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viernes, 5 de agosto de 2011

PRIVATE INVESTIGATION CAP 4

miley se asomó por la mirilla de la puerta. Dos de los tres pistoleros salieron de la habita­ción que había ocupado ella y luego marcharon por el pasillo. Faltaba uno de sus camaradas. ¿Se habría quedado en la suite por si ella regresaba? Se sobresaltó cuando los dos parecieron mirarla directamente antes de meterse en el ascensor.

Se volvió con las palmas apoyadas contra la puerta. El único problema era que la vista nueva ofrecía a otro hombre desconocido que también la agitaba. Aunque por motivos diferentes.

Al estudiarlo desde la puerta abierta del dor­mitorio, lo vio tumbado de costado sobre las sá­banas blancas, apoyado en un codo. Sintió como si el corazón pudiera salírsele del pecho. Cuando formuló el plan en la bañera, no había pensado más allá de salir de su habitación. Permaneció oculta bajo las burbujas el tiempo que pudo y evitó la inspección del agua con lo que parecía un silenciador, pero en cuanto los hombres aban­donaron su cuarto de baño y estuvieron en el sa­lón, había salido de la bañera e ido directamente hacia las puertas de la terraza. Desde luego, no se había detenido a considerar que estaba desnuda o que su habitación se hallaba en la segunda planta. Simplemente había calculado que la dis­tancia que la separaba de la terraza de su vecino era de unos sesenta centímetros y actuado.

Tragó saliva. Supuso que debería estar conten­ta de que su vecino no fuera un vendedor de me­diana edad y regordete. Pero no estaba convenci­da de que ese hombre fuera mejor. Tenía el pelo negro  y ondulado revuelto y un atractivo remolino sobre la frente que le daba un aire aún más devasta­dor. Ojos cafés  y unas pestañas oscuras. Sabía tanto por confirmación visual como por contacto, que todo ese cuerpo era puro músculo y fibra. Y era... largo. Cuando se puso a horcajadas sobre él, había necesitado esti­rarse para llegar hasta la boca y darle un beso con el fin de evitar que reaccionara cuando los pistoleros aparecieron en la puerta. Bueno, al me nos había evitado que reaccionara ante ellos. Con ella... había sido un anfitrión solícito.

Se dio cuenta de que aún respiraba entrecorta­damente y luchó por controlarse. El problema no era que ese hombre fuera atractivo. Sino que a pesar del aprieto en el que se hallaba, durante un momento ella había disfrutado del beso. Había es­tado a punto de devorarlo, cuando un simple contacto de los labios habría bastado.

De hecho, había necesitado la sorpresa de sen­tir lo completa que era la reacción de él a través de los calzoncillos para apartarse.

Nunca en la vida se había mostrado más des­vergonzada. No importaba que tres hombres ar­mados fueran el motivo. Ellos no explicaban el genuino deseo que la había invadido al yacer so­bre un hombre encendido y anónimo en la habi­tación a oscuras de un hotel.

—Yo, eh, lo que quiero decir... —tartamudeó, sin saber qué decirle una vez pasado el peligro inmediato. Puso los ojos en blanco. «Eres investi­gadora privada, por el amor del cielo. Una mujer independiente al mando de su propio destino». Soltó el aire—. Gracias —ofreció al final.

Parpadeó al ver que él apartaba, las sábanas para revelar la otra mitad del colchón.

—¿No crees que deberías brindarme la opor­tunidad de ofrecerte algo por lo que darme las gracias?

Miley lo miró como Si se hubiera vuelto loco. Luego la evaluación sugestiva y llena de calor a que la sometió hizo que su mente vibrara con un hecho innegable: seguía desnuda.

—Oh, Dios mío —cruzó un brazo sobre los pechos y la otra mano sobre... Santo cielo. No es que fuera excesivamente recatada. Su madre siempre había tenido que recordarle que cruzara las piernas cuando llevaba falda. Pero eso no en­cajaba en la misma categoría. Miró a ambos lados en busca de algo que ponerse. En contra de su mejor juicio, entró en el dormitorio. El armario se hallaba entreabierto.

—Vaya, la parte trasera es tan asombrosa como la delantera.

Miley se volvió ligeramente para ofrecerle una vista de costado. Situó la pierna en una posi­ción incómoda para que no se viera nada, alargó el brazo y sacó una camisa azul del colgador. Ne­cesitó cierto malabarismo, pero, aún de espaldas a él, al final logró enfundársela con lo que espera­ba que fuera un mínimo de dignidad. Al menos hasta que se dio cuenta de que el espejo de la puerta del armario le proporcionaba al hombre que tenía detrás una vista completa de la pechera abierta de la camisa. Y a juzgar por la sonrisa de él, disfrutaba en grande.

Aunque se preguntó qué hombre no se asom­braría de que una mujer desconocida y desnuda se metiera en la cama de su habitación de hotel en plena noche. Con dedos temblorosos se aboto­nó la camisa. No quería saberlo. Lo que de verdad importaba era que sin duda sería como el resto de hombres con los que había salido.

Pero tampoco podía culparlo. ¿Qué otra cosa iba a hacer al ver a una mujer desnuda entre sus sábanas? ¿Echarla?

Cruzó hacia la cama y notó que la sonrisa de él se ampliaba. Tiró de la sábana mientras él le ha­cía sitio. Miley sonrió y alargó la mano hacia su entrepierna.

—Eso está mejor —confirmó él, palmeando la cama.

Retiró la nueve milímetros de debajo de la sá­bana y la sopesó. Experimentó gratificación al ver que de la cara de él desaparecía todo rastro de di­versión.

—Vaya —con gesto cómico, nick levantó las manos—. No olvides que fuiste tú quien se metió en mi cama.

Miley sonrió y se sentó en el borde del colchón.

—Sí. Y menos mal que estás acostumbrado a esas situaciones, ¿verdad? De lo contrario, puede que ninguno de los dos estuviera aquí.

Ella nunca creyó que vería a una persona mo­verse con tanta celeridad. Un minuto él estaba re­clinado con el aspecto de ser la viva imagen de la tentación, y al siguiente se hallaba de pie junto a la cama, sujetando la sábana al pecho como si acabaran de violarlo.

—A ver si me aclaro —dijo—. Tú no eres un... obsequio de mis colegas.

Miley enarcó las cejas y limpió la pistola ni­quelada con la sábana.

—¿Recibes a menudo regalos de esta naturaleza?

—Jamás.

—No, no soy un regalo de tus colegas. Y tam­poco soy la camarera que quiere hacer la cama contigo dentro. Ni el servicio de habitaciones con el fin de redefinir ese término —movió la pistola—. No te preocupes, apreté el botón equi­vocado y el cargador se cayó en la bañera —de­positó el arma en la mesita de noche, luego se in­clinó con la mano extendida—. Hola. Soy miley cyrus , investigadora privada.

Siempre había anhelado decir eso, y más con alguien tan receptivo como él. Así como las per­sonas con las que se había encontrado durante todo el día se habían afanado en que no descu­briera lo que perseguía, ese hombre había desea­do brindarle todo lo que andaba buscando. «Todo lo que no estoy buscando», corrigió.

Experimentó un escalofrío agradable al recor­dar la textura de la lengua en contacto con la suya, del vello del torso ancho excitándole los pe­zones endurecidos. Debía concederle que hacía tiempo que nadie le provocaba ese placer.

Lo observó en busca de una reacción. Y cuan­do la mostró, de inmediato deseó recuperar la otra faceta que él había mostrado. Esa... bueno, el destello divertido en sus ojos azules le advirtió de que se preparara.

—Investigadora privada, ¿eh?

Tal como miley había pensado. Terminó de abotonarse la camisa prestada.

—¿Tienes algún nombre? —preguntó.

—Mmm.

—¿Vas a compartirlo conmigo? —le dedicó una mirada de refilón.

—Depende —soltó la sábana, abrió más las piernas y plantó los puños en las caderas. Para un tipo con solo unos escuetos calzoncillos encima, lograba parecer el hombre más sexy del mundo.

—¿De qué?

—De si hay o no hay un equipo de filmación listo para entrar por esa puerta y anunciar que se trata de una broma.

—Ya me gustaría a mí —musitó miley, luego señaló la puerta de entrada con el dedo pulgar—. Por favor, ve a comprobarlo.

Él se quedó quieto un segundo, luego fue ha­cia la otra habitación.

Hablando de traseros magníficos. Tenía unos glúteos en los que una chica podía clavar los dedos. Y unos muslos que insinuaban un nivel de re­sistencia superior a lo que ella conocía. Se asomó por la mirilla y se volvió, captando la dirección que había seguido su mirada. Miley apartó la vis­ta con rapidez y alargó la mano hacia la mesita de noche, donde había una cartera. La abrió.

—Nicholas jonas miller—cerró la cartera de piel y la devolvió a su sitio—. Encantada de conocerte nicholas.

—nick.

Sonrió. Le gustaba. Era un nombre sencillo y cotidiano, pero él distaba mucho de ser el Nick tí­pico.

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