del FBI que la perseguían y que ya no albergarían ninguna duda de que era su cómplice.
Sacó la toalla pequeña y se la pasó por la cara y el pelo, luego se la ofreció a miley. Esta la des­cartó, diciendo que ya estaba bastante seca. nick temió girar la cabeza, por si había cambiado de idea sobre la ropa y estuviera desnudándose otra vez.
Colocó la toalla húmeda en el asiento a su lado, no pudo resistir y cometió el error de mirar en la dirección de ella.
—Estaba pensando...
Las palabras se perdieron en un punto inter­medio entre el cerebro y la boca. Miley se incli­naba sobre el asiento con el trasero en alto, para hacer algo que solo Dios sabía en la parte de atrás. El bajo de los pantalones cortos estaba bien si permanecía sentada, pero en esa postura...
El terreno que Nick  había creído recuperar en esos minutos, se esfumó. A punto estuvo de salir­se del camino.

domingo, 14 de agosto de 2011

PRIVATE INVESTIGATIONS CAP 10


Nick jamás se había considerado un hombre particularmente religioso, pero besar a miley mientras aún sostenía su pistola con una mano y con los dedos de la otra le acariciaba el pecho por debajo de la camiseta, era lo más cerca del cielo que había estado nunca. Dejó la pistola so­bre la mesa y retrocedió hasta caer sobre una silla con ella encima. Lo que había esperado sucedió cuando miley se sentó a horcajadas. Habría sido preferible si no llevara los vaqueros, pero cuando sus pelvis entraron en contacto, se olvidó de la logística y ahondó más el beso.

Con un movimiento fluido ella se quitó la ca­miseta y agitó la cabeza para que el pelo castaño cayera salvaje en torno a su cara. Con hambre él le tomó ambos pechos con la mano. No eran ni de­masiado grandes ni pequeños, y encajaban en las palmas a la perfección. Cerró la boca sobre un pezón compacto y lo succionó y lamió con generosidad, deleitándose con el sonido ronco que emitió ella. Le recorrió la caja torácica con las manos y luego bajó hacia el exuberante trasero para meter las manos en la cintura de los vaque­ros. La pegó aún más contra su plena erección.

Ella lo agarró del pelo y lo echó atrás, para po­der renovar el ataque sobre su boca.

—Esto... es... una... locura —dijo entre besos.

nick estuvo completamente de acuerdo. Era la misma palabra que emplearía para describir cada momento de las últimas doce horas. Pasó los de­dos por la seda ardiente que era la espalda de ella, luego los metió bajo el trasero mientras miley le echaba hacia atrás la chaqueta y se afana­ba con los botones de la camisa.

De repente el motivo por el que había abandonado su comida de negocios para regresar al hotel a verla centelleó en su mente.

—miley—susurró, tratando de separar la boca.

Ella emitió un sonido ronco mientras le sacaba la camisa de los pantalones.

nick le aferró las manos y apartó la cabeza todo lo que pudo. Estuvo a punto de maldecir al ver el deseo descarnado que vio en esos ojos claros.

—miley, tenemos que hablar. En el instante en que pronunció las palabras, se oyó el inconfundible sonido de una tarjeta al ser introducida en la cerradura de la puerta.

En un abrir y cerrar de ojos ella se levantó de su regazo y se lanzó hacia el dormitorio.

Nick comenzó a seguirla y a punto estuvo de chocar con ella cuando miley retrocedió para re­coger la pistola y los papeles de la mesa. Le tem­blaban las manos.

Él le tomó los dedos y la detuvo. Quizá no fue­ra una buena idea huir con ella o ayudarla a con­seguirlo, no después de lo que sabía.

—miley, esos tipos... los de anoche... me ras­trearon y se presentaron esta mañana para hablar conmigo —al principio ella no pareció entender­lo, luego abrió mucho los ojos—. No sé en qué te has metido, pero se identificaron como agentes del FBI.

El mecanismo de la cerradura hizo un clic. Al infierno el debate entre el bien y el mal. La tomó por los hombros y la empujó hacia el dormitorio y cerró justo en el momento en que oía la puerta de entrada atascarse con la cadena de seguridad. Nick cerró los ojos y maldijo. Se preguntó cuál era el castigo por cobijar a una fugitiva.

Miró a miley la expresión de pánico que do­minaba su hermoso rostro. Diablos, ¿a quién que­ría engañar? Apostaría toda su empresa a que no era más fugitiva que él. Así como unas pocas ho­ras no era mucho tiempo para llegar a conocer a alguien, dudaba de que miley fuera capaz siquie­ra de cruzar la calle con imprudencia. Y además, le había hecho la cama.

Hasta ellos se filtró el sonido de un cuerpo cargando contra una puerta.

Miley se zafó de sus manos, se metió la pisto­la en la cintura de los pantalones y la cubrió con la camiseta, luego sacó un bolso de debajo de la cama. Introdujo los papeles en el interior.

—FBI un cuerno —corrió hacia la terraza.

Nick la siguió.

—miley, no creo que sea una buena idea que vayas a mi habitación. Ya me conocen, ¿recuerdas?

—¿Cuánto? —preguntó mirándolo fijamente a la cara.

—¿Qué quieres decir? —ella no dejó de mirar­lo—. Saben que soy tu vecino. No, no saben que anoche te quedaste en mi habitación, pero creo que lo sospechan.

—Entonces, ¿con quién dijiste que estabas?

—Con una nudista —carraspeó. Ella lo sor­prendió dándole un beso en los labios—. ¿Y eso a qué se ha debido?

—Por agradecimiento. Mentiste para prote­germe.

Era verdad. Y esperaba no vivir para lamentarlo. La vio tirar el bolso por encima de la barandilla de la terraza y tuvo la espantosa sensación de que iba a vivir para lamentarlo. Miró por encima del hombro de ella. El bolso estaba atrapado en una de las ramas bajas de un árbol próximo a la piscina. Tragó saliva y dio un paso atrás, llevándo­sela consigo.

—¿Qué diablos vas a hacer? —preguntó con voz apagada.

—Voy a descender hasta el suelo —frunció el ceño—. ¿Qué creías que iba a hacer? —Descender hasta el suelo. Ella se soltó, algo que empezaba a dársele bien. Antes de que Nick pudiera moverse, miley había sacado los pies por encima de la barandilla y se agachaba para aferrar la baria inferior del hierro forjado.

Él cerró los ojos y volvió a maldecir.

—¿Qué sucede,nick? —rió—. No le tendrás miedo a las alturas, ¿verdad?

—No. Te tengo miedo a ti. Aferró la barandilla y la vio soltarse para col­gar de la parte inferior. Sus pies oscilaron varios segundos, luego logró apoyarse en la barandilla de la terraza de abajo.