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domingo, 14 de agosto de 2011

PRIVATE INVESTIGATIONS CAP 9


Regresó al salón y probó otra vez con el nú­mero de la habitación de al lado.

Estupendo. El FBI le seguía el rastro por un motivo que solo ellos conocían y la mujer que lo había causado todo había desaparecido.

Fue a la terraza y abrió las cortinas y las puer­tas. Se dirigió hacia la terraza de miley. Enarcó las cejas. Había más de medio metro entre las respec­tivas barandillas y una caída de dos plantas.

Cerró las manos en torno a la barandilla y miró mas allá. En el patio había una piscina de medidas olímpicas, rodeada de árboles. La gente paseaba o tomaba el sol y nadie parecía consciente de su pre­sencia allí. Había sido un atleta durante el instituto y la universidad. Pero lo único que siempre había podido con él habían sido las alturas.

Apretó los dientes y se dijo que la única forma de llevar a cabo algo difícil era haciéndolo.

Agarró la barandilla con fuerza y se impulsó hacia la otra terraza, se irguió y se limpió las ma­nos en una exhibición de gran orgullo. Ni siquie­ra había sido la mitad de difícil de lo que había pensado.

Se acercó a la puerta, convencido de que iba a estar cerrada. Pero se abrió con facilidad.

No le pareció una buena señal, ya que si miley estuviera allí, dudaba de que hubiera dejado las puertas abiertas.

Apartó las cortinas y con renuencia entró, sin saber muy bien qué esperar. Al menos tenia la certeza de que los Tres Chiflados no habrían podido ade­lantársele. Miró en torno de la habitación en busca de cualquier indicio de la presencia de miley.

Así como había ordenado su habitación, esa era un desastre. Vio que en el cuarto de baño ha­bía ropa tirada en el suelo. Como contemplara un rato más la ropa interior de color rojo, iba a pasar allí todo el día. Cruzó al salón donde había una bandeja completamente vacía. Sonrió. Debía reco­nocer que la chica tenía buen apetito. Vio unos papeles sobre la mesa.

Retrocedió al dormitorio y permaneció en si­lencio en el umbral, con la mano apoyada en el marco. La puerta del armario estaba abierta. La cortina del cuarto de baño se hallaba descorrida, revelando una bañera vacía. Se frotó el mentón, luego fue hacia la cama. Extendió la mano a cie­gas por debajo y tanteó un poco. Oyó un jadeo en el mismo instante en que sus dedos se cerra­ban alrededor de un tobillo cálido y fino. Tiro con fuerza y apareció miley cyrus , que lo miró como si esperara a Jack el Destripador. nick sonrió.



Miley soltó el pie contra la espinilla de nick al tiempo que pronunciaba todas las maldiciones que había aprendido en su vida.

—Por el amor del cielo, jonas, ¿por qué no di­jiste nada al entrar? Creí que eras uno de ellos — se puso de pie y lo miró con ojos centelleantes. Dada la expresión de nick, no pensó que fuera a hacérselo fácil.

—No me digas. Es la regla número dos del ma­nual del investigador privado. Si oyes a un intru­so, escóndete bajo la cama.

Le dijo que hiciera algo que era físicamente imposible y se fue al salón. Era cierto que se trata­ba de su primer caso y que estaba hecha un lío, pero eso no significaba que tuviera que soportar los sarcasmos de Nick por cada fallo cometido.

—¿Dónde está tu pistola? —preguntó al se­guirla.

Miley alzó la tapa que había mantenido calien­tes los huevos revueltos y recogió la nueve milíme­tros. La había colocado allí pensando que si la inte­rrumpían durante el desayuno, la tendría a mano.

Desde luego, en cuanto la necesitó, se había olvidado de ella. Al menos la enorgulleció saber que en esa ocasión había estado cargada.

—¿Y qué haces aquí? —preguntó ella girando en redondo.

—Cuidado.

Miley descubrió que lo tenía más cerca de lo que había creído y a punto estuvo de clavarle el cañón de la pistola en el plexo solar. Con cuida­do, él apartó el arma y la mano.

—No te preocupes. Tiene puesto el seguro —explicó.

—Dime por qué eso no hace que me sienta más tranquilo.

Ella le sonrió. Había olvidado lo atractivo que era. Fijó la vista en su boca y se humedeció los la­bios.

—¿miley?

—¿Mmmm?

—No me mires de esa manera —tragó saliva—. Quizá no te guste la respuesta que eso pueda provocar.

Miley pensó que en ese momento no había nada que pudiera impedirle explorar de forma minuciosa la boca sexy de nick. Dio un paso al frente sin apartar la vista de sus labios. Él la sujetó por los hombros.

—Lo siento,miley. A algunos hombres puede resultarles atractiva una mujer armada. A mí, no. De hecho, me asusta mucho.

Ella se dio cuenta de que aún empuñaba la pistola y suspiró.

—Aguafiestas.

—Tuviste tu oportunidad anoche —sonrió.

—Anoche no te conocía.

—Ahora no me conoces mucho más.

—Es posible —movió los labios para aliviar el picor.

Él miró el reloj.

—Y por supuesto elegirías este momento para cambiar de idea.

—Por supuesto.

—Se supone que he de estar en este momento en una reunión —nick suspiró—. Una reunión muy importante que podría tener un impacto muy importante en mi empresa.

—Mmm —pudo ver por el modo en que los ojos de Nick no dejaban de posarse en la parte frontal de la camiseta y en su boca que la idea de besarla le parecía mejor por segundos. Se acercó hasta que sus labios casi se tocaron.

—Lo cual... mmm... me trae al motivo de mi presencia aquí —murmuró él.

—¿Quieres decir que no volviste para sacarme de debajo de la cama? —pero antes de que él pu­diera responder. miley pegó con suavidad los la­bios a los suyos.

Nick gimió y con la mano izquierda le quitó el arma. La sostuvo mientras la derecha se introdu­cía bajo la camiseta para tomarle un pecho. Ella sacó la lengua y probó sus labios. Café. Algo dul­ce. ¿Un donut? La introdujo en su boca. Vainilla. Decididamente un donut.

Él carraspeó y frotó la yema del dedo pulgar sobre el pezón erguido.

—Lo que tengo en mente sucede sobre la cama, no debajo de ella

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