Unos dedos resbaladizos subieron y bajaron por la superficie larga y dura. La piel se le perló de humedad, haciendo que anhelara algo que tardaba mucho en conseguir. Apretó bien y evaluó el líquido a punto de salir, luego apoyó la mejilla contra el objeto familiar que había querido tener en sus manos todo el día.
Cuando miley cyrus quedó satisfecha con la profundidad del agua en la bañera, destapó el frasco de sales de baño y le dio la vuelta. Hipnotizada, observó mientras su contenido se mezclaba con el agua que caía. Estaba impaciente por desterrar el cansancio acumulado a lo largo del día.
Se sentó en el borde de la bañera de la habitación del hotel, respiró hondo y dejó que el olor a melocotón aliviara parte de su agotamiento. ¿Quién iba a pensar que ser investigadora privada iba a ser tan penoso? Estimulante, sí. Ahí radicaba todo por lo que había aprendido a manejar un arma de fuego, recibido seis meses de clases especializadas y estudiado hasta los detalles más íntimos de los artilugios de vigilancia. Pero en su primer caso, y en su segundo día de trabajo, se preguntaba por qué nadie le había hablado de las largas horas que había que dedicar, de las innumerables personas que no querrían hablar con ella aunque las amenazara con tortura china y, en última instancia, de la soledad del trabajo. Volvió a tapar el frasco casi vacío y se puso de pie. Le dolían los músculos que había olvidado que tenía. Se dijo que recorrer las calles en busca de una mujer que no deseaba que la encontraran no resultaba nada interesante.
Miró la hora, luego se quitó el reloj y lo apoyó en el lavabo. Era pasada la medianoche y no estaba más cerca de encontrar algo sobre Nicole Bennett que doce horas atrás, cuando su avión aterrizó en el Aeropuerto Internacional de Memphis.
Casi podía oír lo que diría su madre: «Quizá te acepten en tu antiguo trabajo, querida. Estuviste seis años allí. Y además eres una trabajadora de confianza y cualificada. Estoy convencida de que entenderán que hayas cambiado de parecer».
Se quitó la pistolera de su flamante nueve milímetros y sopesó el arma de acero de un kilo. A pesar de las muchas veces que la había sostenido, no terminaba de habituarse a empuñarla. Se sentía como una cría que jugaba a los vaqueros y experimentaba la urgencia de apuntar con ella y soltar «Bang, bang». Aunque si lo hacía, el bang representaría un agujero enorme en algo o alguien.
Soltó el cargador y depositó la poderosa arma sobre el lavabo junto al reloj. Tal como iban las cosas, los únicos disparos que presenciaría alguna vez serían en la galería de tiro. Hizo una mueca. No es que creyera que le dispararía a alguien si la situación lo requiriera. Había una gran diferencia entre una silueta en blanco y negro y un ser humano de carne y hueso. Pero la idea de que podría hacerlo si no quedaba otra alternativa, le provocó una sonrisa.
Y pensar que el mayor riesgo que había corrido la semana anterior era recibir un corte con un papel.
El problema era que en ese momento se mostraría encantada con correr ese peligro.
Suspiró y se apartó los mechones castaños de la cara. Aunque hubiera sido un día aburrido, no significaba que no fuera a animarse al siguiente. Si se podía demostrar una acción ilegal en la desaparición de Nicole Bennett, entonces miley iba a desentrañarla. Lo único que necesitaba era un agradable baño y una buena noche de sueño. Por la mañana las cosas no podrían parecer tan malas.
Cerró el grifo. El nivel del agua llegaba hasta la mitad de la bañera. Se quitó los pantalones, la blusa y las braguitas, luego entró con cautela en la bañera. Al ir acostumbrándose poco a poco a la temperatura, se miró en el espejo del baño y el corazón le dio un vuelco. Soslayó el amago de celulitis que suplicaba ejercicio en el muslo derecho y notó que el espejo reflejaba el espejo que había en la puerta que, a su vez, reflejaba el del dormitorio, que revelaba una vista del salón. Supuso que algunos clientes se relajarían al controlar su entorno... y quizá hasta su pertinaz celulitis. Para miley solo sirvió como recordatorio de que se hallaba sola en una de las mejores suites de hotel que tenía Memphis.
Alargó el brazo para cerrar la puerta, aunque sin conseguirlo del todo. Al hundirse en las burbujas sedosas aún disponía de una rendija de visión del resto de la suite. Cerró los ojos para bloquearla.
Las burbujas le hicieron hormiguear la nariz. Se las quitó con una mano mojada que solo sirvió para empeorar la sensación. Sentía los pies como si acabara de correr la maratón de Boston. O como si hubiera hecho a pie toda la distancia que separaba su ciudad natal de St. Louis de Memphis. Daría cualquier cosa por recibir un masaje en ese momento.
De los tres chicos con los que había salido en los últimos cinco años, ninguno había sabido qué hacer con las manos. Gimió y sintió que su estado de ánimo descendía. Después de su último desastre sentimental, había abandonado la idea de encontrar a su hombre ideal, ese alma afín que se trataba en las revistas, el príncipe de cuento de hadas con el que soñaban las chicas. Había llegado al punto en el que se habría conformado con una compañía grata. El problema era que ninguno de los chicos con los que había salido estaba interesado en eso. Por lo que había llegado a la conclusión de que toda su vida necesitaba algo que la animara.
Una breve llamada sonó en la puerta de la habitación. miley abrió los ojos. Quizá el servicio de habitaciones había olvidado algo. El espejo del cuarto de baño le reveló que la ensalada del chef seguía en la mesa del salón, sin tocar, con el aliño y los panecillos. A regañadientes comenzó a incorporarse cuando oyó el sospechoso sonido de una llave en la cerradura, luego un ominoso clic que le confirmó que quien fuera había conseguido abrir la puerta.
Alguien entraba en su habitación.
Miró con los ojos desencajados el espejo mientras se hundía más en la bañera. Lo primero que vio fueron dos manos que sostenían un arma de aspecto desagradable, que hacía que su nueve milímetros pareciera un juguete.
No tenía sentido. Había pasado todo el día esforzándose en localizar el paradero de Nicole Bennett, y lo más interesante que había conseguido era el eructo del propietario de una tienda de empeño. Pero era evidente que estaba equivocada, ya que en ese momento uno... no, dos... tres pistoleros entraban en su habitación.
Y hablando de pistolas...
Con el máximo silencio que le fue posible, alargó el brazo y empuñó el arma que había dejado sobre el borde del lavabo. Luego desapareció por completo bajo las burbujas.
ooww siis me encaantho el capii super liindo
ResponderEliminarwauu princesa esta mjuy lindo el cap.. jeje siguelo pronto.. te quiero muchisimo.... :) y no te preocupes x mii!! ya estoy un poquito mejor... :)
ResponderEliminarme encantoo espero el otro!!!
ResponderEliminarhey pasate por mi blog: http://clarithanoves.blogspot.com/