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sábado, 19 de noviembre de 2011

PRIVATE INVESTIGATION CAP 24

HOLA MIS QUERIDAS LECTORAS Y SISTERS , SIENTO MUCHO HABERME DESAPARECIDO TANTO TIEMPO Y DEJAR ABANDONADO EL BLOG , EN REALIDAD ESTOY BASTANTE OCUPADA PERO AQUÍ LES DEJARE ALGUNOS CAPÍTULOS , LAS QUIERO MUCHISIMO A TODAS MUCHO BESITOS.
Sacó el permiso de conducir de la cartera, lo puso delante del otro y se lanzó a una perorata, mientras miley permanecía a su lado con la mano en el bolso. Sin quitar la vista de la entrada, los dedos se encontraron con el contacto frío de la culata de la pistola. No sabía a quién quería en­gañar. No podría dispararle ni a un perro rabioso que la atacara. Solo esperaba que los tipos del co­che no echaran espuma por la boca.
Nick al final contó unos billetes y se los arrojó al empleado. Miley calculó la cantidad y la sumó a su lista de deudora. La suma empezaba a comerse una buena porción de sus ahorros, pero él no había di­cho ni palabra de todo lo que le había dado hasta el momento. Además, le debía algo mas que dinero.
Se acercó a la puerta y la abrió un poco para espiar el exterior. El coche y los hombres no se habían movido. Frunció el ceño.
—Por aquí —el empleado señaló otra puerta que probablemente conducía al aparcamiento—. Denme un momento para que llame a los perros.
Nick le dijo algo que miley no estaba segura de querer oír, luego la condujo hacia la puerta que había indicado el otro.
—¿Dónde andan nuestros amigos? —le susu­rró al oído.
—Siguen fuera.
—¿Cuál es el plan ahora?
Con los dedos sobre los labios, ella consideró la situación. La tranquilizó el peso del bolso.
—Saca el coche a la calle y espérame —fue a alejarse, pero tuvo que retroceder al sentir el ti­rón en el cuello de la blusa.
—Mmm. Esa no es una opción.
—Tú no eres quién para decidirlo —se soltó.
—Sí mientras esté contigo.
Miley estudió la cara atractiva e irritada de nick y descubrió que hablaba en serio.
—¿Estás preocupado por mí? —preguntó con cierta incredulidad.
Aparte de sus padres, jamás había tenido a al­guien que lo hiciera. Era agradable.
—No, me preocupo por mí —indicó nick.
—Mmm —sabía que no era verdad; de lo con­trario, la habría dejado hace tiempo.
Alguien llamó a la puerta desde el otro lado. Nick la abrió y vio al empleado.
—En un minuto —volvió a cerrarla—. ¿Qué vas a hacer? —le preguntó a ella.
Miley se encogió de hombros.
—Me acercaré a su coche y les preguntaré qué es lo que quieren.
Pensó en Nicole Bennett cuando se enfrentó a nick y a ella la noche anterior y sintió una punzada de envidia. Daría cualquier cosa por tener agallas. Aunque había una gran diferencia entre una investi­gadora novata y tres gorilas sentados en un coche.
nick le tomó la mano y tiró de ella hacia la puerta.
—Nos enfrentaremos juntos a ellos. Justo cuan­do saque mi coche de este sitio olvidado de Dios.
Cruzó la puerta detrás de él con una protesta en los labios. Protesta que murió cuando Johnny, el empleado, apretó un botón y las puertas se abrieron para revelar a los tres hombres en cues­tión de pie con los brazos cruzados.

Miley estaba sentada en la parte de atrás del sedan oscuro, con uno de los matones a su lado mientras el otro ocupaba el asiento delantero y la observaba por el espejo retrovisor. Miró por la ventanilla hacia donde el tercer tipo hablaba con nick cerca de la parte frontal del vehículo.
Suspiró y se reclinó.
—¿De verdad son del FBI? —preguntó; miró a uno y luego al otro.
El que estaba delante metió la mano en el bol­sillo, luego abrió una cartera por encima del res­paldo del asiento, sin volverse en ningún momen­to. Miley contempló la identificación y se preguntó si la habría pedido del mismo catálogo del que ella había solicitado su placa de investiga­dora privada.
Cerró la cartera y se la guardó.
—Nunca había visto agentes como ustedes —claro está que jamás había visto a un agente del FBI tan de cerca, pero ellos no tenían por qué sa­berlo.
Ninguno de los dos dijo nada.
Miley volvió a suspirar y puso los ojos en blanco. Al parecer el único capaz de hablar era el que estaba con nick.
—Para mí se parecen más a la mafia —comen­tó y a punto estuvo de arrancarse la lengua de tan fuerte que se la mordió. Ninguno de los dos se movió, pero sintió que la mirada del conductor se intensificaba a través del retrovisor, algo que solo pudo percibir, porque los tres llevaban gafas de sol. Cruzó los brazos—. Claro está que si fue­ran de la mafia, no irían mostrando placas del FBI, ¿verdad? —pensó en voz alta—. No tendrían que hacerlo.
Alguien llamó a su ventanilla y se sobresaltó. Alzó la vista para ver al matón número tres indi­carle que abriera la puerta. Sonaron los cerrojos automáticos y él la abrió.
—Puede marcharse, señora.
Lo miró con los ojos entrecerrados. Un maño­so no la llamaría señora.
—¿Seguro? —no sabía por qué había pregun­tado eso. Cuando alguien como ese hombre te decía que podías irte, te ibas. Punto.
Una sonrisa se asomó por la comisura de sus labios para desaparecer al instante.
—Sí a menos que no desee hacerlo.
Miley permaneció en medio de la calle mien­tras veía cómo el otro rodeaba el vehículo y se sentaba en la parte delantera junto al conductor. Luego el sedan arrancó y giró en la siguiente es­quina.
Nick se acercó a ella.
—Vayamos a comer algo.

Nick se sentaba frente a ella en un local de Beale Street y sonreía ante la súbita pérdida de apeti­to por parte de miley . Había tenido que pedir por los dos, ya que ella no había dicho nada des­de que la obligó a subir al coche.
Se sentaban en un rincón de un bar decorado con carteles de viejas leyendas del blues, instru­mentos musicales donados y autógrafos escritos directamente en las paredes.
Al final miley parpadeó y pareció salir del coma inducido por la conmoción.
—¿Me estás diciendo que nos dejó ir porque era de Minneapolis y te recordaba de tu época de jugador de baloncesto en la universidad?
—Sí —apoyó los codos sobre la mesa. Ella puso los ojos en blanco y se reclinó en la silla—. Bueno, eso y que le conté todo lo que sabía sobre ti y el caso en el que trabajabas —se acomodó la servilleta y vio que abría mucho los ojos—. Y yo que pensaba que estarías contenta al descubrir que no te encontrabas metida en ningún lío.
—Eso ya lo sabía yo. Más o menos. No he he­cho nada malo.
—Por casualidad, ¿conoces a una tal Christine Bowman?
—Christine Bowman es Clarise Bennett —lo vio enarcar una ceja—. Lo descubrí esta mañana cuando llamé para comprobar a quién correspon­día el número de contacto que me había dado Clarise. De modo que es a Nicole a quien buscan, ¿verdad? —lo miró a los ojos—. ¿Qué ha hecho?
—En lo que atañe a ellos, nada.
—¿Nada?
—No van detrás de ella. Quieren a Christine Bowman.
—¿La mujer que me contrató? —él asintió—. ¿Han dicho por qué la buscan?
Nick rió entre dientes y se reclinó para que la camarera pudiera retirarle el plato. Cuando quiso hacer lo mismo con el de miley, esta le indicó que aún no había terminado, cuando la verdad era que todavía no lo había tocado. Nick adivinó que había recuperado el apetito.
—No mantuvimos precisamente una conver­sación a dos bandas, miley.Yo hablaba y el agen­te Miller escuchaba.
—De modo que quieren a Christine... —tomó una costilla del plato e introdujo el extremo en un cuenco con salsa de barbacoa—. No les habla­rías de la caja, ¿verdad?
—No, no les hablé de la caja —respondió, mientras clavaba la vista en un poco de salsa que ella tenía en la comisura de los labios.
Ella pareció notar la comunicación no verbal y sacó la lengua para limpiarse; luego sonrió.
Nick contuvo un gemido y extrajo una tarjeta personal del bolsillo y se la alargó.
—Sin embargo, le prometí que los llamaríamos si obteníamos alguna información sobre Christi­ne o Nicole.
—¿Por qué Nicole?
—Supongo que porque podría conducirlos hasta Christine.
—Son las mejores costillas que he probado — comentó ella antes de lanzar otro ataque al plato que tenía delante—. ¿Y eso ha sido todo? —pre­guntó después de acabar en un abrir y cerrar de ojos con todas las costillas—. ¿No tenemos que preocuparnos más de ellos?
—Ya no tenemos que saltar de ninguna terra­za, si es a eso a lo que te refieres —se adelantó y se frotó la nuca—. De hecho, podemos volver al primer hotel... si queremos.
—Eso es magnífico. Tienes todas tus cosas allí.
—Sí —lo que no dijo fue que si volvían al pri­mer hotel tendrían habitaciones separadas y que no sería necesario que fingieran que eran pareja para esquivar a los tres tipos que ya sabían que eran del FBI.
Ella pareció tan decepcionada como se sentía él mientras se limpiaba las manos con la toallita húmeda que había junto a la servilleta.
—Ha sido un poco decepcionante, ¿verdad? Me refiero al FBI. Y yo que creía que había hecho algo que desconocía.
Nick hizo una mueca. Tendría que haber imagi­nado que miley solo pensaba en el caso.
—Pero —continuó ella—, ¿por qué entraron en mi habitación con las armas desenfundadas?
—Dijeron que no estaban del todo seguros de la relación que tenías con Christine —se encogió de hombros—. Y consideraron que existía la posi­bilidad de que estuviera contigo.
—Oh.
Nick no podía creérselo. Estaba decepcionada porque el FBI no hubiera ido tras ella.
Miley apartó la silla y se puso de pie. Él la imi­tó.
—¿Ahora adonde?
—Supongo que a nuestro viejo hotel. Y a tratar de descubrir qué hay exactamente en la caja por la que sienten tanto interés Christine y el FBI.

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