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jueves, 29 de septiembre de 2011

PRIVATE INVESTIGATION CAP 20

Miley Cyrus & Her New Best Friends PIC
Ella se retiró a estudiar a la multitud. Entonces supo por qué la gente que huía o que era seguida buscaba ese tipo de entorno. Había tantas perso­nas, colores y tamaños juntos, que dificultaría lo­calizar a un familiar, mucho más a una mujer a la que solo había visto una vez. No tenía buena pin­ta. Miró en la dirección por donde habían ido y abrió mucho los ojos.

—Santo cielo.

—¿Qué? ¿Qué pasa? —preguntó nick , tratando de seguir su línea de visión—. ¿La has visto?

—El guardia con el que hablabas cuando apar­caste... —tragó saliva—... ¿qué te decía?

—Que llamaría a la grúa si me quedaba allí. ¿Por qué?

Señaló una grúa que arrancaba.

—Creo que ha cumplido con su amenaza.

Nick miró y de inmediato entró en acción para correr detrás de la grúa con la velocidad de un hombre que corría de forma habitual. Pero el ve­hículo que se llevaba su coche había cobrado ventaja.

Miley sacó un bloc de notas y un bolígrafo del bolso, con cuidado de no tirar la pistola, y se puso a apuntar el número que había en el costa­do de la grúa. Guardó el bloc y fingió un interés intenso en sus zapatos cuando Nick regresó a su lado.

—Se han llevado mi coche —anunció de for­ma innecesaria.

—He apuntado el número. Llamaremos cuan­do volvamos al hotel para averiguar adonde se lo han llevado —Nick guardó silencio—. No te preo­cupes —al final estudió la expresión tensa de su cara—. Yo cubriré todos los gastos.

—Hay un pequeño problema con eso, miley—ella se irguió—. Si los matones de esta mañana son realmente del FBI, inspeccionarán mi coche.

—Sí —convino con gesto distraído y se puso a andar musitando en voz baja. No era importante no disponer de coche. La caja que Nicole había vendi­do en la tienda de empeño estaba dentro. Una caja que al parecer tenía la llave para desentrañar el lío en el que se encontraba—. Maldita sea —musitó. Se preguntó si algo más podía salir mal en ese caso.

Veinte minutos más tarde, la oscuridad había cubierto por completo la zona en la que se halla­ban, y la incesante columna de personas... había cesado. Clavó la vista en las puertas que en ese momento se cerraban con un ruido sonoro. Joe estaba con los brazos cruzados. Unos pocos co­ches permanecían en el enorme y bien iluminado aparcamiento, sin duda de la gente de manteni­miento y seguridad de la Pirámide. Por lo demás, el lugar se veía desierto.

—Debe haberse escabullido —mileyse aco­modó el pelo detrás de la oreja.

—Sí —corroboró nick. La miró, claramente irri­tado—.Y bien, ¿qué sugieres ahora?

—No lo sé —bajó la vista.

Él suspiró, luego se pasó la mano por la cara. Volvió a mirarla.

—Ni pienses en entrar a la fuerza para ir a ins­peccionar los servicios.

—Ni se me había pasado por la cabeza —sonrió.

—Bien.

—Estupendo.

—Perfecto.

—Maravilloso.

La mueca de Nick se transformó en una sonrisa a medias.

—¿Siempre tienes que quedarte con la última palabra?

—Siempre —soslayó la mirada penetrante de él que encendió hogueras en su interior—. Ni si­quiera voy a preguntarte cuál es tu sugerencia.

—¿Qué? ¿Qué volvamos al hotel, olvidemos a tu persona y dienta desaparecidas y nos meta­mos la cama?

Ella le apuntó con un dedo.

—¿Por qué sabría que ibas a decir eso?

—¿Porque tú piensas lo mismo?

No iba a reconocérselo. Se volvió hacia la enorme pirámide y comenzó a caminar con la re mota esperanza de que Clarise estuviera utilizan­do en ese mismo instante otra salida. Al girar en una esquina se detuvo en seco.

—¿Por qué me sigue? —preguntó una voz fe­menina; con las dos manos sostenía una pistola que apuntaba directamente al estómago de miley .

Nicole Bennett.

Miley miró a la cara de la mujer que ella ten­dría que haber encontrado.

—Lo repetiré por si no me ha oído. ¿Por qué me sigue? —Nicole dio un paso atrás cuando Nick giró por la esquina a toda velocidad.

Miley extendió un brazo para detenerlo, mientras se preguntaba cuánto tardaría en sacar la pistola del bolso. Si tenía en cuenta que había necesitado cinco minutos para meterla allí, como mínimo tardaría lo mismo en sacarla.

—No la seguimos —respondió. Agitada, se mo­vió—. Quiero decir, yo sí... la estaba buscando, pero ya no.

Nicole Bennett era más bonita que lo que de­jaba entrever la foto granulada que le había dado Clarise. Con un pelo largo y oscuro, casi negro, y grandes ojos grises, resultaba deslumbrante, her­mosa y peligrosa.

—¿Puede repetirlo? —inquirió Nicole.

—Mire, soy investigadora privada de St. Louis. Alguien preocupado por su bienestar personal me contrató para encontrarla.

La expresión de Nicole fue claramente escéptica, pero asintió.

—Adelante. La escucho.

—Su hermana —añadió miley—. Quería que la encontrara y las cosas que usted, mmm, le pidió prestadas.

La otra entrecerró los ojos, pero la pistola no osciló en ningún momento.

—Interesante. Mi hermana está en un sanatorio.

Miley parpadeó.

—Bueno, pues le deben haber dado el alta, porque la he conocido. Ella me entregó una foto de usted, me dijo que tenía la costumbre de lle­varse cosas de su casa, pero que en ningún mo­mento la denunció y me pidió que la localizara —frunció el ceño—. Se llama Nicole Bennett, ¿verdad? Y su hermana es Clarise Bennett.

—Describa a la mujer que la contrató para buscarme.

—Pelo rubio. Aproximadamente de su misma estatura. No, un poco más alta. Delgada. Con un aire a lo Grace Kelly, pero más afilado.

La mujer bajó la pistola al costado y sorpren­dió a miley con una sonrisa.

—Lo que pensaba —abrió la gabardina negra e introdujo la pistola en la cintura de unos panta­lones también negros, luego cubrió la culata con la parte inferior de un jersey negro de cuello vuelto—. ¿Lo encontró?

—¿Se refiere a la caja que vendió en la tienda de empeño?

—Sí.

—Sí, la recuperé —miró a Nick con una adver­tencia silenciosa de que no mencionara el inci­dente de la grúa.

—Bien —miró a un lado y a otro—. Entréguesela a mi... hermana.

—Ese es el problema —miley hizo una mue­ca—. Parece que su hermana ha decidido tam­bién huir de mí. De hecho, la seguimos hasta aquí.

—¿Aquí? —Nicole musitó algo ininteligible y pareció nerviosa.

—Sí. A eso me refería cuando dije que no la se­guíamos a usted. Íbamos tras ella.

Nicole comenzó a retroceder con expresión cautelosa mientras estudiaba el entorno.

—Cerciórese de que reciba la caja —dio me­dia vuelta y comenzó a alejarse deprisa.

Miley trató de sacar la pistola del bolso y avanzó unos pasos.

—¡Eh, aguarde un momento! —llamó.

—¿Qué haces? —nick la sujetó de la muñeca.

—Ir a buscar unas respuestas, por supuesto.

—No creo que sea una buena idea —movió la cabeza.

—Es gracioso, pero, ¿has oído que alguien pi­diera tu opinión? Yo no.

Él la soltó.

Ella se volvió, para descubrir que Nicole Bennett se había desvanecido en la noche.


martes, 20 de septiembre de 2011

PRIVATE INVESTIGATION CAP 19

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—Al menos se moverá más deprisa que tú —lo miró—.Vamos, jonas, al coche.
Cuando al fin siguieron el camino del taxi, él la miró.
—¿Tienes idea de cuánto tuve que pagarle a ese tipo?
—Olvida eso —cortó—. Mi cliente está... — miraba por cada calle que cruzaban—. ¡Ahí! ¡Re­trocede, retrocede! Gira por ahí.
—¿Tu cliente?
Ella asintió con énfasis y aferró la caja como si en ello le fuera la vida. Nick suspiró, pisó el freno, dio marcha atrás y luego giró.
—No me lo cuentes. ¿También huye de ti?
—Ahórrate los sarcasmos —lo miró exaspera­da—. Hemos de alcanzarla.
—¿Y entonces qué?
Miley parpadeó; aún no había ido tan lejos en sus planes.
—Preguntarle por qué huye de mí, desde luego.
—Y recuperar el dinero que acabo de dar por esas piezas sin valor que tienes en las manos.
Miley miró la caja en cuestión. Pasó la mano por encima, luego abrió la tapa. ¿Por qué Clarise Bennett iba a tomarse tantas molestias en buscar unas cuantas joyas falsas? ¿Y qué querían los hombres del FBI, siempre que pertenecieran al FBI, con las piezas?
—Esto no me gusta —Nick musitó las palabras que ella pensaba—. Algo no encaja —el taxi que tenían por delante giró a la derecha cerca del río.
—¡Deprisa! ¡No la pierdas!
Él soltó un juramento y luego realizó el giro. Miley  parpadeó y contempló la gigantesca pirá­mide de cristal a la que se acercaban, con los últi­mos rayos del sol reflejándose en su estructura como si fuera una aberración mística situada en­tre las riberas del Mississippi y del horizonte mo­derno de la ciudad.
—Dios, va a la Pirámide.
—Es un poco tarde para ver la exposición egipcia, ¿no crees?
—Es un lugar público. Nelson me dijo que siempre buscan un lugar público. Es mucho más fácil perderse en una marea de personas —oteó las escaleras que conducían a la entrada mientras Nick  seguía al taxi. Las puertas de salida laterales de la Pirámide se abrieron y la gente comenzó a salir.
—¿Quién diablos es Nelson? —inquirió nick.
—¿Eh?
—Acabas de decir que Nelson te dijo que siempre buscan un lugar público.
Ella aferró la caja y agitó una mano.
—Nelson Polk. Es, mmm, un amigo —ese no era el momento ni el lugar para entrar en detalles sobre quién era Nelson—. El taxi ha parado.
Nick se detuvo en el sitio que acababa de dejar libre el taxi y miley bajó y corrió tras Clarise con toda la velocidad que le permitían los tacones de diez centímetros. Que no era mucha. Chocó con una persona y luego con otra mientras salían del edificio. Jadeando, miró atrás para ver a Nick discu­tir con un guardia. Chocó de lleno con una mujer a la que a punto estuvo de tirar al suelo.
—Lo siento —se disculpó, continuando con su aproximación a una entrada que parecía alejar­se cada vez más.
Cuando al final llegó a la puerta, un guardia la frenó.
—La Pirámide está cerrando —anunció, mirán­dola.
Miley lo observó con exasperación jadeante.
—Me dejé el bolso dentro —ofreció a modo de explicación—. Por favor. Solo tardaré unos se­gundos. Sé dónde está —la excusa funcionaba. Bueno, al menos hasta que el hombre vio el bolso que trataba de esconder a la espalda.
—Buen intento, señora —le sonrió—. No pue­do dejarla pasar.
Miley tuvo ganas de manifestarse con una pata­leta. Clarise había entrado hacía menos de dos se­gundos y no daba la impresión de haber tenido pro­blemas.
—¿Sucede algo? —nick apareció a su lado y miró al guardia que aún la sujetaba por el brazo.
El otro la soltó.
—No puede pasar.
Miley observó a nick sacar pecho, a pesar de que el guardia debía superarlo en cuarenta kilos.
—Oh, bueno, supongo que tendré que esperar hasta que lleguemos al restaurante para usar el servicio, ¿verdad, osito mío?
Nick enarcó una ceja. ¿Osito mío? Ella tiró de su brazo y lo llevó hacia un lado, antes de que los pi­sotearan las hordas que salían. O que el oso que vigilaba la entrada les pegara un tiro.
—¿Estás segura de que la viste entrar? —pre­guntó Nick todavía con el pecho hinchado.
Miley le sonrió, incapaz de suprimir el impul­so de acariciar ese torso inflamado y dispuesto a la confrontación solo por ella.
—Sí  osito mio—respondió riendose.
—ha?..Entonces —miró los dedos de ella—, mmm, ¿qué hacemos ahora?
—Supongo que esperamos que Clarise salga o que la echen —bajó la mano al bolso.
—Buen plan.
—¿Tienes alguno mejor?
—bueno quiza - respondio nick tocandole el trasero a miley.
-NICK.

domingo, 18 de septiembre de 2011

PRIVATE INVESTIGATION CAP 18

QUIERIDAS LECTORAS Y QUERIDAS SISTERS HERMOSAS AQUI LES DEJO OTRO CAP :D LAS EXTRAÑO DEMASIADOOOOOOO Y LAS QUIERO UN MONTON, BESITOS.





Nick yacía en ese estado entre el sueño y la vigi­lia, sintiendo el calor del cuerpo femenino arre­bujado contra el suyo. Miley se movió a su lado. Él giró la cabeza con gesto perezoso y la observó con párpados entornados mientras con cuidado ella se apartaba y se levantaba de la cama. Con un movimiento, se puso la camiseta. Pero Nick disfru­tó de la contemplación del trasero redondo mien­tras recogía los pantalones cortos y el bolso y se dirigía hacia el cuarto de baño.

—¿Vas a alguna parte?

El sobresalto de miley a punto estuvo de ha­cer que se golpeara la cabeza con el techo. Se vol­vió para mirarlo.

—¿Tienes que hacer eso?

—¿Qué? —enarcó una ceja.

—¿Asustarme a cada oportunidad que se te presenta?

—En todas —su sonrisa se amplió.

Ella murmuró algo y cerró la puerta del cuarto de baño a su espalda. A Nick le resultó imposible ocupar los pensamientos en otra cosa que no fue­ra el sonido del agua de la ducha. Pero aunque había conseguido una apertura sexual de miley , sospechaba que una conexión más emocional re­queriría mucho más esfuerzo. Se llevó la almohada de ella a la cara e inhaló su fragancia.

Se obligó a dejar la almohada del otro lado de la cama justo a tiempo de ver cómo ella lo obser­vaba desde el cuarto de baño.

—¿Qué haces? —preguntó miley, con el cepi­llo para el pelo paralizado sobre su cabeza.

—Tratar de asfixiarme. ¿Por qué? ¿Te molesta­ría? —se pasó la mano por la cara—. ¿Qué les pasa a las mujeres que siempre adoptan esa acti­tud silenciosa y contemplativa después del sexo?

Miley lo miró boquiabierta mientras trataba de encontrar una reacción que encajara con las emociones que aletearon por su hermosa cara.

—¿Qué les pasa a los hombres que después del sexo tienen que meter en un único grupo a todas las mujeres con las que se han acostado?

—Mierda —murmuró Nick apartando la sábana. Se lo tenía merecido. Si ella lo hubiera compa­rado con otro, en especial después del sexo, tam­bién se habría sentido herido. Se puso unos va­queros y se dirigió descalzo a la puerta del cuarto de baño. Se apoyó en el umbral y la observó—. Lo siento.

—¿Eh? —aumentó la potencia del secador de pelo—. No puedo oírte.

Él apartó de la oreja de ella la mano que soste­nía el aparato y gritó:

—Lo siento.

—Ya puedes repetirlo —hizo una mueca.

Nick cruzó los brazos y la contempló hasta que creyó que se freiría el pelo. Al final tuvo que apa­gar el maldito aparato. Pero siguió sin prestarle atención mientras enfundaba la pistola en la car­tuchera.

—¿Piensas volver a hablarme? —quiso saber él.

Ella se encogió de hombros con gesto petulante.

—Todavía no lo he decidido.

Le quitó el cepillo de la mano y fue a su lado para cepillarle el pelo. Ella se lo arrebató, pero in­cluso ese gesto irritado era mejor que ninguno.

Intentó pasar por delante de él, pero nick le bloqueó la puerta. Miley puso los ojos en blanco y lo miró. Se dio cuenta de que había cambiado la camiseta y los pantalones cortos por un vestido rojo que la ceñía en todos los sitios adecuados.

—¿Adonde vas? —preguntó mientras jugaba con un bucle suelto.

—Fuera —repuso mirando con expresión ávi­da el movimiento al tiempo que se humedecía los labios.

—Eso lo he adivinado —rió entre dientes—. ¿Adonde?

Miley se escabulló por debajo de su brazo y Nick la siguió a la habitación. Ella se sentó en la cama y comenzó a hurgar en el bolso hasta sacar primero una sandalia de tiras y luego una segun­da. Otro par de zapatos que le torturaría los pies.

—He pensado en volver a la tienda de empe­ño. No llegué a ver qué hacía allí Nicole.

—Está cerrada.

—Abre hasta las ocho —sonrió—. Pero buen intento.

Él se encogió de hombros y sacó el polo que siempre guardaba con los vaqueros.

—Iré contigo.

Miley se levantó de la cama, probó las sanda­lias y luego recogió su bolso. Él hizo una mueca al ver cómo trataba de introducir la nueve milí­metros en el pequeño bolso que evidentemente no llevaba casi nada.

—¿Te parece una buena idea? No querrás que eso se dispare por accidente, ¿verdad?

—No te preocupes —le sonrió y pasó por de­lante—. Si lo hace y tú resultas herido, habrá sido adrede —abrió la puerta y se apoyó en ella—. ¿Vienes o qué?



Miley se hallaba ante el mostrador polvorien­to de la tienda de empeño; de vez en cuando mi­raba hacia el sucio escaparate y la calle. Había anochecido y la oscuridad había cubierto las cica­trices más pequeñas de la ciudad y proyectado una cualidad mística, casi sentimental, sobre las más grandes.

Miró a nick, que contemplaba embobado los re­lojes de hombre en un mostrador detrás de ella.

—Es un Rolex —lo oyó murmurar—. Uno au­téntico.

—Así es, mi buen hombre. ¿Quiere echar un vistazo más de cerca? —preguntó una voz desde el fondo.

Miley se movió de un pie a otro mientras el propietario que había conocido en su visita pre­via salía y se dirigía hacia Nick  y no hacia ella. Tam­borileó con los dedos sobre el cristal rayado del mostrador y esperó. Suspiró y se echó el pelo de­trás de la oreja, a punto de decir algo, cuando Nick  se volvió con algo que no era un reloj en la mano.

Cruzó para situarse frente a él, sin apartar la vista de la caja decorada que sostenía. Medía unos veintidós centímetros, por diez y por diez, y el exterior se veía cubierto de terciopelo rojo, con unas joyas semipreciosas fijadas en un patrón bo­nito a lo largo de los costados y la tapa. La abrió.

—¿Es esto? —preguntó miley—. ¿Es lo que vendió Nicole?

El tipo detrás del mostrador cruzó los brazos.

—Junto con los otros dos juegos de plata que usted vio ayer. Nadie quiere plata con las iniciales de otra persona. Aún no he tenido tiempo de eva­luar las piezas, de modo que lo que ve está exac­tamente tal como ella lo dejó.

Miley tocó un collar que parecía de diaman­tes enormes montados en oro, luego lo sacó. No era una profesional consumada, pero le pareció extraño que Nicole hubiera elegido una tienda de empeño para joyas de ese tipo. ¿No habría sido más adecuado una joyería?

—No son verdaderos —señaló el dueño—. Circonitas de extraordinaria calidad.

—Oh —miley se acaloró.

Nick le pasó la caja y se volvió para regatear con el dueño el precio del lote entero. Ella regre­só con gesto distraído al sitio que había ocupado antes y repasó el contenido de la caja. Sobre el terciopelo rojo había varias piezas, una más boni­ta que la otra. Miró por el escaparate, dándose cuenta de que Nick y ella quedaban claramente perfilados en la brillante luz interior. Un taxi se detuvo en la acera de enfrente y la puerta de atrás se abrió. Miley se acercó a la ventana y pri­mero vio la pierna de una mujer, luego el resto.

El corazón le dio un vuelco. La hermana de Nicole.

Agarró con fuerza la caja, se dirigió hacia la puerta y se detuvo cuando los ojos de ambas se encontraron. Miley agradeció su presencia. Una vez recuperados los objetos que Nicole le había extraído y pudiendo informar de que la había vis­to, quizá le pagara.

Pero en vez de ir hacia ella, tal como cabía es­perar, Clarise volvió a meterse en el taxi para de­saparecer de vista.

—Santo cielo.

Miley corrió a la calle, vio que el vehículo gira­ba por la primera esquina y volvió a entrar para ver que nick aún regateaba por el precio de la caja.

—¡Vamos! —lo aferró del brazo y trató de arrastrarlo hacia la puerta—. ¡Deprisa!

—Eh, no van a ir a ninguna parte hasta que no suelten la caja o el dinero —dijo el propietario.

Nick sacó un puñado de billetes del bolsillo de atrás y los plantó en el mostrador antes de que miley se lo llevara a la calle.

—Sigue tirando de mí de esa manera y te vol­verás para descubrir que sostienes un brazo sin nada detrás.


viernes, 9 de septiembre de 2011

PRIVATE INVESTIGATION CAP 17

CHICAS UNA ADVERTENCIA HAHAHA CONTENIDO HOT :D.


—Mmm, eso es agradable —susurró miley mientras cerraba los ojos. Él no respondió al co­mentario, pero continuó obrando su magia.

—Sé que he hecho algunos comentarios sarcásticos sobre tu pericia como investigadora, miley —con gentileza le apartó el pelo y presionó los dedos pulgares sobre la nuca de ella—. Pero la verdad es que admiro lo que haces.

—Sí, claro —convino con una mueca—. He hecho mucho para que admires. ¿Qué es lo que más te gustó? ¿Sorprenderme debajo de la cama? ¿O cuando estuve a punto de caer de bruces so­bre la acera? —él le apretó los hombros—. Ay.

—Cállate y déjame terminar, ¿quieres? —indi­có con la boca cerca del oído de ella.

—De acuerdo —de repente el aire escaseaba. Así como la tensión se mitigaba en ciertas zonas, bajo su vientre comenzaba a acumularse otra cla­se de tensión.

—Piensa en ello,miley. Has hecho algo que la mayoría de la gente no tendría agallas de hacer. Le echaste un vistazo a tu vida, encontraste que le faltaba algo y cambiaste de rumbo. Dejaste tu antiguo trabajo...

—Me ofrecieron una cantidad para irme —corrigió. Nick volvió a apretar con más fuerza.

—Soy yo quien habla, ¿recuerdas? —ella asin­tió—. Dejaste tu trabajo... —hizo una pausa para comprobar si ella intervendría—... y seguiste el camino que te dictaba el corazón. Hiciste algo para lo que yo jamás tendría agallas.

Giró la cabeza para poder verlo con el rabillo del ojo. La expresión de Nick era pensativa e inten­sa mientras continuaba el masaje.

—Pero tú tienes éxito en lo que haces... mu­cho, si no me equivoco.

—Tener éxito no es lo mismo que ser feliz — indicó.

Miley  se irguió.

—¿Te importa si me quito la camiseta? —in­quirió y siguió adelante antes de que él pudiera contestar. Era muy consciente de que no llevaba sujetador, ya que los odiaba y los evitaba siempre que podía. Desde luego, no había imaginado que mientras repasaba el caso en su antigua habita­ción de hotel iba a terminar en la piscina. Levantó las rodillas y esperó. Pasado un momento, sin­tió los dedos de Nick sobre su piel. Tembló al experimentar el contacto—. Dime,Nick jonas — continuó con suavidad—, ¿qué harías si pudieras elegir?

—¿Es la pregunta que tú te formulaste?

—Mmm.

—Es una pregunta peligrosa.

—Sí —sonrió—. Lo sé —él no respondió con palabras, pero las manos parecieron más calientes al masajearle los músculos con la destreza de un profesional hasta hacerla sentir demasiado relaja­da. Demasiado excitada—. ¿Y bien? —murmuró.

Los dedos le rozaron la parte lateral de los pe­chos y miley contuvo el aliento y un gemido de protesta cuando regresaron a la espalda.

—No lo sé —contestó al final—. He dejado atrás mi mejor momento para los deportes. Y tam­poco podría elegirlos si fueran una opción, no de­bido a mi rodilla.

—Y a mí me gustaría ser modelo, pero no he usado una talla treinta y ocho desde que tenía dos años.

Él rió entre dientes.

Miley sintió algo húmedo y caliente sobre la espalda y se dio cuenta de que la besaba entre los omóplatos. Nick se retiró y sopló sobre la zona que acababa de besar. Ella tembló y los pezones se le endurecieron contra las piernas.

—Podría decirte lo que me gustaría hacer aho­ra. Justo en este mismo instante.

—¿Qué? —miley encontró la voz, aunque es­taba convencida de conocer la respuesta.

—Llamar al servicio de habitaciones. No pude terminar de almorzar.

Miley echó la cabeza atrás y soltó una carcaja­da que a punto estuvo de tirarla de la cama. Nick la tomó por la cintura, le dio la vuelta y la pegó al colchón. Al instante ella dejó de reír y el corazón amago con escapársele del pecho. La tensión en el vientre había descendido para hacerla palpitar de necesidad por ese hombre que un momento conseguía que deseara darle un golpe y al si­guiente comérselo a besos.

—Mentiroso —susurró ella.

Nick se tumbó a su lado y apoyó la cabeza en la mano.

Los ojos de miley se posaron en la toalla que él aún llevaba a la cintura. Pensó en taparse con los brazos, pero decidió estirarlos por encima de la cabeza y arquear la espalda. Observó cómo la mirada de él se oscurecía al bajar a su cuello y luego a los pechos desnudos.

Nick alargó la mano libre y atrapó la punta del pezón entre los dedos pulgar e índice. Lo frotó con suavidad y luego tiró un poco. La espalda de miley se alzó del colchón en el momento en que una oleada de calor le inundaba la parte interior de los muslos. Él movió la mano al otro pecho y empleó la misma técnica del masaje para endure­cerle ese pezón. Luego se introdujo la punta del pecho más próximo en la boca y miley tuvo la certeza de que había muerto e ido al cielo.

De pronto no fue suficiente recibir. Quería to­mar. Una energía frenética la llenó hasta rebosar cuando lo sujetó de los hombros y lo clavó con­tra la cama, montándose a horcajadas sobre sus caderas. Lo besó con impaciencia mientras bajaba las manos a la toalla que le cubría la zona que más le interesaba.

Nick rió entre dientes.

—Funcionaría mucho mejor sin los pantalo­nes cortos.

Miley  se apartó, se quitó los pantalones y si­guió con los calzoncillos prestados al tiempo que él buscaba algo en la mesita de noche. Con el co­razón desbocado, comprendió que quería la car­tera para extraer un preservativo.

Iba a suceder de verdad. Iba a tener sexo con Nick jonas. El pensamiento bastó para hacer que se lanzara sobre él. Desde el primer momento en que sus pieles se tocaron en la habitación del hotel, miley había experimentado una atracción eléctrica.

—Santo cielo —murmuró nick, apartando los labios de la boca de ella para poder respirar. Ella le sonrió.

—Haz lo que tengas que hacer, porque no voy a esperar más.

Nick se puso el preservativo sin dejar de mirar­la. Pero cuando miley iba a colocarse encima, la hizo dar la vuelta para dejarla sobre el suave col­chón. La erección palpitó contra su cuerpo.

Ella no estaba preparada para el abismo de ne­cesidad que se abrió en la parte inferior de su ab­domen. Un anhelo ardiente que suplicaba, anhela­ba, ser llenado y que temió que nunca fuera a desaparecer. Se retorció contra él. nick le sonrió y le abrió los muslos con la rodilla para encontrar la fuente de su agitación con los dedos. Al instan­te ella dejó de moverse.

—Dios, estás encendida —murmuró, pasando los labios por su cuello y su hombro. Frotó con el dedo pulgar el montículo que tenía en la unión de los muslos, consiguiendo que de forma auto­mática ella levantara las caderas en busca de un contacto más firme—. Quédate quieta.

Fue como agitar un solomillo delante de un león hambriento y decirle que se quedara senta­do. Miley alargó las manos a sus caderas con el deseo de tenerlo dentro... en ese instante. Necesi­taba satisfacer el anhelo que crecía con cada lati­do.

—Para —murmuró nick, mordisqueándole la oreja.

Ella tembló y trató de girar la cabeza hacia su boca. Él sonrió y se apartó para mirarla.

—Eres cruel —musitó miley.

—Y tú estás encendida.

Deslizó la mano entre los dos para aferrar su erección y se maravilló de la extensión y el grosor.

—Y tú eres... grande —su intención había sido decir que él también estaba encendido, pero pri­mero se le había escapado esa otra palabra. Reci­bió un beso apasionado.

—¿Sabías que eres magnífica para el ego?

—Cállate y concentrémonos en el sexo.

Los dos rieron hasta que ella jadeó cuando Nick le introdujo dos dedos y le besó la boca abierta para introducirle también la lengua.

—Vaya. Estás tan... ardiente. Y estrecha.

Miley se mordió el labio inferior para evitar deshacerse.

—nick, si no...—en ese momento se metió den­tro de ella y llenó todo el vacío que había experi­mentado un momento antes—. Oh —murmuró, aunque la palabra salió como un gemido prolon­gado.

Él empezó a moverse. Lenta, deliciosamente. La fricción del pene dentro de miley la hizo es­tremecerse y alzar las caderas para salir al en­cuentro de Nick  en vez de permitir que escapara.

Él gimió y volvió a embestirla. Ella le rodeó las ca­deras con las piernas y lo retuvo, sin importarle nada del mundo que había más allá de la cama ni del lamentable estado de su vida, con el único de­seo de que las sensaciones que bullían en su interior no la abandonaran jamás.

Luego él se retiró en casi toda su extensión y volvió a penetrarla hasta que las emociones se ampliaron a la enésima potencia. La siguiente vez que se retiró, Ripley lo dejó ir sin oponer resis­tencia, convencida de que sabía lo que hacía. La embistió una y otra vez hasta que ella se acopló al ritmo, para contraer y relajar los músculos de las piernas mientras le clavaba los dedos en la es­palda a la vez que la erección de él alcanzaba puntos de placer que desconocía que existían.

—Es tan... maravilloso —susurró miley sobre su boca.

Él murmuró algo que ella creyó que eran mal­diciones y aceleró la velocidad de los embates. Miley jadeó y agarró la manta a ambos lados para tratar de conseguir que el mundo dejara de dar vueltas.

Demasiado tarde. La explosión en su vientre fue tan abrumadora, tan hermosa, que alzó la es­palda del colchón para pegarse a la silueta súbita­mente quieta de nick.

Minutos más tarde, sintió como si el corazón pudiera escapársele del pecho. Apretó con más fuerza las piernas en torno a Nick al verse sacudida por otro espasmo. Él alzó la cabeza de donde la tenía enterrada en la almohada. Sonreía.

Ripley carraspeó.

—De haber sabido que me estaba perdiendo esto, te habría dejado salirte con la tuya la prime­ra vez que me metí en tu cama.

—No, no lo habrías hecho —la besó.

—Tienes razón —le acarició la espalda con dedos lentos—. Pero es agradable pensar que sí, ¿verdad? —sintió la erección de Nick en su interior y la sonrisa de él le indicó que no era un movi­miento involuntario.

—Creo que hacerlo lo supera.

Al acariciarle el pelo húmedo y pegar las cade­ras a las suyas, se desvaneció toda risa.

—Creo que tienes razón —ella sonrió.

Nick ladeó la cabeza y le besó la comisura de los labios.

—Sabía que tarde o temprano ibas a pensar lo mismo que yo —comenzó a retirarse y ella se ele­vó otra vez—. Me alegro de que fuera más bien temprano...

PRIVATE INVESTIGATION CAP 16

HOLA QUERIDAS LECTORAS , ESPERO QUE ESTEN MUY BIEN  AQUI LES DEJO 2 CAPS Y ESPERO QUE LOS DISFRUTEN PERO ANTES : GRACIAS SARI HERMOSAAA  POR TODO YO TAMBIEN TE QUIEROO Y TE EXTRAÑO Y GRACIAS MARI ERES UNA SUPER PERSONA GRACIAS POR TU APOYO :D Y A TODAS MIS SISTERS DIVINAS LAS EXTRAÑO MUCHO :(.


Miley llamó brevemente a la puerta de la ha­bitación del hotel, luego se recordó plantarse con los hombros erguidos ante la mirilla. Un momen­to más tarde, la puerta se abrió y contempló a nick, recién duchado, con una toalla en torno a sus caderas estrechas y los abdominales sobresalien­do en magnífico relieve. Se dijo que era hermoso en el mar de confusión que la rodeaba.

—¿Vas a pasar o qué? —preguntó él, haciéndo­la entrar por la muñeca. Miró a ambos lados del pasillo y luego cerró.

Miley lo odió por poder paralizarla con tan poco esfuerzo. De hecho, sin ninguno. No había hecho más que plantarse allí como un dulce reclamando ser devorado para que su cerebro deja­ra de funcionar.

Fue hasta la cama grande, se dejó caer en ella y soltó el bolso a sus pies, doloridos de tanta ca­rrera que había realizado en la última media hora... primero tras Nicole Bennett y luego al ale­jarse de los tres matones que la perseguían por motivos que solo Dios conocía.

Por suerte, ella los había visto antes y había te­nido tiempo de ocultarse con Joe en la tienda de antigüedades que había junto a la de empeño; allí aguardaron hasta que los tres hombres pasaron de largo en el coche.

Luego Nick los había llevado al hotel que sería su nueva morada. Ella había insistido en bajarse en la esquina para que no los vieran juntos más de lo que fuera absolutamente necesario, le ha­bía dado tiempo a registrarse y llegar a su habita­ción antes de llamarlo por el móvil robado. nick le había informado del número de habitación y ahí estaba.

Sentía el inicio de un profundo dolor de cabeza.

—¿Estás seguro de que nadie puede relacionar tu nombre con el de la habitación?

—Completamente —sonrió—. Probablemente no quieras oírlo ahora, pero sin duda podrías co­rrer mejor si tuvieras los zapatos adecuados.

—Oh, fantástico —miley miró el techo—. Ahora intenta venderme zapatos.

—Es lo que hago —se encogió de hombros—. Pégame un tiro si quieres.

—No me tientes —musitó.

De hecho, tenía más ganas de pegarse un tiro ella misma. «Quieta». Todavía no podía creer que le hubiera gritado eso nada más verla fuera de la tienda. ¿Quién se había creído que era? ¿La Mujer Policía? Se tumbó en la cama y gimió. Probable­mente había estropeado su primer caso. Quizá su madre tuviera razón. Tal vez aún la aceptaran en su antiguo trabajo. Si les ofrecía dinero y entraba de rodillas, quizá la contrataran de vuelta sin ha­cer preguntas.

Sintió unas manos en los pies. Calientes y fuer­tes. Se sentó de golpe y miró boquiabierta a nick, en cuclillas junto a la cama.

—¿Qué haces? —susurró, cuando su intención había sido hablar con voz normal, pero se lo im­pidió que él le quitara la sandalia y pasara un dedo por su sensibilizado arco.

Nick le sonrió y luego deslizó los dedos por la extensión de su pie. Ella jadeó al experimentar un escalofrío.

—¿Qué sucede,miley? ¿Tienes cosquillas?

No habría podido decirlo. Nadie había intenta­do hacérselas con anterioridad. Sus padres nunca se habían mostrado muy propensos a los contac­tos físicos. Y desde luego, ninguno de sus amigos se había acercado a sus pies. Tragó saliva.

—Tengo pegada la mitad de la suciedad de las calles de Memphis. ¿No te... mmm... molesta?

Él le quitó la otra sandalia y le masajeó los pies.

—¿Qué es un poco de suciedad entre amigos?

—¿Amigos?

—Sí. Me gustaría pensar que eres mi amiga.

Amigos.

Miley se quedó quieta, sin quitarle la vista de encima, hipnotizada.

—¿No vas a... eh... burlarte de lo que pasó? — preguntó, sin gustarle la densidad de su voz. Sona­ba demasiado próxima a las lágrimas para su gus­to. Y lo último que deseaba era llorar. Sí, había estropeado su primer caso como detective, pero eso no significaba que debiera arrojar la toalla. O quizá era uno de esos casos en que el destino quería decirle algo, aunque no sabía qué.

—Estás más tensa que un cordón —murmuró nick.

—Tú también lo estarías si hubieras encontra­do a la persona que buscabas para volver a per­derla.

—Al menos la encontraste.

Sí, tuvo que reconocer que eso era verdad. Ha­bía encontrado a Nicole Bennett.

Parte de la sabiduría de Nelson Polk reverberó en su mente. «Los casos de personas desaparecidas son los más difíciles, en especial si la persona desaparecida no quiere que la encuentren. Considérate afortunado si encuentras a la mitad de las personas que buscas. Y que te paguen de antemano».

Sonrió. Si alguien tan experimentado como Polk tenía una media del cincuenta por ciento, entonces ella no lo estaba haciendo tan mal. La sonrisa se desvaneció. Se había sentido tan contenta de reci­bir su primer caso real, que no había seguido su consejo. Sí, le habían dado un adelanto de doscien­tos dólares, y cincuenta dólares en concepto de gastos, pero tal como iba el caso, no tardaría en quedarse sin blanca. Y al no disponer de medio al­guno para ponerse en contacto con su dienta, no albergaba esperanza de ver más dinero. De hecho, daba la impresión de que ya no tenía caso.

—¿A quién quiero engañar? —tragó saliva—. No estoy hecha para esto. Debería hacer la male­ta é irme a casa.

—¿A casa? —preguntó nick—. ¿Dónde está?

—En St. Louis —carraspeó y apartó el pie, in­cómoda por mostrarle su lado débil, aunque obra­ra milagros con su masaje—. ¿Y tú? —trató de desviar la conversación de ella, temerosa de que si hablaba de la posibilidad de abandonar, pudiera convertirse en realidad.

—Minneapolis —repuso nick.

Miley  apoyó los pies descalzos sobre el col­chón y pasó los brazos alrededor de las rodillas. Nick se reclinó contra la cama, aún en el suelo.

—¿De verdad quieres abandonar? —pregun­tó—. ¿Volver a casa?

Se encogió de hombros, sin saber muy bien qué quería hacer. Y a pesar de sus temores, descu­brió que necesitaba hablar de la situación.

—Parece lo único razonable y lógico. Quiero decir, la mujer que me contrató para encontrar a una persona desaparecida también ella ha desa­parecido. Lo que significa que si no logro locali­zarla no habrá dinero... y tampoco clienta —lo miró con la mejilla sobre la rodilla—. Luego está la cuestión de que no tengo interés personal por encontrar a Nicole Bennett. Aunque la hubiera frenado delante de la tienda de empeño, ¿qué ha­bría podido hacer con ella?

—Buena pregunta.

—Sí, pero poco satisfactoria —suspiró y giró la cabeza hacia el otro lado, lejos de Nick y cerró los ojos—. No sé. Quizá todo esto de convertirme en investigadora privada no sea más que un sueño en­gañoso. Lo único que sé hacer con cierto grado de pericia es responder llamadas de teléfono y meca­nografiar los informes de gastos de otros. Y es pro­bable que lo que estudié de informática ya haya quedado obsoleto —se mordió el labio—. ¿En qué estaría pensando? —sintió que el colchón se movía y supuso que Joe se había sentado a su lado.

—Es interesante que hayas empleado la pala­bra satisfactoria —musitó.

Miley no se movió, no dijo nada, simplemente permaneció con la vista clavada en la pared del cuarto de hotel, tratando de no ser consciente del hombre magnífico y casi desnudo que tenía al lado.

—Últimamente he reflexionado en el hecho de que no estaba obteniendo mucha satisfacción de mi propia vida —continuó él.

Unos dedos se deslizaron por los hombros de miley y la hicieron temblar; se dio cuenta de que no estaba a su lado, sino detrás de ella. Y la tocaba.

—No sé. Supongo que llevo tanto tiempo avanzando a toda marcha que nunca me he dete­nido a preguntarme si era feliz.

Los dedos bajaron de los hombros a su espal­da, donde él le masajeó los músculos a través de la camiseta.

jueves, 8 de septiembre de 2011

:( I´M SORRY

HOLA CHICAS QUERIDAS :D ESPERO QUE TODITAS ESTEN MUY BIEN :D LES PIDO DISCULPAS POR NO HABER ENTRADO ANTES AL BLOG :( ESTOY MUY OCUPADA CON LA PREPA Y NO TENGO MUCHO TIEMPO PARA SUBIR CAPS :( .

PIENSO CERRAR EL BLOG :( . O PODRIA NO CERRARLO PERO TARDARIA EN SUBIR :(
ESPERO SUS OPINIONES , LAS QUIEROOOO UN MONTON BESOS BESOS.