nileylove

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sábado, 26 de noviembre de 2011

MERECE LA PENA ARRIESGARSE CAP 2.




Miley mantenía la cabeza baja mientras volvía a casa. Se sentía enferma, su organismo cargado de adrenalina debido a una respuesta defensiva que llegaba dos años tarde.


Aquel hombre sólo quería el azucarero. Nada más.
Ella sabía que era cierto, como sabía que el azúcar no era lo único que había querido el hombre de la cafetería.
Se había vestido discretamente, siempre lo hacía, incluso en el momento álgido de su carrera, pero los hombres siempre parecían saber que bajo esa ropa ancha había un cuerpo que mucha gente pagaba por ver.
“Yo no tengo nada que tú quieras. Nada”.
Eso era lo que debería haberle dicho. Y luego debería haberse girado para que pudiera ver su cara. Estaba segura de que después de eso no volvería a molestarla.
El buzón rojo de la casa de sus padres era visible desde el principio de la calle y Miley salió corriendo. Sólo cuando puso la mano en el picaporte pudo respirar tranquila otra vez.
–¿Eres tú,miley? Has vuelto temprano –dijo su madre desde la puerta de la cocina, secándose las manos con un paño, el ceño fruncido en un gesto de preocupación.
–Se me había olvidado el móvil y estoy esperando una llamada de Hayley –mintió ella.
En otra ocasión se habría echado en sus brazos para buscar consuelo y seguridad. Pero eso fue antes de escuchar a sus padres hablando sobre las vacaciones que pensaban tomarse para celebrar su trigésimo aniversario. Un viaje de dos semanas a Barcelona, el sueño largamente acariciado por su madre, un sueño que había decidido posponer porque, en sus propias palabras: “no podemos dejar sola a miley, nos necesita demasiado. No sobreviviría estando sola dos semanas”.
Le había dolido en el alma escuchar ese comentario, pero su natural sinceridad la forzó a reconocer que tenía razón. Una cosa era haber dejado su apartamento para volver a casa de sus padres después del ataque, otra completamente diferente arruinarles la vida.
Y por eso había empezado a ir a una cafetería que estaba cerca de su casa. Se había obligado a sí misma a ir hasta allí sola todos los días durante una semana. Se sentaba durante veinte minutos mientras leía la columna de Cartas a Gertrude, el lado derecho de su cara mirando hacia la pared, y luego volvía a casa.
Y aunque le daba pánico y se sentía avergonzada y angustiada durante cada segundo de esos veinte minutos, sabía que había hecho mella en sus padres porque había oído a su madre hablando con la agencia de viajes por teléfono. Y por eso haría un esfuerzo para vestirse, salir de casa e ir a la cafetería al día siguiente, por sus padres.
A la madura edad de veintiocho años, miley había renunciado a la idea de tener una vida propia pero no quería robar la de sus padres, de modo que hizo un esfuerzo para sonreír.
–¿Necesitas que te eche una mano con la comida?
–Claro, cielo.
Suspirando, miley fue con su madre a la acogedora y segura cocina familiar.

viernes, 25 de noviembre de 2011

MERECE LA PENA ARRIESGARSE CAP 1.

queridas chicas aquí les dejo el primer cap espero que les guste y que comenten :D.

Miley Cyrus gets indecisive at the food counter line inside Cafe Metro as she stops in for a bite.



Allí estaba otra vez. En una esquina del café, ocupando la mesa que había hecho suya durante la última semana, con la misma gorra de béisbol y las mismas gafas de sol ocultando su rostro, leyendo la misma columna en el periódico.


Nick dejó su cuaderno de dibujo y su móvil a un lado para hacer lo que hacía cada mañana: desayunar y leer la columna de Cartas a Gertrude en el periódico. Tras el mostrador, Andy levantó el pulgar. Eso significaba que su desayuno estaba en camino: café y el mejor bollo de crema que se podía encontrar en la ciudad de Melbourne.
Después de su diario ritual, Nick volvió a mirar a la mujer que estaba sentada en el rincón ,miley cyrus. Casi no la había reconocido cuando entró en la cafetería la semana anterior, pero nada podía esconder esa boca de labios generosos y suaves. Una boca de sirena.
¿Cuántas clases de matemáticas se había perdido mirando esa boca? ¿Y esos ojos grises tan claros? ¿Y esas piernas?
Nick sonrió para sí mismo mientras abría el periódico para leer la columna de Cartas a Gertrude. ¿Había algo más ferviente y trágico que un amor adolescente?
Aquel día, Gertrude ofrecía sus consejos a una joven novia, a un empleado frustrado con su jefe y a un abuelo desconcertado. Pero, aunque sus consejos eran tan ingeniosos e irónicos como siempre, la mirada de Nick iba continuamente de la página del periódico a la mujer que estaba sentada en el rincón.
No por primera vez, sintió la tentación de acercarse para decirle quién era y recordarle que una vez habían compartido un libro de biología durante una clase de cuarenta minutos. Pero habían pasado más de diez años y él ya no era el chico delgado y con gafas que iba a clases de arte.
miley se había convertido en una famosa modelo, pero también él había encontrado su sitio en el mundo desde entonces y estaba muy cómodo en él. Tal vez debería hablar con ella… por los viejos tiempos.
Pero había algo en la postura de miley cyrus que lo hizo vacilar aquel día, como le había pasado durante toda la semana. Tenía los hombros tensos, toda ella estaba tensa. Sujetaba los bordes del periódico con tal fuerza que el papel se doblaba. Y aunque siempre pedía lo mismo, un café con unas gotas de vainilla y un bollo con nueces, nunca comía o bebía más que un poquito. Podría ser debido a su profesión de modelo, pero el instinto le decía que había otra razón.
Mientras la miraba, el hombre que estaba sentado en la mesa de al lado se acercó para pedirle el azucarero. Nick sonrió cínicamente. Qué poco original.
miley dio un respingo y empujó el azucarero tan abruptamente que estuvo a punto de tirarlo de la mesa. Y cuando el hombre intentó hablar con ella, se levantó de la silla, las patas arañando el suelo de cemento, y prácticamente salió corriendo de la cafetería.
Nick volvió a concentrarse en el periódico. No era la primera vez que salía corriendo cuando alguien intentaba entablar conversación con ella.
Se preguntó si la gente la reconocería, si sabrían lo famosa que se había hecho trabajando como modelo. No era un mundo sobre el que estuviera al tanto, de modo que no tenía ni idea. Pero lo que estaba claro después de observar a miley durante una semana era que se había vuelto tímida, terriblemente introvertida. Hasta el punto de que la atención de los demás la hacía salir corriendo.
Qué curioso. Su belleza, aunque innegable, no era suficiente para fascinarlo porque él no era un hombre que coleccionase trofeos. Pero su belleza y su timidez… eso sí le parecía llamativo.

sábado, 19 de noviembre de 2011

MERECE LA PENA ARRIESGARSE PROLOGO.

Cada mañana, Nick jonas acude a una cafetería cercana a su casa para desayunar… mientras intenta no mirar fijamente a miley cyrus, la chica que lo tenía loco en el instituto. Pero miley es una modelo de éxito… ¿entonces qué hace sola en un café, con ese aspecto tan frágil? Nick está decidido a averiguarlo y hará lo que haga falta para demostrarle que en la vida y en el amor merece la pena arriesgarse.


PRIVATE INVESTIGATIONS CAP 25


BUENO CHICAS HASTA AQUÍ LLEGO.  PERO LES SEGUIRÉ SUBIENDO, ESTA VEZ NO LAS ABANDONARE TANTO XD , ES MAS ESTOY PENSANDO EN SUBIRLES UNA MINI NOVELA NILEY QUE ME ENCANTA , LES COLOCARE EL PROLOGO Y SI LA QUIEREN ME DICEN :). 




Miley estaba sentada con las piernas cruzadas en su habitación del hotel original, con el conte­nido de la caja misteriosa sobre la colcha delante de ella. Horas de tocar y examinar las joyas falsas no la habían acercado ni un ápice a la verdad.
Suspiró y se reclinó sobre los codos; de forma automática giró hacia la almohada vacía, luego ha­cia la pared que su habitación compartía con la de nick.
Al volver al hotel, automáticamente había dado por hecho que iría con ella a su suite. Pero no había sido así. Le dijo algo de que tenía que llamar a la oficina para poner al día algunas cosas y la dejó sola.
Miró el reloj de pulsera. Ya habían pasado va­rias horas. Desde entonces no había tratado de ponerse en contacto con ella.
No estaba segura de qué se suponía que debía pensar. Desde la desaparición de la amenaza del FBI, y como ya se habían acostado, no tenían nin­gún motivo para seguir juntos. Se pasó la almoha­da extra sobre la cabeza y gimió, principalmente porque no conseguía convencerse de que solo había sido sexo, sin importar lo fenomenal que hubiera sido la experiencia. nick se había esforza­do mucho por ella en más de un sentido. La gente no hacía eso para conseguir un revoltón.
Pero si no había estado con ella únicamente por el sexo, ¿dónde se hallaba?
Tiró la almohada a un lado y se sentó. Se dijo que no debería estar pensando en eso. Debería tratar de averiguar qué había en la caja y por qué tanta gente iba tras ella.
Llamaron a la puerta y sus intenciones de solu­cionar el misterio se las llevó el viento.
Abrió y allí estaba nick.
—Hola —saludó él.
Había recuperado la camisa almidonada, la corbata y los pantalones de vestir. Tiró de la cor­bata para que entrara.
Él rió entre dientes.
—Así que me has echado de menos, ¿eh? Toma —le extendió una caja similar a las que habían llenado la parte de atrás de su coche—. Son para ti.
—No tendrías que haberte molestado —abrió la tapa y contempló las zapatillas que había den­tro. Sacó una—. ¿Vamos a ir a alguna parte?
—Pensé que podríamos ir a dar un paseo.
—Un paseo —lo estudió largo rato, luego abrió mucho los ojos—. ¿Me estás pidiendo una cita,nick jonas? No, ¿verdad?
Él carraspeó, incómodo. Miró el reloj.
—Acabo de llegar de la empresa de la que es­pero conseguir un contrato y pensé que ya era hora de volver a alimentarse —miró detrás de ella, hacia la cama deshecha—. ¿Has tenido algo de suerte con la caja?
Ella frunció el ceño y bajó la vista a los panta­lones cortos y la camiseta que llevaba. No había ninguna diferencia discernible, pero aún no había realizado ningún comentario sugerente ni mirado en dirección a sus pechos.
—Muy bien. Vayamos a dar un paseo —aceptó con cautela—. Pero primero deja que me vista.

Nick caminaba al lado de miley e intentaba no fijarse en lo bien que le quedaba el vestido rojo que se había puesto, ni en cómo sus pechos ame­nazaban con desbordarse por el escote, y la boca se le hacía agua con solo pensar en la piel suave y cálida. Caminaban por Beale Street y el sonido de varios grupos de blues se filtraba hasta la calle desde los portales por los que pasaban. A pesar de que el sol se deslizaba por el horizonte, hacía más bochorno que en cualquier otro momento del día, debido a que el asfalto había absorbido gran parte del calor diurno.
Suspiró y deseó haberse puesto algo más cómo­do y fresco. Se había remangado la camisa, aflojado la corbata y desabrochado algunos botones.
Ella le pasó la mano por el brazo y le sonrió. Apoyó la cabeza levemente sobre su hombro y luego volvió a alzarla.
—Dime —musitó—, ¿cómo es la vida siendo nick jonas?
«Bastante aburrida», pensó. Al menos hasta ha­cía bien poco. Se encogió de hombros.
—No sé. Lo de costumbre, supongo.
—Define eso.
—¿Tienes hambre? —la miró y cambió de tema.
—Todavía no —le apretó el brazo—. Como esta fue tu idea, vas a tener que empezar a res­ponder a algunas preguntas.
—Quieres que te lo defina —musitó—. Me le­vanto a las seis de la mañana, salgo a correr ocho kilómetros, si el tiempo lo permite. A las ocho es­toy en la oficina. Salgo a las cinco —se encogió de hombros—. Lo de costumbre.
—Salvo cuando viajas.
—Salvo cuando viajo —convino.
—¿Y cuan a menudo lo haces?
—El año pasado estuve en la carretera unas treinta y dos semanas.
—¿Tanto? Eso son dos terceras partes del tiempo —nick asintió—.Viajas lo mismo que una estrella de rock.
—Sí —rió—. Lo mismo, pero con un horario diferente —era típico de miley hacer que su tra­bajo pareciera más interesante de lo que era. De pronto se dio cuenta de que nunca había consi­derado que dirigir su empresa fuera un trabajo. Era su carrera. Su estilo de vida. Nunca un simple trabajo para pagar las facturas—. Y tú solías ser secretaria —dijo, aunque le resultó imposible compararla con Gloria. No podía imaginarla sen­tada más de cinco minutos.
—Lo fui durante seis años —respondió ella, como si la realidad la sorprendiera tanto como a él.
Caminaron en silencio una manzana. Nick em­pezaba a comprender que aparte del incurable deseo que despertaba miley en él y de la extraña y onírica cualidad de los últimos días, lo que em­pezaba a sentir hacia su trabajo, que bajo ningún concepto era una aventura, había ido emergiendo despacio a la superficie en los últimos meses. Conseguir contratos de distribución, lanzar campañas de promoción y firmar contratos con las estrellas del deporte para que llevaran sus pro­ductos ya no lo entusiasmaba.
El problema era que aparte de  miley,ya no sa­bía qué lo entusiasmaba.
Y estaba el pequeño detalle de que en poco tiempo miley ni siquiera seguiría en su vida para distraerlo.
Sintió un tirón en el brazo. Bajó la vista y vio que ella lo observaba con curiosidad.
—Empiezas a preocuparme —comentó ella—. No me has mirado los pechos ni una sola vez.
Automáticamente él dirigió la mirada a la par­te superior del escote y a la piel suave y delicada que revelaba.
—Sí lo he hecho. Lo que pasa es que no me has visto —la sonrisa de ella fue miley en su pura esencia—. Además —añadió—, creía que odiabas que fuera  monotemático.
—Un tema es mejor que ninguno —respondió ella tras reflexionarlo unos momentos—. Desde esta tarde siento como si te hubiera perdido —lo tomó de la mano y se plantó ante de él—. ¿Qué quieres hacer? Dilo. Cualquier cosa y la haremos.
Nick quería que el mundo volviera a tener senti­do. Pero no creía que fuera a suceder en el futuro inmediato.
—¿nick?
—¿Mmmm? —parpadeó y la miró a la cara.
—Bésame —pidió con sonrisa lenta.
Él contuvo un gemido. En ese momento no ha­bía nada que deseara más.
Apoyó los dedos en la nuca de ella y despacio la hizo retroceder hasta una farola. miley se hu­medeció el labio inferior. Nick puso la mano en el poste a la altura de la cabeza de ella y se inclinó para rozarle los labios.
Suaves, dulces y embriagadores. Cerró los ojos y apoyó la frente contra la de miley , a simples milímetros de su boca. Ella lo miraba y en sus ojos de color whisky había un montón de pre­guntas. Luego ladeó la boca y apoyó los labios con más urgencia en los de él.
Nick no pudo evitar responder al beso.
La calle bulliciosa a su alrededor se desvane­ció, el mundo se encogió hasta incluir solo a miley  bajo ese charco de luz. Mientras ella le intro­ducía la lengua en la boca, no fue capaz de pensar en otra cosa que no fuera la forma absolu­ta en la que había entrado en su vida en los últi­mos días. Su último pensamiento fue pegarla a él todo lo que pudo para evitar que desapareciera en la misma niebla que la había llevado hasta su vida.
Y lo peor de todo era que no tenía ni idea de lo que ella sentía por él.
Miley se apartó con una risa suave que le lle­gó al alma.
—Bueno, eso ha sido... agradable.
—¿Agradable? —preguntó él con una ceja enarcada.
—Mucho —sonrió y cerró los dedos en la pe­chera de su camisa—.Vamos. Creo que será me­jor que comamos algo antes de que nos arresten por exhibición indecente.
—Aún seguimos vestidos.
—Exacto.

PRIVATE INVESTIGATION CAP 24

HOLA MIS QUERIDAS LECTORAS Y SISTERS , SIENTO MUCHO HABERME DESAPARECIDO TANTO TIEMPO Y DEJAR ABANDONADO EL BLOG , EN REALIDAD ESTOY BASTANTE OCUPADA PERO AQUÍ LES DEJARE ALGUNOS CAPÍTULOS , LAS QUIERO MUCHISIMO A TODAS MUCHO BESITOS.
Sacó el permiso de conducir de la cartera, lo puso delante del otro y se lanzó a una perorata, mientras miley permanecía a su lado con la mano en el bolso. Sin quitar la vista de la entrada, los dedos se encontraron con el contacto frío de la culata de la pistola. No sabía a quién quería en­gañar. No podría dispararle ni a un perro rabioso que la atacara. Solo esperaba que los tipos del co­che no echaran espuma por la boca.
Nick al final contó unos billetes y se los arrojó al empleado. Miley calculó la cantidad y la sumó a su lista de deudora. La suma empezaba a comerse una buena porción de sus ahorros, pero él no había di­cho ni palabra de todo lo que le había dado hasta el momento. Además, le debía algo mas que dinero.
Se acercó a la puerta y la abrió un poco para espiar el exterior. El coche y los hombres no se habían movido. Frunció el ceño.
—Por aquí —el empleado señaló otra puerta que probablemente conducía al aparcamiento—. Denme un momento para que llame a los perros.
Nick le dijo algo que miley no estaba segura de querer oír, luego la condujo hacia la puerta que había indicado el otro.
—¿Dónde andan nuestros amigos? —le susu­rró al oído.
—Siguen fuera.
—¿Cuál es el plan ahora?
Con los dedos sobre los labios, ella consideró la situación. La tranquilizó el peso del bolso.
—Saca el coche a la calle y espérame —fue a alejarse, pero tuvo que retroceder al sentir el ti­rón en el cuello de la blusa.
—Mmm. Esa no es una opción.
—Tú no eres quién para decidirlo —se soltó.
—Sí mientras esté contigo.
Miley estudió la cara atractiva e irritada de nick y descubrió que hablaba en serio.
—¿Estás preocupado por mí? —preguntó con cierta incredulidad.
Aparte de sus padres, jamás había tenido a al­guien que lo hiciera. Era agradable.
—No, me preocupo por mí —indicó nick.
—Mmm —sabía que no era verdad; de lo con­trario, la habría dejado hace tiempo.
Alguien llamó a la puerta desde el otro lado. Nick la abrió y vio al empleado.
—En un minuto —volvió a cerrarla—. ¿Qué vas a hacer? —le preguntó a ella.
Miley se encogió de hombros.
—Me acercaré a su coche y les preguntaré qué es lo que quieren.
Pensó en Nicole Bennett cuando se enfrentó a nick y a ella la noche anterior y sintió una punzada de envidia. Daría cualquier cosa por tener agallas. Aunque había una gran diferencia entre una investi­gadora novata y tres gorilas sentados en un coche.
nick le tomó la mano y tiró de ella hacia la puerta.
—Nos enfrentaremos juntos a ellos. Justo cuan­do saque mi coche de este sitio olvidado de Dios.
Cruzó la puerta detrás de él con una protesta en los labios. Protesta que murió cuando Johnny, el empleado, apretó un botón y las puertas se abrieron para revelar a los tres hombres en cues­tión de pie con los brazos cruzados.

Miley estaba sentada en la parte de atrás del sedan oscuro, con uno de los matones a su lado mientras el otro ocupaba el asiento delantero y la observaba por el espejo retrovisor. Miró por la ventanilla hacia donde el tercer tipo hablaba con nick cerca de la parte frontal del vehículo.
Suspiró y se reclinó.
—¿De verdad son del FBI? —preguntó; miró a uno y luego al otro.
El que estaba delante metió la mano en el bol­sillo, luego abrió una cartera por encima del res­paldo del asiento, sin volverse en ningún momen­to. Miley contempló la identificación y se preguntó si la habría pedido del mismo catálogo del que ella había solicitado su placa de investiga­dora privada.
Cerró la cartera y se la guardó.
—Nunca había visto agentes como ustedes —claro está que jamás había visto a un agente del FBI tan de cerca, pero ellos no tenían por qué sa­berlo.
Ninguno de los dos dijo nada.
Miley volvió a suspirar y puso los ojos en blanco. Al parecer el único capaz de hablar era el que estaba con nick.
—Para mí se parecen más a la mafia —comen­tó y a punto estuvo de arrancarse la lengua de tan fuerte que se la mordió. Ninguno de los dos se movió, pero sintió que la mirada del conductor se intensificaba a través del retrovisor, algo que solo pudo percibir, porque los tres llevaban gafas de sol. Cruzó los brazos—. Claro está que si fue­ran de la mafia, no irían mostrando placas del FBI, ¿verdad? —pensó en voz alta—. No tendrían que hacerlo.
Alguien llamó a su ventanilla y se sobresaltó. Alzó la vista para ver al matón número tres indi­carle que abriera la puerta. Sonaron los cerrojos automáticos y él la abrió.
—Puede marcharse, señora.
Lo miró con los ojos entrecerrados. Un maño­so no la llamaría señora.
—¿Seguro? —no sabía por qué había pregun­tado eso. Cuando alguien como ese hombre te decía que podías irte, te ibas. Punto.
Una sonrisa se asomó por la comisura de sus labios para desaparecer al instante.
—Sí a menos que no desee hacerlo.
Miley permaneció en medio de la calle mien­tras veía cómo el otro rodeaba el vehículo y se sentaba en la parte delantera junto al conductor. Luego el sedan arrancó y giró en la siguiente es­quina.
Nick se acercó a ella.
—Vayamos a comer algo.

Nick se sentaba frente a ella en un local de Beale Street y sonreía ante la súbita pérdida de apeti­to por parte de miley . Había tenido que pedir por los dos, ya que ella no había dicho nada des­de que la obligó a subir al coche.
Se sentaban en un rincón de un bar decorado con carteles de viejas leyendas del blues, instru­mentos musicales donados y autógrafos escritos directamente en las paredes.
Al final miley parpadeó y pareció salir del coma inducido por la conmoción.
—¿Me estás diciendo que nos dejó ir porque era de Minneapolis y te recordaba de tu época de jugador de baloncesto en la universidad?
—Sí —apoyó los codos sobre la mesa. Ella puso los ojos en blanco y se reclinó en la silla—. Bueno, eso y que le conté todo lo que sabía sobre ti y el caso en el que trabajabas —se acomodó la servilleta y vio que abría mucho los ojos—. Y yo que pensaba que estarías contenta al descubrir que no te encontrabas metida en ningún lío.
—Eso ya lo sabía yo. Más o menos. No he he­cho nada malo.
—Por casualidad, ¿conoces a una tal Christine Bowman?
—Christine Bowman es Clarise Bennett —lo vio enarcar una ceja—. Lo descubrí esta mañana cuando llamé para comprobar a quién correspon­día el número de contacto que me había dado Clarise. De modo que es a Nicole a quien buscan, ¿verdad? —lo miró a los ojos—. ¿Qué ha hecho?
—En lo que atañe a ellos, nada.
—¿Nada?
—No van detrás de ella. Quieren a Christine Bowman.
—¿La mujer que me contrató? —él asintió—. ¿Han dicho por qué la buscan?
Nick rió entre dientes y se reclinó para que la camarera pudiera retirarle el plato. Cuando quiso hacer lo mismo con el de miley, esta le indicó que aún no había terminado, cuando la verdad era que todavía no lo había tocado. Nick adivinó que había recuperado el apetito.
—No mantuvimos precisamente una conver­sación a dos bandas, miley.Yo hablaba y el agen­te Miller escuchaba.
—De modo que quieren a Christine... —tomó una costilla del plato e introdujo el extremo en un cuenco con salsa de barbacoa—. No les habla­rías de la caja, ¿verdad?
—No, no les hablé de la caja —respondió, mientras clavaba la vista en un poco de salsa que ella tenía en la comisura de los labios.
Ella pareció notar la comunicación no verbal y sacó la lengua para limpiarse; luego sonrió.
Nick contuvo un gemido y extrajo una tarjeta personal del bolsillo y se la alargó.
—Sin embargo, le prometí que los llamaríamos si obteníamos alguna información sobre Christi­ne o Nicole.
—¿Por qué Nicole?
—Supongo que porque podría conducirlos hasta Christine.
—Son las mejores costillas que he probado — comentó ella antes de lanzar otro ataque al plato que tenía delante—. ¿Y eso ha sido todo? —pre­guntó después de acabar en un abrir y cerrar de ojos con todas las costillas—. ¿No tenemos que preocuparnos más de ellos?
—Ya no tenemos que saltar de ninguna terra­za, si es a eso a lo que te refieres —se adelantó y se frotó la nuca—. De hecho, podemos volver al primer hotel... si queremos.
—Eso es magnífico. Tienes todas tus cosas allí.
—Sí —lo que no dijo fue que si volvían al pri­mer hotel tendrían habitaciones separadas y que no sería necesario que fingieran que eran pareja para esquivar a los tres tipos que ya sabían que eran del FBI.
Ella pareció tan decepcionada como se sentía él mientras se limpiaba las manos con la toallita húmeda que había junto a la servilleta.
—Ha sido un poco decepcionante, ¿verdad? Me refiero al FBI. Y yo que creía que había hecho algo que desconocía.
Nick hizo una mueca. Tendría que haber imagi­nado que miley solo pensaba en el caso.
—Pero —continuó ella—, ¿por qué entraron en mi habitación con las armas desenfundadas?
—Dijeron que no estaban del todo seguros de la relación que tenías con Christine —se encogió de hombros—. Y consideraron que existía la posi­bilidad de que estuviera contigo.
—Oh.
Nick no podía creérselo. Estaba decepcionada porque el FBI no hubiera ido tras ella.
Miley apartó la silla y se puso de pie. Él la imi­tó.
—¿Ahora adonde?
—Supongo que a nuestro viejo hotel. Y a tratar de descubrir qué hay exactamente en la caja por la que sienten tanto interés Christine y el FBI.

domingo, 16 de octubre de 2011

PRIVATE INVESTIGATION CAP 23



Cuanto más sexo practicaban, más quería Nick.
Miley se retorció debajo de él y la embistió hasta el fondo, disfrutando con los escalofríos que la recorrían, con la oscilación de sus pechos, con la expresión de sus labios mientras respiraba de forma entrecortada. Le recorrió la boca con la lengua y luego la volvió a embestir.
Las emociones que lo embargaban eran fami­liares y desconocidas al mismo tiempo. Cuando los músculos lubricados de ella se contrajeron a su alrededor, se sintió como el hombre más im­portante de la tierra. Como si ese fuera su sitio natural. Le pasó los dedos por los pechos, luego por el valle que había entre ambos; después bajó las manos para coronarle el trasero y encajarla aún más contra él. Deslizó las manos por los mus­los y le curvó las piernas hasta dejarlas entre los dos. Cuando en esa ocasión la embistió, ella pro­nunció su nombre y se deshizo. Mientras experi­mentaba el orgasmo, nick observó pasar por la cara de miley una miríada de emociones.
Intentó contenerse, disfrutar con la mera ob­servación de miley. Pero verla experimentar tan­to placer, saber que él era el responsable de eso, hizo que estallara junto con ella.
Momentos más tarde, con la boca pegada al cuello de miley, sintió un momento de algo que solo pudo calificar como miedo. Miedo a que lo que sucedía entre ellos no fuera a durar.
—¿Sabes? —rió miley con voz ronca—, en algún momento vamos a tener que abandonar la cama.
—¿Por qué? —se incorporó un poco para obser­varla.
Ella le tomó la cabeza entre las manos y le plantó un beso en la boca.
—Porque tengo que solucionar un caso.
Él no pudo evitar una mueca. ¿Y qué pasaría cuando lo solucionara? ¿Regresaría a St. Louis? ¿Cómo quedarían las cosas entre ellos?
Miley lo empujó por los hombros y a regaña­dientes él rodó hasta quedar a su lado y observar­la mientras se dirigía al cuarto de baño a darse una ducha.
Se frotó la cara con las dos manos. Había pasa­do algún tiempo con una mujer en Dallas. En una ocasión, después de haber practicado el sexo y cuando él estaba casi indiferente en el otro lado de la cama, ella le había dicho que algún día iba a conocer a una persona que lo haría sentir lo mis­mo que sentía ella. Se contuvo de realizar un co­mentario desdeñoso y la escuchó con paciencia, pero había pensado que era inmune a aquello que hacía que las mujeres pasaran de ser magnífi­cas compañeras de cama a monstruos exigentes y hambrientos de compromiso.
Empezaba a descubrir que no solo no era in­mune, sino que sentía lo mismo, pero multiplica­do a la enésima potencia.
Se levantó de la cama, se quitó el preservativo usado y comenzó a recorrer la habitación. No le gustaba nada la situación. No se suponía que fue­ra a pasarle a él.
«Tranquilízate. Te gusta el sexo con esta mujer. Y todavía no quieres que se termine», se dijo. Eso no tenía nada de malo. No significaba que estu­viera enamorándose.
Amor.
No. No. Había una diferencia entre el sexo y el amor.
Miley salió del cuarto de baño. Llevaba pues­tos unos pantalones cortos de color caqui y una blusa blanca con una camiseta blanca debajo. No habría podido aparecer más sexy ni con las pren­das de uno de esos catálogos de mujeres.
«Santo cielo, me estoy enamorando de ella», comprendió a punto de atragantarse.
—¿listo? —preguntó miley.
No, no estaba listo. De hecho, jamás lo estaría. Se preguntó qué iba a hacer. ¿Adonde iba a ir? Ella lo miraba. ¿Qué le iba a decir?
—¿Para qué? —se obligó a preguntar.
—Para recuperar la caja del coche, por su­puesto.
—Por supuesto —repitió, yendo de un lado a otro de la habitación. Paró y trató de obtener cierta perspectiva, pero por su cabeza solo reso­naba la aterradora palabra que empezaba por «A». Al final se forzó a vestirse, para distraerse un poco. Entonces asimiló las palabras de ella y la miró mientras terminaba de ponerse la camisa—. ¿Qué has dicho?
—¿Qué? —lo miró con inocencia—. ¿Que va­mos a ir a recuperar la caja de tu coche?
—Sí, eso —cruzó los brazos—. ¿Estás loca? Es imposible que entremos en ese sitio sin que los matones nos vean —«o los perros», pensó. No sa­bía qué era peor.
Ella se pasó el bolso al hombro, acomodó la carpeta bajo el brazo y se dirigió hacia la puerta.
—Exacto.
Nick contuvo la puerta con la mano y la cerró.
—¿Qué quieres decir con «exacto»?
—Nelson me dijo que hay ocasiones en que es inteligente hacerte amigo de tus enemigos —se encogió de hombros.
Nick suspiró. Otra vez ese Nelson Polk.
Miley sonrió.
—Creo que es hora de que tú y yo averigüe­mos quiénes son en realidad nuestros nuevos amigos, y qué es lo que buscan.

Llegó a la conclusión de que Nick se comporta­ba de forma rara. Se recogió un poco el pelo. Ha­bía salido de la ducha para descubrir que la mira­ba con expresión que solo cabía describir como conmocionada. Y desde entonces no había deja­do de mirarla de ese modo. No hacía ningún co­mentario sarcástico. De hecho, parecía preparado para huir en la dirección opuesta con que ella lo asustara.
Sonrió, tentada de probarlo.
En la parte de atrás del taxi que había llama­do, Nick no habría podido sentarse más lejos de ella. Y tenía la clara impresión de que lo intenta­ba. De manera que hizo lo natural. Alargó la mano y lo tocó.
Él se sobresaltó y miley soltó una carcajada.
—¿Me estoy perdiendo algo? —preguntó, a punto de quitar la mano de su brazo, aunque cambió de idea, ya que le gustaba verlo un poco incómodo.
Nick movió la cabeza y tragó saliva.
—No sé si es una buena idea.
Ella subió la mano por su brazo, luego por su pecho, hasta encontrar la abertura de la camisa e introducir los dedos para sentir el vello del torso. Sonrió y le acarició una tetilla. Él le tomó la mano.
—¿Quieres parar? Hablo en serio.
—No hay nada de qué preocuparse, nick—re­puso, reclinándose contra su lado del asiento mientras veía cómo él se derrumbaba en el otro casi con alivio cómico—. Si son del FBI, entonces estamos a salvo, porque ninguno de los dos ha hecho nada malo —al menos eso esperaba—. Si no lo son... bueno, estamos a pleno día. ¿Qué crees que van a hacer? ¿Dispararnos?
—La idea ha pasado por mi cabeza.
—Pues nosotros les respondemos —palmeó el bolso donde llevaba la pistola.
—Cielos, eso me tranquiliza —comentó con su viejo espíritu, aunque no con la misma energía.
Miley le había dicho al conductor que le avi­sara en el momento en que estuvieran cerca. Cuando lo hizo, le indicó que los dejara en la es­quina opuesta del parque de la grúa, y recompen­só sus esfuerzos con una buena propina.
Bajó del coche y mantuvo la puerta abierta.
—¿Vienes? —preguntó. Nick no parecía ser consciente de que el taxi se había detenido.
Hizo una mueca y bajó junto a ella. Vieron marcharse el taxi enfrascados en sus propios pensamientos.
Miley lo tomó del brazo y comenzó a caminar hacia el aparcamiento. El sedan con los tres mato­nes estaba aparcado ante la otra acera. Cruzó y se dirigió hacia el garaje junto al solar, donde proba­blemente se hallaba la oficina.
—¿Adónde vamos? —preguntó Nick.
—A recuperar tu coche.
Casi sin mirar el sedan oscuro los dos entra­ron por las puertas del garaje, cuyo interior se veía en penumbra y atestado, como cualquier otro local similar. Nick se dirigió hacia una oficina prefabricada donde un tipo fumaba un cigarro y leía la sección de deportes del periódico.

PRIVATE INVESTIGACIONS CAP 22

HOLA MIS QUERIDAS LECTORAS Y SISTERS , ESPERO QUE TODITAS ESTEN BIEN LAS QUIERO UN MONTÓN Y LAS EXTRAÑO EMI, YAZ, SARI,PRI,VALE Y TODASSSSSSSSSS, AQUI LES DEDICO LOS CAPS A TODAS LAS HERMOSAS QUE COMENTAN , MUCHAS GRACIAS.


ADVERTENCIA:CAPI HOT



—No era la respuesta que buscaba.
—Por desgracia, es la única que tengo.
Ella se acomodó sobre la almohada y tocó las páginas del libro.
—¿Qué estás leyendo? —le costaba creer que se pusiera a leer una novela en esa situación, pero la verdad era que no conocía muy bien a Nick.Quizá le diera por leer cuando estaba nervio­so o en problemas.
Él alzó el libro para dejarla ver la tapa.
Cómo Hacerse Investigador Privado en Diez Pasos Rápidos y Sencillos.
—Bromeas —comentó boquiabierta.
—No —sonrió.
Le quitó el tomo de las manos y observó la contratapa. Conocía el libro. Hacía un mes había sacado un ejemplar de la biblioteca pública de St. Louis. Lo que no sabía era qué hacía nick con él.
Se lo devolvió con un suspiro.
—¿Qué haces nick?
—Supuse que necesitaba ocuparme cuando no disfrutábamos del sexo —lo cerró y lo dejó sobre la mesita de noche.
—¿Y se te ocurrió hacerte investigador priva­do?
—No —sonrió—. Tú eres la investigadora. Pen­sé que si leía sobre el tema llegaría a ser más ayuda que estorbo.
Miley no supo si sentirse conmovida o insul­tada. Optó por lo primero y trató de desterrar lo segundo.
—¿Esto significa que ahora voy a tener que leer sobre zapatos?
—No, a menos que quieras —rió entre dien­tes. Se acercó y apoyó un dedo en el bajo de la camiseta—. ¿Sabes?, podríamos saltarnos las par­tes de investigación y calzado e ir directamente a la del sexo.
Ella sintió un escalofrío y los pechos se le en­durecieron.
—Mmm —musitó mientras veía cómo le le­vantaba la camiseta para revelar sus braguitas blancas.
El dedo se abrió paso por debajo de la banda elástica y la acarició con suavidad. Miley  jadeó, sorprendida por el despertar instantáneo de sen­saciones ardientes por todo el cuerpo.
Las braguitas desaparecieron, pero en vez de subir, nick tomó uno de los pies de ella en sus ma­nos. Le hizo algo en él que consiguió que se le contrajeran los pezones.
—¿Tienes alguna predilección por los pies? — su intención era que el comentario sonara como un leve sarcasmo, pero la voz le pareció ronca in­cluso a ella, revelando lo mucho que le gustaba lo que hacía.
Él sonrió y la acarició desde el talón hasta el dedo gordo y oyó un jadeo.
—Los pies son mi negocio.
—A algunos hombres les encantan los pechos —se mordió el labio—. A otros las piernas. Mi sino ha sido encontrar uno con un fetiche por los pies.
Nick empezó a subir por su cuerpo. Miley se acomodó en el colchón y estiró el cuello cuando los dedos de él encontraron su botón mágico y comenzaron a frotarlo.
—Dios, estás encendida —murmuró él, y su aliento agitó el vello que había entre las piernas de miley.
Ella abrió los ojos en el momento en que la boca de nick se pegaba a su núcleo ardiente, mien­tras con los dedos mantenía los pliegues abiertos a las atenciones que le dedicaba. Jadeó, atrapada entre la necesidad de apartarlo y el deseo de que continuara con lo que hacía.
Arqueó la espalda con violencia y sin pudor se empujó contra él mientras la lamía con la lengua. Se humedeció los labios y pensó que una chica podía acostumbrarse a eso. Le succionó la parte más sensible de su cuerpo y miley tembló.
No dejó de subir y subir, hasta que se tamba­leó al borde del precipicio... momento en el que Nick retiró la boca.
—¡No! —gritó ella, tratando de obligarlo a ba­jar otra vez.
Él rió entre dientes y al rato las protestas de miley cesaron cuando Nick reemplazó la boca con su erección, dura y palpitante entre las piernas de ella, haciendo que pegara las caderas con­tra él.
—Estamos impacientes esta mañana, ¿eh? — musitó, mordisqueándole el cuello.
—Cállate y dámela.
Él adelantó toda su extensión por los pliegues de ella y volvió a dar marcha atrás.
—¿Darte qué,miley cyrus? Quiero oírtelo decir.
Ella abrió los ojos para mirarlo, con expresión dominada por la necesidad.
Bajó la mano, lo tomó con los dedos y descu­brió que ya tenía enfundado el preservativo. En­cajó la punta de la erección contra su centro fe­menino, luego elevó con rapidez las caderas.
—Esto... oh, sí, esto...

viernes, 7 de octubre de 2011

PRIVATE INVESTIGATIONS CAP 21

HOLA QUERIDAS LECTORAS :) ESPERO QUE TODAS ESTEN MUY BIEN , LAS QUIERO UN MONTON AQUI LES DEJO OTRO CAP
Miley Cyrus HAITI HONEY

A la mañana siguiente estudiaba el escaso con­tenido de la carpeta que tenía sobre la cama, con la vista clavada en la foto de Nicole Bennett mien­tras comprobaba la información que le había pro­porcionado Clarise Bennett y trataba de encajar todo con lo sucedido hasta el momento. Suspiró y se dejó caer sobre las almohadas, consciente de que la cama enorme parecía demasiado vacía sin nick en ella.
Giró la cabeza para mirar la almohada de él. Habían tenido algo más que un sexo magnífico la noche anterior después de regresar de la Pirámi­de. Se frotó la frente y contempló la puerta por la que él se había ido. Había dicho que iba a buscar unos donuts. Miley no tenía que recurrir a su bagaje de cuatro días de experiencia como detecti­ve para conjeturar que no le hacía falta casi hora y media para traerlos.
Se sentó y colgó las piernas por el costado de la cama. Siempre había considerado que el acto tan íntimo estaba sobrevalorado. Antes de estar con nick, había salido y tenido sexo con tres hom­bres. Primero había sido con Jack Bassett en el asiento de atrás del Chevy del padre de él al ter­minar el baile de fin de curso, y la sensación había sido de plena insatisfacción. El número dos había sido Terry Sheen en la universidad. No tenía un Chevy, pero también había sido rápido. Tanto, que se preguntaba si lo que habían tenido había sido sexo o algo más parecido a ataques sorpresi­vos, con más huidas que ataques.
Luego estaba el tercero. ¿Quién había dicho que el tamaño no importaba? Quien fuera, jamás se había acostado con el Pequeño Tim Bensen. Al principio había creído que lo llamaban Pequeño en broma porque medía un metro noventa y pe­saba cien kilos. Había sido una ilusa.
rió, incapaz de creer que pensaba en su vida sexual de forma tan despreocupada. Hacía solo dos días que se había cuestionado su sexualidad debido precisamente a esos tres hombres, consi­derando que era culpa de ella no haber alcanzado el orgasmo durante el sexo.
Hasta que apareció nick.
Se encendía solo con pensar en él. Era agrada­ble descubrir que la fama que tenía el sexo era bien merecida. Le dolían puntos que no sabía que podían llegar a dolerle. Y cada vez que daba un paso, se sentía tentada a preguntarse si podía ha­ber algo así como demasiado buen sexo.
Recogió los papeles, los arregló y luego los me­tió en un sobre de papel de manila. Se había sen­tado para analizar el caso y había terminado pen­sando en nick. Había sospechado que existirían inconvenientes para lo que había entre ellos. Pero, por algún motivo, no había considerado que una buena vida sexual sería equivalente a una mala profesional.
En ese momento oyó la cerradura de la puerta. La miró. Se sobresaltó cuando alguien intentó abrir y se vio detenido por la cadena de seguridad.
—miley, soy yo —llamó nick.
Soltó el aire que había contenido y fue a abrir. Un momento más tarde, él le sonreía como si hu­biera llevado ausente días y no solo noventa mi­nutos... y como si se alegrara mucho de verla.
Alzó una bolsa que miley le arrebató y abrió antes incluso de llegar a la cama.
—Gracias —dijo con la boca llena con un pas­tel de crema.
Nick movió la cabeza y depositó otra bolsa en la mesa.
—Guárdame uno, ¿quieres? —al ver la expresión de ella, añadió—: Mejor aún, dámelo ahora —extendió la mano junto a la cama y ella hizo exactamente lo que le pidió, le entregó solo un bollo de los seis que había llevado. Le sonrió y sacó la lengua para limpiarse crema de la comisu­ra de los labios. A Nick le costó tragar saliva—. Qui­zá no fue tan buena idea.
—Fue fantástica —apartó la carpeta y palmeó la cama—. Cuéntame.
—¿Contarte qué? —se sentó.
Ella aceptó el café que le ofreció Nick.
—Sé que no se tarda tanto en traer un par de donuts nick.
—¿Me has echado de menos? —le sonrió.
«Más de lo que nunca sabrás», pensó.
—No.
—Mentirosa —se inclinó y plantó un beso en su rodilla.
Riendo, se apartó con una hoguera encendida justo en la zona que le encantaría que le besara.
—Nunca te interpongas entre una mujer y sus donuts —dio otro mordisco—. Suéltalo.
Nick primero comió su donut. Muy lentamente. miley se movió nerviosa y se centró en el segun­do bollo.
—Fui al depósito de coches —ella enarcó las cejas—. Sí. El coche se encuentra detrás de una valla de dos metros y medio protegida por dos perros de aspecto muy feroz sueltos en el interior —frunció el ceño y bebió un trago de café de la taza de ella—.Y en el exterior había otro coche conocido con unos matones dentro.
—¿Estaban allí? —le costó tragar.
—Sí. Los tres.
—Fantástico —se dejó caer sobre la almoha­da, sin pensar que solo llevaba una camiseta y unas braguitas. Al menos hasta que Nick posó la vista en el triángulo de algodón entre sus piernas.
—Mmm. Sí... fantástico.
Miley tiró del borde de la camiseta y se cu­brió la zona en cuestión. En ese momento no quería que el sexo la distrajera, sin importar lo mucho que respondía su cuerpo ante esas sim­ples palabras.
—¿Te han dicho alguna vez que solo te obse­siona una cosa?
—Sí —sonrió—. Tú.
Miley recogió la carpeta de la cama y se acer­có a la mesa, lejos de la tentación que representa­ba Nick jonas . La abrió y extendió los documentos que había dentro.
Él suspiró con exagerada exasperación.
—Bueno, como el sexo no figura en mi futuro inmediato, te importa tirarme la bolsa que tienes al lado.
Con gesto distraído, agarró la bolsa que había dejado sobre la mesa al entrar y la tiró a la cama, luego se sentó para concentrarse en el caso. Soslayó el ruido de plástico que oyó desde la cama y llegó a la conclusión de que debía estar pasando algo por alto.
Estaba convencida de que no había ninguna relación sanguínea entre Nicole y Clarise. Incluso cuestionaba que Bennett fuera su apellido. Nada más llegar a Memphis, el primer recepcionista del hotel al que le había dado veinte pavos le había dicho que Nicole se había registrado bajo el ape­llido Kidman.
Alzó el auricular y llamó a una prima tercera por parte de padre que trabajaba en la compañía telefónica de St. Louis. Janet era dos años menor que ella y no era la más brillante de la familia, pero siempre se habían llevado bien. Después de una conversación normal e intrascendental, le pidió que comprobara si había una línea a nom­bre de Clarise Bennett en la zona de St. Louis o sus alrededores. No había ninguna. Luego le pre­guntó a qué nombre figuraba el número que le había dado Clarise y que en ese momento se ha­llaba fuera de servicio. Janet pareció un poco molesta.
—Cielos, Ripley, sabes que no puedo hacer eso. Es ilegal.
Miley se mordió la lengua para no decirle que ese era el motivo preciso por el que la había lla­mado a ella y no a Información. Se contuvo y le contó que salía con un chico que le había dado ese número, pero que de pronto había desapare­cido. Lo peor era que se temía que estaba casado.
—El nombre al que figura el número es el de Christine Bowman —anunció Janet un momento más tarde—. Después de la instalación inicial hace dos meses, dejó de pagar la factura y la com­pañía le cortó el servicio hace unos días —emitió un sonido ininteligible y luego le leyó la direc­ción—. Es raro que pueda permitirse vivir en esa zona y no pagar la factura del teléfono —bajó la voz—. ¿Crees que es la esposa?
—¿Esposa? —oh, había olvidado la historia que acababa de inventar—. Tal como había espe­rado. El muy miserable...
Le dio las gracias a su prima y colgó, pregun­tándose si Clarise Bennett sería Christine Bowman. Apostaba que sí. Lo que no sabía era por qué tomarse tantas molestias para darle un nombre falso.
Estudió otra vez la foto de Nicole y volvió a cuestionarse el extraño ángulo de la toma y su cualidad granulada. Armada con la sospecha de que Nicole y Christine, alias Clarise, no estaban relacionadas, no le cupo duda de que había sido sacada desde una cámara de seguridad. Se acercó más para examinar el entorno. La toma era desde los escalones delanteros de una casa con colum­nas blancas que flanqueaban la entrada y un pa­seo de baldosas que serpenteaba detrás de ellas.
Nicole llevaba un sencillo vestido claro, que pare­cía más un uniforme que una prenda de confec­ción corriente.
Se irguió, pensando.
Nicole no era la hermana de Clarise. Y tampo­co había ido a hacer una visita familiar a la casa de esta. Sospechaba que había trabajado en la casa, y no por mucho tiempo, si Clarise se había trasladado allí hacía solo un par de meses. Luego Nicole había robado la caja...
Cruzó las piernas. Entonces, ¿por qué Clarise no llamó a la policía para denunciar los artículos robados? ¿Por qué decidió contratarla a ella para recuperar lo que parecía un simple estuche con bisutería sin valor?
Respiró hondo; las respuestas que obtenía solo provocaban más preguntas.
—Necesito la caja —dijo en voz alta.
Miró a nick, tendido en la cama mientras leía un libro que tenía apoyado sobre el estómago marcado como una tabla para lavar. Soslayó el vuelco que le dio el corazón y fue a sentarse a su lado.
—¿Qué posibilidades tenemos de meternos en el coche sin que nadie nos vea?
—Ninguna —respondió, apoyando el libro so­bre el estómago.

jueves, 29 de septiembre de 2011

PRIVATE INVESTIGATION CAP 20

Miley Cyrus & Her New Best Friends PIC
Ella se retiró a estudiar a la multitud. Entonces supo por qué la gente que huía o que era seguida buscaba ese tipo de entorno. Había tantas perso­nas, colores y tamaños juntos, que dificultaría lo­calizar a un familiar, mucho más a una mujer a la que solo había visto una vez. No tenía buena pin­ta. Miró en la dirección por donde habían ido y abrió mucho los ojos.

—Santo cielo.

—¿Qué? ¿Qué pasa? —preguntó nick , tratando de seguir su línea de visión—. ¿La has visto?

—El guardia con el que hablabas cuando apar­caste... —tragó saliva—... ¿qué te decía?

—Que llamaría a la grúa si me quedaba allí. ¿Por qué?

Señaló una grúa que arrancaba.

—Creo que ha cumplido con su amenaza.

Nick miró y de inmediato entró en acción para correr detrás de la grúa con la velocidad de un hombre que corría de forma habitual. Pero el ve­hículo que se llevaba su coche había cobrado ventaja.

Miley sacó un bloc de notas y un bolígrafo del bolso, con cuidado de no tirar la pistola, y se puso a apuntar el número que había en el costa­do de la grúa. Guardó el bloc y fingió un interés intenso en sus zapatos cuando Nick regresó a su lado.

—Se han llevado mi coche —anunció de for­ma innecesaria.

—He apuntado el número. Llamaremos cuan­do volvamos al hotel para averiguar adonde se lo han llevado —Nick guardó silencio—. No te preo­cupes —al final estudió la expresión tensa de su cara—. Yo cubriré todos los gastos.

—Hay un pequeño problema con eso, miley—ella se irguió—. Si los matones de esta mañana son realmente del FBI, inspeccionarán mi coche.

—Sí —convino con gesto distraído y se puso a andar musitando en voz baja. No era importante no disponer de coche. La caja que Nicole había vendi­do en la tienda de empeño estaba dentro. Una caja que al parecer tenía la llave para desentrañar el lío en el que se encontraba—. Maldita sea —musitó. Se preguntó si algo más podía salir mal en ese caso.

Veinte minutos más tarde, la oscuridad había cubierto por completo la zona en la que se halla­ban, y la incesante columna de personas... había cesado. Clavó la vista en las puertas que en ese momento se cerraban con un ruido sonoro. Joe estaba con los brazos cruzados. Unos pocos co­ches permanecían en el enorme y bien iluminado aparcamiento, sin duda de la gente de manteni­miento y seguridad de la Pirámide. Por lo demás, el lugar se veía desierto.

—Debe haberse escabullido —mileyse aco­modó el pelo detrás de la oreja.

—Sí —corroboró nick. La miró, claramente irri­tado—.Y bien, ¿qué sugieres ahora?

—No lo sé —bajó la vista.

Él suspiró, luego se pasó la mano por la cara. Volvió a mirarla.

—Ni pienses en entrar a la fuerza para ir a ins­peccionar los servicios.

—Ni se me había pasado por la cabeza —sonrió.

—Bien.

—Estupendo.

—Perfecto.

—Maravilloso.

La mueca de Nick se transformó en una sonrisa a medias.

—¿Siempre tienes que quedarte con la última palabra?

—Siempre —soslayó la mirada penetrante de él que encendió hogueras en su interior—. Ni si­quiera voy a preguntarte cuál es tu sugerencia.

—¿Qué? ¿Qué volvamos al hotel, olvidemos a tu persona y dienta desaparecidas y nos meta­mos la cama?

Ella le apuntó con un dedo.

—¿Por qué sabría que ibas a decir eso?

—¿Porque tú piensas lo mismo?

No iba a reconocérselo. Se volvió hacia la enorme pirámide y comenzó a caminar con la re mota esperanza de que Clarise estuviera utilizan­do en ese mismo instante otra salida. Al girar en una esquina se detuvo en seco.

—¿Por qué me sigue? —preguntó una voz fe­menina; con las dos manos sostenía una pistola que apuntaba directamente al estómago de miley .

Nicole Bennett.

Miley miró a la cara de la mujer que ella ten­dría que haber encontrado.

—Lo repetiré por si no me ha oído. ¿Por qué me sigue? —Nicole dio un paso atrás cuando Nick giró por la esquina a toda velocidad.

Miley extendió un brazo para detenerlo, mientras se preguntaba cuánto tardaría en sacar la pistola del bolso. Si tenía en cuenta que había necesitado cinco minutos para meterla allí, como mínimo tardaría lo mismo en sacarla.

—No la seguimos —respondió. Agitada, se mo­vió—. Quiero decir, yo sí... la estaba buscando, pero ya no.

Nicole Bennett era más bonita que lo que de­jaba entrever la foto granulada que le había dado Clarise. Con un pelo largo y oscuro, casi negro, y grandes ojos grises, resultaba deslumbrante, her­mosa y peligrosa.

—¿Puede repetirlo? —inquirió Nicole.

—Mire, soy investigadora privada de St. Louis. Alguien preocupado por su bienestar personal me contrató para encontrarla.

La expresión de Nicole fue claramente escéptica, pero asintió.

—Adelante. La escucho.

—Su hermana —añadió miley—. Quería que la encontrara y las cosas que usted, mmm, le pidió prestadas.

La otra entrecerró los ojos, pero la pistola no osciló en ningún momento.

—Interesante. Mi hermana está en un sanatorio.

Miley parpadeó.

—Bueno, pues le deben haber dado el alta, porque la he conocido. Ella me entregó una foto de usted, me dijo que tenía la costumbre de lle­varse cosas de su casa, pero que en ningún mo­mento la denunció y me pidió que la localizara —frunció el ceño—. Se llama Nicole Bennett, ¿verdad? Y su hermana es Clarise Bennett.

—Describa a la mujer que la contrató para buscarme.

—Pelo rubio. Aproximadamente de su misma estatura. No, un poco más alta. Delgada. Con un aire a lo Grace Kelly, pero más afilado.

La mujer bajó la pistola al costado y sorpren­dió a miley con una sonrisa.

—Lo que pensaba —abrió la gabardina negra e introdujo la pistola en la cintura de unos panta­lones también negros, luego cubrió la culata con la parte inferior de un jersey negro de cuello vuelto—. ¿Lo encontró?

—¿Se refiere a la caja que vendió en la tienda de empeño?

—Sí.

—Sí, la recuperé —miró a Nick con una adver­tencia silenciosa de que no mencionara el inci­dente de la grúa.

—Bien —miró a un lado y a otro—. Entréguesela a mi... hermana.

—Ese es el problema —miley hizo una mue­ca—. Parece que su hermana ha decidido tam­bién huir de mí. De hecho, la seguimos hasta aquí.

—¿Aquí? —Nicole musitó algo ininteligible y pareció nerviosa.

—Sí. A eso me refería cuando dije que no la se­guíamos a usted. Íbamos tras ella.

Nicole comenzó a retroceder con expresión cautelosa mientras estudiaba el entorno.

—Cerciórese de que reciba la caja —dio me­dia vuelta y comenzó a alejarse deprisa.

Miley trató de sacar la pistola del bolso y avanzó unos pasos.

—¡Eh, aguarde un momento! —llamó.

—¿Qué haces? —nick la sujetó de la muñeca.

—Ir a buscar unas respuestas, por supuesto.

—No creo que sea una buena idea —movió la cabeza.

—Es gracioso, pero, ¿has oído que alguien pi­diera tu opinión? Yo no.

Él la soltó.

Ella se volvió, para descubrir que Nicole Bennett se había desvanecido en la noche.


martes, 20 de septiembre de 2011

PRIVATE INVESTIGATION CAP 19

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—Al menos se moverá más deprisa que tú —lo miró—.Vamos, jonas, al coche.
Cuando al fin siguieron el camino del taxi, él la miró.
—¿Tienes idea de cuánto tuve que pagarle a ese tipo?
—Olvida eso —cortó—. Mi cliente está... — miraba por cada calle que cruzaban—. ¡Ahí! ¡Re­trocede, retrocede! Gira por ahí.
—¿Tu cliente?
Ella asintió con énfasis y aferró la caja como si en ello le fuera la vida. Nick suspiró, pisó el freno, dio marcha atrás y luego giró.
—No me lo cuentes. ¿También huye de ti?
—Ahórrate los sarcasmos —lo miró exaspera­da—. Hemos de alcanzarla.
—¿Y entonces qué?
Miley parpadeó; aún no había ido tan lejos en sus planes.
—Preguntarle por qué huye de mí, desde luego.
—Y recuperar el dinero que acabo de dar por esas piezas sin valor que tienes en las manos.
Miley miró la caja en cuestión. Pasó la mano por encima, luego abrió la tapa. ¿Por qué Clarise Bennett iba a tomarse tantas molestias en buscar unas cuantas joyas falsas? ¿Y qué querían los hombres del FBI, siempre que pertenecieran al FBI, con las piezas?
—Esto no me gusta —Nick musitó las palabras que ella pensaba—. Algo no encaja —el taxi que tenían por delante giró a la derecha cerca del río.
—¡Deprisa! ¡No la pierdas!
Él soltó un juramento y luego realizó el giro. Miley  parpadeó y contempló la gigantesca pirá­mide de cristal a la que se acercaban, con los últi­mos rayos del sol reflejándose en su estructura como si fuera una aberración mística situada en­tre las riberas del Mississippi y del horizonte mo­derno de la ciudad.
—Dios, va a la Pirámide.
—Es un poco tarde para ver la exposición egipcia, ¿no crees?
—Es un lugar público. Nelson me dijo que siempre buscan un lugar público. Es mucho más fácil perderse en una marea de personas —oteó las escaleras que conducían a la entrada mientras Nick  seguía al taxi. Las puertas de salida laterales de la Pirámide se abrieron y la gente comenzó a salir.
—¿Quién diablos es Nelson? —inquirió nick.
—¿Eh?
—Acabas de decir que Nelson te dijo que siempre buscan un lugar público.
Ella aferró la caja y agitó una mano.
—Nelson Polk. Es, mmm, un amigo —ese no era el momento ni el lugar para entrar en detalles sobre quién era Nelson—. El taxi ha parado.
Nick se detuvo en el sitio que acababa de dejar libre el taxi y miley bajó y corrió tras Clarise con toda la velocidad que le permitían los tacones de diez centímetros. Que no era mucha. Chocó con una persona y luego con otra mientras salían del edificio. Jadeando, miró atrás para ver a Nick discu­tir con un guardia. Chocó de lleno con una mujer a la que a punto estuvo de tirar al suelo.
—Lo siento —se disculpó, continuando con su aproximación a una entrada que parecía alejar­se cada vez más.
Cuando al final llegó a la puerta, un guardia la frenó.
—La Pirámide está cerrando —anunció, mirán­dola.
Miley lo observó con exasperación jadeante.
—Me dejé el bolso dentro —ofreció a modo de explicación—. Por favor. Solo tardaré unos se­gundos. Sé dónde está —la excusa funcionaba. Bueno, al menos hasta que el hombre vio el bolso que trataba de esconder a la espalda.
—Buen intento, señora —le sonrió—. No pue­do dejarla pasar.
Miley tuvo ganas de manifestarse con una pata­leta. Clarise había entrado hacía menos de dos se­gundos y no daba la impresión de haber tenido pro­blemas.
—¿Sucede algo? —nick apareció a su lado y miró al guardia que aún la sujetaba por el brazo.
El otro la soltó.
—No puede pasar.
Miley observó a nick sacar pecho, a pesar de que el guardia debía superarlo en cuarenta kilos.
—Oh, bueno, supongo que tendré que esperar hasta que lleguemos al restaurante para usar el servicio, ¿verdad, osito mío?
Nick enarcó una ceja. ¿Osito mío? Ella tiró de su brazo y lo llevó hacia un lado, antes de que los pi­sotearan las hordas que salían. O que el oso que vigilaba la entrada les pegara un tiro.
—¿Estás segura de que la viste entrar? —pre­guntó Nick todavía con el pecho hinchado.
Miley le sonrió, incapaz de suprimir el impul­so de acariciar ese torso inflamado y dispuesto a la confrontación solo por ella.
—Sí  osito mio—respondió riendose.
—ha?..Entonces —miró los dedos de ella—, mmm, ¿qué hacemos ahora?
—Supongo que esperamos que Clarise salga o que la echen —bajó la mano al bolso.
—Buen plan.
—¿Tienes alguno mejor?
—bueno quiza - respondio nick tocandole el trasero a miley.
-NICK.

domingo, 18 de septiembre de 2011

PRIVATE INVESTIGATION CAP 18

QUIERIDAS LECTORAS Y QUERIDAS SISTERS HERMOSAS AQUI LES DEJO OTRO CAP :D LAS EXTRAÑO DEMASIADOOOOOOO Y LAS QUIERO UN MONTON, BESITOS.





Nick yacía en ese estado entre el sueño y la vigi­lia, sintiendo el calor del cuerpo femenino arre­bujado contra el suyo. Miley se movió a su lado. Él giró la cabeza con gesto perezoso y la observó con párpados entornados mientras con cuidado ella se apartaba y se levantaba de la cama. Con un movimiento, se puso la camiseta. Pero Nick disfru­tó de la contemplación del trasero redondo mien­tras recogía los pantalones cortos y el bolso y se dirigía hacia el cuarto de baño.

—¿Vas a alguna parte?

El sobresalto de miley a punto estuvo de ha­cer que se golpeara la cabeza con el techo. Se vol­vió para mirarlo.

—¿Tienes que hacer eso?

—¿Qué? —enarcó una ceja.

—¿Asustarme a cada oportunidad que se te presenta?

—En todas —su sonrisa se amplió.

Ella murmuró algo y cerró la puerta del cuarto de baño a su espalda. A Nick le resultó imposible ocupar los pensamientos en otra cosa que no fue­ra el sonido del agua de la ducha. Pero aunque había conseguido una apertura sexual de miley , sospechaba que una conexión más emocional re­queriría mucho más esfuerzo. Se llevó la almohada de ella a la cara e inhaló su fragancia.

Se obligó a dejar la almohada del otro lado de la cama justo a tiempo de ver cómo ella lo obser­vaba desde el cuarto de baño.

—¿Qué haces? —preguntó miley, con el cepi­llo para el pelo paralizado sobre su cabeza.

—Tratar de asfixiarme. ¿Por qué? ¿Te molesta­ría? —se pasó la mano por la cara—. ¿Qué les pasa a las mujeres que siempre adoptan esa acti­tud silenciosa y contemplativa después del sexo?

Miley lo miró boquiabierta mientras trataba de encontrar una reacción que encajara con las emociones que aletearon por su hermosa cara.

—¿Qué les pasa a los hombres que después del sexo tienen que meter en un único grupo a todas las mujeres con las que se han acostado?

—Mierda —murmuró Nick apartando la sábana. Se lo tenía merecido. Si ella lo hubiera compa­rado con otro, en especial después del sexo, tam­bién se habría sentido herido. Se puso unos va­queros y se dirigió descalzo a la puerta del cuarto de baño. Se apoyó en el umbral y la observó—. Lo siento.

—¿Eh? —aumentó la potencia del secador de pelo—. No puedo oírte.

Él apartó de la oreja de ella la mano que soste­nía el aparato y gritó:

—Lo siento.

—Ya puedes repetirlo —hizo una mueca.

Nick cruzó los brazos y la contempló hasta que creyó que se freiría el pelo. Al final tuvo que apa­gar el maldito aparato. Pero siguió sin prestarle atención mientras enfundaba la pistola en la car­tuchera.

—¿Piensas volver a hablarme? —quiso saber él.

Ella se encogió de hombros con gesto petulante.

—Todavía no lo he decidido.

Le quitó el cepillo de la mano y fue a su lado para cepillarle el pelo. Ella se lo arrebató, pero in­cluso ese gesto irritado era mejor que ninguno.

Intentó pasar por delante de él, pero nick le bloqueó la puerta. Miley puso los ojos en blanco y lo miró. Se dio cuenta de que había cambiado la camiseta y los pantalones cortos por un vestido rojo que la ceñía en todos los sitios adecuados.

—¿Adonde vas? —preguntó mientras jugaba con un bucle suelto.

—Fuera —repuso mirando con expresión ávi­da el movimiento al tiempo que se humedecía los labios.

—Eso lo he adivinado —rió entre dientes—. ¿Adonde?

Miley se escabulló por debajo de su brazo y Nick la siguió a la habitación. Ella se sentó en la cama y comenzó a hurgar en el bolso hasta sacar primero una sandalia de tiras y luego una segun­da. Otro par de zapatos que le torturaría los pies.

—He pensado en volver a la tienda de empe­ño. No llegué a ver qué hacía allí Nicole.

—Está cerrada.

—Abre hasta las ocho —sonrió—. Pero buen intento.

Él se encogió de hombros y sacó el polo que siempre guardaba con los vaqueros.

—Iré contigo.

Miley se levantó de la cama, probó las sanda­lias y luego recogió su bolso. Él hizo una mueca al ver cómo trataba de introducir la nueve milí­metros en el pequeño bolso que evidentemente no llevaba casi nada.

—¿Te parece una buena idea? No querrás que eso se dispare por accidente, ¿verdad?

—No te preocupes —le sonrió y pasó por de­lante—. Si lo hace y tú resultas herido, habrá sido adrede —abrió la puerta y se apoyó en ella—. ¿Vienes o qué?



Miley se hallaba ante el mostrador polvorien­to de la tienda de empeño; de vez en cuando mi­raba hacia el sucio escaparate y la calle. Había anochecido y la oscuridad había cubierto las cica­trices más pequeñas de la ciudad y proyectado una cualidad mística, casi sentimental, sobre las más grandes.

Miró a nick, que contemplaba embobado los re­lojes de hombre en un mostrador detrás de ella.

—Es un Rolex —lo oyó murmurar—. Uno au­téntico.

—Así es, mi buen hombre. ¿Quiere echar un vistazo más de cerca? —preguntó una voz desde el fondo.

Miley se movió de un pie a otro mientras el propietario que había conocido en su visita pre­via salía y se dirigía hacia Nick  y no hacia ella. Tam­borileó con los dedos sobre el cristal rayado del mostrador y esperó. Suspiró y se echó el pelo de­trás de la oreja, a punto de decir algo, cuando Nick  se volvió con algo que no era un reloj en la mano.

Cruzó para situarse frente a él, sin apartar la vista de la caja decorada que sostenía. Medía unos veintidós centímetros, por diez y por diez, y el exterior se veía cubierto de terciopelo rojo, con unas joyas semipreciosas fijadas en un patrón bo­nito a lo largo de los costados y la tapa. La abrió.

—¿Es esto? —preguntó miley—. ¿Es lo que vendió Nicole?

El tipo detrás del mostrador cruzó los brazos.

—Junto con los otros dos juegos de plata que usted vio ayer. Nadie quiere plata con las iniciales de otra persona. Aún no he tenido tiempo de eva­luar las piezas, de modo que lo que ve está exac­tamente tal como ella lo dejó.

Miley tocó un collar que parecía de diaman­tes enormes montados en oro, luego lo sacó. No era una profesional consumada, pero le pareció extraño que Nicole hubiera elegido una tienda de empeño para joyas de ese tipo. ¿No habría sido más adecuado una joyería?

—No son verdaderos —señaló el dueño—. Circonitas de extraordinaria calidad.

—Oh —miley se acaloró.

Nick le pasó la caja y se volvió para regatear con el dueño el precio del lote entero. Ella regre­só con gesto distraído al sitio que había ocupado antes y repasó el contenido de la caja. Sobre el terciopelo rojo había varias piezas, una más boni­ta que la otra. Miró por el escaparate, dándose cuenta de que Nick y ella quedaban claramente perfilados en la brillante luz interior. Un taxi se detuvo en la acera de enfrente y la puerta de atrás se abrió. Miley se acercó a la ventana y pri­mero vio la pierna de una mujer, luego el resto.

El corazón le dio un vuelco. La hermana de Nicole.

Agarró con fuerza la caja, se dirigió hacia la puerta y se detuvo cuando los ojos de ambas se encontraron. Miley agradeció su presencia. Una vez recuperados los objetos que Nicole le había extraído y pudiendo informar de que la había vis­to, quizá le pagara.

Pero en vez de ir hacia ella, tal como cabía es­perar, Clarise volvió a meterse en el taxi para de­saparecer de vista.

—Santo cielo.

Miley corrió a la calle, vio que el vehículo gira­ba por la primera esquina y volvió a entrar para ver que nick aún regateaba por el precio de la caja.

—¡Vamos! —lo aferró del brazo y trató de arrastrarlo hacia la puerta—. ¡Deprisa!

—Eh, no van a ir a ninguna parte hasta que no suelten la caja o el dinero —dijo el propietario.

Nick sacó un puñado de billetes del bolsillo de atrás y los plantó en el mostrador antes de que miley se lo llevara a la calle.

—Sigue tirando de mí de esa manera y te vol­verás para descubrir que sostienes un brazo sin nada detrás.